Entrevista a Camila Fabbri: «Dando una definición también se puede hacer algo»

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«Necesito alejar los relatos lo más posible del hecho real o de una vivencia propia. Ahí es cuando entra la imaginación y hace estragos», señala Camila Fabbri, autora del libro Los accidentes recientemente reeditado en forma conjunta por las editoriales Emecé y Notanpüan. Además, sobre el papel que puede tomar una mujer dentro del ambiente literario, la actriz y guionista afirma que «el terreno está muy bien ocupado por nosotras, sobre todo en las editoriales independientes».


Sobre la autora

Camila Fabbri perfilCamila Fabbri nació en 1989. Egresó de la carrera de Dramaturgia Municipal de Arte Dramático, dirigida por Mauricio Kartun, y estudió actuación con Julio Chávez. Escribió y dirigió las obras teatrales Brick, Mi primer Hiroshima y Condición de buenos nadadores. Su novela Trinidad resultó finalista del Concurso de Novela «Dakota Editorial». En 2015 publicó Los accidentes con el sello Notanpüan y en mayo de este año fue reeditado en conjunto a Emecé. Fue convocada para formar parte de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2016.


Lo accidental como centro

Con una iniciativa interesante y novedosa, Los accidentes de Camila Fabbri propone al lector una constelación de relatos peculiares que a primera vista no parecen unidos por un mismo tema. Sin embargo, al igual que con las formas que generan las estrellas en el cielo, si se agudiza la vista las conexiones se vuelven evidentes. Tal como señala Romina Paula, el registro de la autora puede confundir al principio hasta lograr una seducción de la que es difícil volver.

«En un momento, lo que hice fue unir los textos que yo pensaba que tenían un tipo de relación con la idea de lo accidental. Pero no fue a priori con esa intención, fue más una contingencia», destaca Fabbri sobre la génesis de los accidentes. Con una clara huella del origen teatral de quien los escribió, los textos de este libro priorizan el cuerpo de los personajes, sus gestos, sus acciones y, sobre todo, sus voces. Con un manejo hábil de los registros, la autora no teme asumir la visión de distintos géneros, edades y hasta jugar con la confusión de los extremos.

En esa dirección, Fabbri destaca que «en el teatro tenés que afinar mucho el oído para ser sincero con lo coloquial y eso después se reproduce tanto en un guión o en literatura», a la vez que confiesa que siempre le interesó mucho «la traspolación de un niño hablando como adulto o viceversa». Conocé más detalles de la obra de esta joven escritora y guionista, en la siguiente entrevista.


«Si lo real puede estar corrido, me atrae mucho más trabajar»

— Los accidentes es un libro muy particular si se tiene en cuenta cómo están ensamblados los relatos, en el sentido de las diferencias y similitudes que hay entre cada uno. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
— En realidad fui escribiendo los relatos de forma aislada durante mucho tiempo. Ahora que publiqué, creo que empecé a trabajar de otra manera, lo tomé más como un oficio en relación al tiempo que le dedico a escribir. Hay uno de los cuentos de Los accidentes que lo escribí a los 18 años y que fue pasando por muchos procesos de corrección. Después hay otros dos cuentos: «Mi primer Hiroshima» y «Condición de buenos nadadores» que nacieron como monólogos para teatro. En un momento, lo que hice fue unir los textos que yo pensaba que tenían un tipo de relación con la idea de lo accidental. Pero no fue a priori con esa intención, fue más una contingencia.

— ¿Ahora sí trabajás más con el objeto libro como horizonte?
— Sí, yo creo que tiene que ver con la edad y tomarse las cosas de otra manera. Por ejemplo ahora estoy trabajando cuentos en el taller de Liliana Hecker y, por mi cuenta, un libro más largo que mezcla la crónica con la ficción. Sin embargo, le tengo un poco más de respeto a las cosas de largo aliento como una novela, me encuentro muy aparentada con los cuentos: su duración, lo espontáneo de su escritura. Hay algo instalado sobre la dificultad de la novela en comparación con los cuentos, pero no estoy de acuerdo con eso, tiene más que ver con los momentos de cada uno.

 Hay algo instalado sobre la dificultad de la novela en comparación con los cuentos, pero no estoy de acuerdo con eso, tiene más que ver con los momentos de cada uno.

— En Los accidentes hay relatos que se acercan a las microficciones o cuentos compuestos de pequeños fragmentos, que parece ser un terreno en el que te movés muy cómoda, ¿no?
 Sí, en el libro hay dos así: «Debajo de un piano» y «Nat Geo Wild», que me parecían que no podían tener otra extensión. Surgieron sin ninguna intención concreta, pero después me pareció que hacían sistema con el resto y lo que narran hace sentido con los accidentes. Ahora también estoy trabajando en cuentos breves, me gusta moverme libremente cuando escribo, sin que sea algo programático como el caso de Lydia Davis, por ejemplo.

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— ¿Cómo trabajás lo fantástico a la hora de escribir? A lo largo del libro se puede ver que hay una suerte de metáfora sobre algo más realista o concreto, pero que vos elegís esa vía para narrarlo.
 En mi caso, porque si leo a otros autores no tengo esa exigencia, necesito alejar los relatos lo más posible del hecho real o de una vivencia propia. Ahí es cuando entra la imaginación y hace estragos. Si lo real puede estar corrido, me atrae mucho más trabajar y también es la literatura que más me gusta leer. En lo que estoy trabajando ahora me fui mucho para ese lado y quizás necesite volver a lo realista un poco.

Si lo real puede estar corrido, me atrae mucho más trabajar y también es la literatura que más me gusta leer.

— ¿Qué autores tenés dentro de ese género?
 Siempre vuelvo un poco a Horacio Quiroga o a Ray Bradbury. Ahora también estoy leyendo a cuentistas norteamericanas como Lorrie Moore o Amy Hempel, donde siempre hay algo corrido o exacerbado. Lo mismo me pasa con David Foster Wallace, que nunca entendés si lo que está narrando pasó o no. También me voy a la vereda de enfrente y leo mucha crónica, donde todo es más real. Me gusta mucho Leila Guerrero, que es una periodista con una prosa poética asombrosa: esa también es una forma de poner la imaginación a dialogar con lo real.

(Leer nota relacionada: La vuelta a Ray Bradbury en 80 citas)

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— Teniendo en cuenta tu relación cercana con el teatro, en muchos cuentos se nota que manejás bien la posición de los cuerpos de los personajes, sus actos. ¿Tu oficio de guionista y directora te sirvió para ahorrarte descripciones y pasar más a la acción?
— 
Sí, yo creo que en todo dramaturgo y narrador se nota un poco eso. Fernanda García Lao también escribe teatro y narrativa, por ejemplo, hay varios casos así. Hay algo del cuerpo que se vuelve muy concreto, sobre todo la voz. En el teatro tenés que afinar mucho el oído para ser sincero con lo coloquial y eso después se reproduce tanto en un guión o en literatura. La primera voz también toma un papel más fuerte, o la forma de estructurar los escenarios.

— En esa dirección, en Los accidentes se puede ver que te centrás en personajes donde el contexto está más difuso, lo que le abre muchas posibilidades a la historia.
 Eso es cierto: hay algo de los espacios que no me gusta situarlos en lugares propios. Creo que es porque gana el cuerpo.

 En el teatro tenés que afinar mucho el oído para ser sincero con lo coloquial y eso después se reproduce tanto en un guión o en literatura.

— Otro rasgo que se puede ver es que te sentís cómoda variando de voces a la hora de narrar, ya sea en géneros, edades o estilos.
 Sí, hay algo que siempre me interesó mucho que es la traspolación de un niño hablando como adulto o viceversa.

— Salinger siempre presentaba esa especie de niños adultos.
 Claro, puede ser que vaya por ahí. También me interesa el pase de un género a otro en términos de mujer y hombre: cuerpos que no son fieles a las voces. En «Condición de buenos nadadores» hay algo de esos cambios y mutaciones que me interesa.


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— Y con el libro publicado y ahora reeditado, ¿cómo te sentiste con el resultado final? Sobre todo teniendo en cuenta la amplitud de tiempo en el que los distintos relatos fueron escritos.
 En el instante previo a publicarlo me pasó el sentirme lejana a esos textos y que ya no estaban relacionados a lo que estaba escribiendo en ese momento. Supongo que es una suerte de inseguridad que siempre pasa antes de que algo vea la luz. Después, una vez ya publicado, y escuchando a amigos o gente conocida hablando del libro, volvió a tener cuerpo. Eso me ayudó a acordarme de algunas cosas y volver a tener confianza. «René de Tacuarembó» es ese cuento que escribí de más chica y se nota un poco: es el más largo de todos. «Condición de buenos nadadores» es el último que escribí y también es más extenso, es algo paradójico. La ayuda de Francisco Cascallares para la primera edición en Notanpüan fue muy importante, me permitió volver a los textos con otros ojos.

La mayoría de las autoras que están publicando son mujeres y las editoriales no hacen diferencia con eso. Yo no me pienso como escritora mujer, sino como escritora. Es interesante que exista esa dualidad: que haya hombres y mujeres siendo leídos

— Pasando a un plano más general, dentro del contexto actual de la lucha de género, ¿cómo pensás el rol de la mujer dentro del ambiente literario? Teniendo en cuenta que siempre es más propenso a exaltar figuras masculinas.
 Creo que a mí me tocó en un momento de la producción literaria donde eso no está ocurriendo tanto, aunque estoy segura de que sigue ocurriendo. Sin embargo, hay algo que está cambiando, la mayoría de las autoras que están publicando son mujeres y las editoriales no hacen diferencia con eso. Yo no me pienso como escritora mujer, sino como escritora. Es interesante que exista esa dualidad: que haya hombres y mujeres siendo leídos. El terreno está muy bien ocupado por nosotras, sobre todo en las editoriales independientes. La discusión debería correrse hacia otros lados.

— ¿A cuáles?
— A causas mayores, donde muere una mujer por día. Al menos yo veo un compromiso en los autores hombres de mi generación con lo que está pasando. Pronunciarse, poner la cara, ubicarse en la calle, son medidas que se pueden tomar. Pienso también en el libro Chicas muertas de Selva Almada, que es una autora que está muy comprometida con el tema de la violencia de género. Siempre hay que tener en cuenta que dando una definición también se puede hacer algo.

(Leer nota relacionada: Entrevista a Selva Almada: “Lo peor que nos puede pasar es que todo se convierta en una cuestión de corrección política”)

— Para ir cerrando, ¿cuáles son tus próximos proyectos? Ya sea en el teatro como en la narrativa.
— 
En dirección estoy terminando las funciones de la obra «Condición de buenos nadadores». En cuanto a la escritura ahora es tiempo de guardarme un poco y seguir trabajando y en el proyecto de mayor aliento relacionada a la crónica y ficción. Es un momento de trabajar más sola ahora.

— ¿En estos tiempos es más difícil poder trabajar solo y aislarse del entorno? Sobre todo pensando en la hiperconexión en la que estamos.
— A mí me gusta aislarme para producir. El año anterior con la presentación del libro, la producción de la obra y la visita a la Feria de Guadalajara creo que fueron momentos de mucha exposición y ahora es mejor poder escuchar lo que hay adentro de la cabeza. Está bien que haya tiempos de mostrar lo que uno hace y otros para guardarse.


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