Entrevista a Stéphane Goël: “La lucha feminista debería contribuir a la evolución del cine”

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Charlamos con Stéphane Goël, cineasta suizo invitado a la 19º edición del  Doc Buenos Aires, que comienza hoy y se extenderá hasta el 16 de octubre. En el marco del festival se presentará una retrospectiva de su obra donde figura De la cocina al parlamento, un documental que aborda las demoras para la aprobación del voto femenino en Suiza y las paradojas de la democracia directa.


Stéphane Goël es cineasta. Nació en la ciudad de Lausanne (Suiza) y trabaja como montajista y realizador independiente desde 1985. Vivió en Nueva York, se formó en el documentalismo con John Reilly y Julie Gustafson en el Global Village Experimental Center, colaboró con diversos artistas como Nam June Paik, Alexander Hahn o Shigeko Kubota, y realizó numerosos videos poético-experimentales antes de pasar al documentalismo. De regreso a Suiza se integró al colectivo Climage, donde realizó numerosos documentales destinados al cine y la TV. En el marco de la 19º edición del Doc Buenos Aires, se presentará una retrospectiva de la obra del Goël con las siguientes películas: Que viva Mauricio Demierre (2006), Prud’hommes (2010), De la cuisine au parlement (2012), Fragments du paradis (2015), Insulaire (2018).

De la cocina al parlamento es un documental en donde aborda la historia del voto femenino en Suiza y sus demoras (el último cantón en aprobar la propuesta fue Azpelle en el año 1991). Cuando se le pregunta a Stéphane Goël por qué decidió hacer esta película, la respuesta es muy sencilla: “Porque vi a mi madre. Cuando ella obtuvo su derecho al voto yo tenía 10 años. La vi salir del espacio privado de la cocina a las calles para festejar con sus amigas. Todas fueron a celebrar al bar del pequeño pueblo en el que vivíamos, un lugar que —por definición— era de los hombres. El espacio doméstico de la cocina de repente se abrió al espacio político, y eso lo viví durante mi infancia”.

— Desde el título de tu documental ya se plantea una fuerte escisión entre esos dos espacios: la cocina como foro privado y el parlamento como espacio público por excelencia. ¿Cómo llegaste a ese eje?

— Es una frontera que está muy marcada en muchas culturas de Occidente: por un lado, el espacio privado femenino; por otro, el espacio político masculino. Me pareció interesante contar esa larga historia del pasaje de un espacio al otro en la experiencia de las mujeres suizas, para recordarles a las más jóvenes que no hace mucho tiempo, quizás la generación de sus abuelas, en el país más democrático del mundo ellas no tenían derecho a salir de la cocina.

— Ya que hablás de Suiza me interesaría preguntarte por esa tensión: por un lado, suele presentárselo como un ejemplo democrático en países como el nuestro; por otro, en algunos de los cantones el voto femenino recién fue aprobado en la década del ’90. ¿Por qué ocurre esto?

— En el sistema suizo si vos querés cambiar una ley o un artículo de la Constitución, tenés que juntar firmas. Si se reúne la cantidad necesaria, podés pedir que tu reclamo sea sometido a voto popular. Se vota cuatro veces al año una gran cantidad de temas: por ejemplo, si tenemos el derecho a cortarle los cuernos a las vacas o si queremos suprimir el Ejército. Por esa razón se votó 50 veces —a nivel local, provincial y nacional— para saber si se iba a otorgar o no el derecho de voto a las mujeres, desde 1917 hasta 1991. Y 50 veces lo hombres dijeron no, porque eran los únicos que tenían derecho a votar. No era una decisión de gobierno como en otros países, sino de la ciudadanía: en esto consiste la democracia directa. Y aquí hay una paradoja porque es un sistema súper democrático que muchas veces habilita decisiones sumamente reaccionarias.

Goël dice que su documental es algo así como “una fotografía del machismo de los hombres suizos (o 50 fotografías distintas) de la mentalidad y de la incapacidad de los hombres para pensar que las mujeres pudieran ser sus conciudadanas. Finalmente, los hombres otorgaron el derecho a las mujeres pero no porque tuviesen ganas, sino para adecuarse a la situación internacional”.

— El material de archivo que utilizás en tu película es muy revelador. ¿Cuál fue el criterio de selección de esas piezas audiovisuales para retratar cada momento histórico?

— En Suiza tenemos la suerte de contar con los medios financieros para preservar el patrimonio audiovisual y cinematográfico. Tenemos muy bien documentada esta historia de la democracia directa, cada campaña y cada momento particular del voto: afiches, pósters, volantes, marchas, encuestas. Tenemos un material muy rico para explorar la mentalidad de cada momento histórico, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Estos materiales también permiten dimensionar hoy las dificultades de la lucha, que fue llevada adelante únicamente por las mujeres. Ellas ni siquiera tenían una formación o una estructura política, porque no tenían derecho a formar partidos.

— Tu película es también un homenaje a las pioneras que siguen vivas y activas políticamente.

— Sí. El combate por el derecho al voto se extendió durante tanto tiempo que por momentos ocultó otras luchas. La generación de militantes feministas de los ’70 militaba en Suiza por el derecho al voto mientras que en otros países ya se luchaba por el aborto, la libertad sexual o el derecho a los anticonceptivos. El retraso en adquirir el derecho al voto provocó un retraso en las otras luchas: el derecho al aborto, por ejemplo, recién se obtuvo en 2002, después de 30 años de lucha.

— ¿Cómo ves el panorama cinematográfico suizo en relación a las mujeres?

— No sé qué ocurrirá en Argentina, pero sé que en Europa se lucha para que haya cuotas de pantalla para las producciones de directoras mujeres, para que los festivales seleccionen películas de mujeres y para que haya más paridad en las salas. En Suiza, por ejemplo, hay más cantidad de estudiantes mujeres que varones en las carreras de cine y en los períodos de formación; sin embargo, después la mujer desaparece y hay mayor cantidad de producciones creadas por hombres. No sé si el cine debe contribuir a la lucha feminista, pero la lucha feminista debería contribuir a la evolución del cine.



Goël tuvo una primera etapa dedicada enteramente al cine poético-experimental, pero no tardó en salir de ese pequeño reducto para poder encontrarse con nuevos públicos: “Es el momento en el que uno sale del underground para intentar comunicarse con un público más amplio. En el ámbito del under uno tiene la sensación de pertenecer a una pequeña elite privilegiada. Luego viví en Nueva York, donde ese mundillo estaba muy bien definido y era posible encontrar un lugar, pero rápidamente me di cuenta de que no estaba cómodo en el ámbito del arte contemporáneo. Yo provengo del mundo campesino, popular, y tenía ganas de que las personas vieran mi trabajo”. Stéphane asegura que el documental apareció como una forma de satisfacer su curiosidad, su deseo de encontrarse con la gente y su amor por contar historias lejos de la ficción ya que —asegura— los actores le dan miedo.

Actualmente forma parte de un colectivo de cineastas llamado Climage, y se esfuerza para explicarlo en perfecto español: “El trabajo colectivo fue nuestra manera de luchar contra las jerarquías de los productores en el cine. La idea inicial era ir contra la maquinaria de la industria cinematográfica; por eso trabajábamos sólo en video y sobre los temas reales de la gente. Hoy se ha convertido en un espacio de confrontación de proyectos, ya que todos los miembros compartimos ciertos principios políticos, sociales e históricos. De otro modo, el trabajo del cineasta puede ser muy solitario. Lo más importante en nuestro colectivo es que no hay jefes”.

Goël reivindica el encuentro de los cuerpos en la calle más allá del mundo virtual y las redes sociales, algo que puede verse muy claramente en el planteamiento visual de su documental. De la cocina al parlamento expone ese encuentro entre mujeres: las marchas masivas en las grandes urbes, pero también el intercambio cara a cara en las zonas rurales. Stéphane cuenta que tiene un hijo transexual y puede ver el gran placer que experimenta cada vez que se reúne físicamente con otras personas en la lucha por sus derechos. Con respecto a su participación en este festival, asegura que es una experiencia surrealista: “No tengo la pretensión de alcanzar una palabra universal, pero me interesa llegar al público del cual provengo”.

Agradecemos la traducción de Carmen Guarini, realizadora audiovisual y fundadora del Doc Buenos Aires junto a Marcelo Céspedes y Luciano Monteagudo

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