El viaje, las vías, la historia

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I

Como si los viajes pudieran golpear, despertar, revivir y todos los adjetivos que querramos sumar –el lugar común de las palabras-, como si el instante en el que te subís al medio de transporte que te saca de la gran ciudad fuese decisivo -sea cerca o lejos el recorrido para el traslado de tu cuerpo-, como si todo cambiara de repente. Como si los pensamientos se acabaran para empezar a vivirlos.

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Cafayate, Salta

Será por eso que existe el constante anhelo –y el cliché– de vivir viajando, de vivir cambiando constantemente de lugares, de paradero, de experimentar ese alejado nomadismo, esa incertidumbre de no saber dónde dormir, qué comer, si habrá agua para bañarse -y si no es hoy, será mañana, da igual. De mezclarte entre la comunidad de nativos de cada lugar y no parecer un turista más, porque siempre es lindo sentirte como en casa, dicen. Esa incomodidad que te lleva a moverte, a no estar nunca quieto, a no resistir en el mismo lugar sino a vivir en un permanente y fluido cambio de formas de existencia. Esa incomodidad tan cómoda, a veces. Después de todo, a vivir viajando te acostumbrás.

Es que justamente los viajes sirven para desanclar la soga que ataba tu cuerpo a un lugar determinado, que lo asumís como propio y nunca ni siquiera cuestionás que simplemente naciste allí -si tuviera que elegir, me gustaría que mi casa sea en Humahuaca, o Abra Pampa, o cualquier lugar de la provincia de Jujuy.

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Abra Pampa, Jujuy

II

Desde chiquitos nos hacen creen que lo importante de Argentina termina en la General Paz –aunque no sea una realidad admitida, esto se refleja en la construcción de los discursos que se escuchan en la sociedad, en los medios y en muchas instituciones educativas. Y no. No es para nada así. Es más, me arriesgaría a decir que lo que verdaderamente puede denominarse como Argentina, ese país al que se menciona, que vive y crece, que trabaja, duerme y toma mate, eso se encuentra principalmente a lo largo de todo el territorio, menos cuando se cruza la General Paz.

III

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Camino a San Miguel de Tucumán

El tren que nos permite llegar al norte argentino, para empezar un recorrido esperado, inmediatamente nos da esa sensación de escape. De huida de la vida para entrar en otra vida. Pero inevitablemente, me lleva a pensar en cómo lo destruyeron, en cómo abandonaron a los pueblos, en cómo el interior se convirtió en olvido. No es arriesgado sentir que un poco de la historia del país se quedó a vivir en esas estaciones de tren abandonadas. Pero también hay que mencionarlo, muchas de estas se utilizan como centros culturales, como casas, como formas diversas de reinventarse, expresando el constante conflicto de ser humanos.

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Yala, Jujuy

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Humahuaca, Jujuy

Cada parada de ese tren, tanto real como imaginario -por los viajes que me permite construir mentalmente-, nos invita a recorrerla. Porque esa necesidad de seguir existiendo tiene que tener una razón. O por lo menos es interesante pensarlo, esa huella que dejó la historia económica, política, social y todos los etcéteras posibles, se ven reflejados allí. Quizás esto sea uno de los rastros más imponentes de la historia de nuestro país, lo que mejor la describe, quizás no. Pero me fascina pensarlo.

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IV

Identidad cruzada por otras identidades. Como a todos, el tren definió las identidades de cada territorio por el que pasó. Forjó historias y leyendas, amores y desamores, identidades y orgullos. Sí, todo esto, se destruyó. La cotidianidad de muchos pueblos y, también, su supervivencia. El tren era un medio de transporte, pero principalmente un medio de comunicación. Las ciudades se conectaban, se vivían, se conocían; los territorios eran sumamente experimentados por los vecinos de cada lugar. Esto ya no existe, o lo que queda está sumamente deteriorado. Sería muy necio de mi parte no admitir que se está trabajando muy fuertemente en revertirlo, y sobre todo, en terminar con esa centralización absurda en Buenos Aires. Pero más allá de esa parte fundamental, la responsabilidad es propia.

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Xavi, Jujuy

A la hora de viajar, de conocer otros lugares, de “ser turistas”, es necesario hacerlo con responsabilidad y saber que hay muchos lugares por experimentar que no están en el mapa del turismo convencional. Lejos de las vías olvidadas, mucho más de los aeropuertos y también de las terminales de micros de larga distancia, hay pueblos, empanadas, vinos, plazas sin rejas, ríos y vida viviendo -a pesar de que muchos porteños nos dediquemos a negar ese tipo de existencia.

La importancia está en revalorizar cada paso del camino en el viaje, la historia reciente y pasada de los distintos lugares, su contexto y realidad actual, los conflictos sociales y las alegrías cotidianas de cada comunidad, permitiéndote vivir otras experiencias, expresiones de vida y diversas manifestaciones culturales, y no sólo que te sirva para una nueva foto de perfil en Facebook.

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Humahuaca, Jujuy


Fotos: Francisco Rodriguez

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