Entrevista a Raúl Brasca: «La microficción es mi forma natural de expresión»

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Charla con el escritor de microficción, Raúl Brasca, considerado uno de los pioneros del género en Argentina. «Creo que el auge de la microficción se debe a que posee una estética muy adecuada para expresar la modernidad, ejercitar una especie de complicidad con el texto y usar la ironía, que es una forma de sobrevivir en el medio de todas las calamidades que nos pasan«, sostiene. Las ideas sobre el género de uno de los autores más reconocidos de microrrelatos en el mundo de habla hispana, en la siguiente entrevista.


Sobre el autor

Raúl Brasca nació en Buenos Aires, Argentina, en 1948. Narrador, crítico y ensayista, es considerado uno de los pio1308642036_magicfields_foto_autor_1_1neros del género de la microficción en Argentina. Publicó múliples títulos entre los que se pueden mencionar Las aguas madres (Sudamericana, 1994), Antología del cuento breve y oculto (Sudamericana, 2001) y Todo tiempo futuro fue peor (Thule, 2004). Compiló quince antologías, once de ellas de microficciones. En 1989, fundó junto a otros autores la revista Maniático Textual, publicación que estuvo vigente hasta 1994.  En 2009, creó las Jornadas de Microficción, que coordina y conduce en la Feria del Libro junto a Martín Gardella. Fue premiado dos veces por la reconocida revista mexicana El Cuento y además recibió, entre muchos otros, los premios del Fondo Nacional de las Artes y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.


— ¿Cómo definiría a la microficción?

— Las definiciones siempre son discutibles, no hay sólo una que sea aceptada por todo el mundo. Existen varias corrientes con versiones diferentes de lo que es la microficción. Creo que todo el que lee o escribe microficciones tiene una idea de lo que el género exige. En principio, se podría decir que es una composición brevísima prosaica. El lector de microficción espera un desafío y entabla una especie de competencia con el texto que implica darse cuenta de algo, que no es lo mismo que decir que la microficción tiene un final sorpresivo, porque no hay cosa menos sorpresiva que un final anunciado. El sentido que se le puede dar no suele ser único, generalmente es un texto polisémico, lo que no quiere decir que puede ser hecho de cualquier modo, porque el autor orienta esa producción de sentido en el lector. Por eso, la última línea de microficción no es el final, sólo habilita o induce posibilidades de finales. En la microficción, el final está en realidad fuera del texto. Muchos dicen que la microficción es un texto prosaico con un enorme poder de sugerencia que utiliza mucho el silencio, concebido no como una simple ausencia de datos, sino como un silencio significativo, una presencia. Hay muchas formas de silencio en la microficción, quizás la más importante sea la ironía, algo que tiene un sentido contrario a lo que se dice.

La microficción es un texto prosaico con un enorme poder de sugerencia que utiliza mucho el silencio, concebido no como una simple ausencia de datos, sino como un silencio significativo, una presencia.

En una entrevista, usted ha mencionado que una de las características del género es intentar buscar cierta cualidad de impacto.

— Hace muchos años que trabajo con la microficción, soy prácticamente uno de los pioneros. En un determinado momento pensé al género en términos de impacto, pero mi evolución y la de la escritura de la microficción me hicieron ver que se trata de algo mucho más general. Es una producción de sentido que se da a partir de la lectura de la última línea. Uno termina de leer una microficción y tiene un momento de suspenso, un hiato que conduce a una relectura inmediata, que sucede cuando uno ya está en posesión de todas las claves porque leyó todo. Es recién en ese momento cuando se produce un sentido. Quizás se pueda hablar de impacto en esos términos y no desde la concepción de un final fáctico rimbombante.

¿Se podría decir entonces que, como sucede en muchos géneros, no hay definición rígida que encasille a la microficción?

— Claro. Además, quiero señalar que en ningún momento he hablado de narración. Hay muchos investigadores que exigen que el texto de la microficción sea narrativo y de hecho las micros narrativas forman el 95% del cóctel. Pero yo incluyo también en el género piezas no narrativas en el sentido clásico. Rosalba Campra, Profesora de Literatura latinoamericana y argentina de la Universidad de Roma, reconocida narrativista que ha estudiado el silencio particularmente en la Literatura fantástica, me dijo una vez en un diálogo que tuve con ella que la narratividad puede en realidad pertenecer al silencio de la microficción. Esa es una teoría que acepto, no la exigencia de una microficción narrativa en el sentido clásico, alguien a quien le pasa algo en un tiempo medible y concretamente delimitado.


Raul-Brasca

Fuente: ventalatina.co.uk


Una estructura breve con introducción, nudo y desenlace…

—  Exacto, para mí la microficción no es definitivamente un cuentito. Según Ricardo Piglia, en el cuento, el silencio es una historia que se desarrolla por debajo de la letra, que luego aflora en el final. En la microficción no hay desarrollo, entonces cuando una “micro” resulta en un mini-cuento, no tiene silencio.

— ¿Cree que puede llegar a existir en algunos casos una mezcla entre la microficción y la poesía?

— Es difícil diferenciar a la microficción de los géneros más vecinos. En mi caso, me he tomado el trabajo de diferenciarla por el silencio y su complejidad, idea que introduje en el último Congreso de Microficción en Kentucky, Estados Unidos. Es un silencio que, como mencioné antes, no es ausencia. Por ejemplo, la microficción no puede ser un chiste, porque el silencio del chiste se limita a ocultar un sentido de efecto risible hasta el final, eso es todo. Un chiste, a diferencia de una micro, no se lee dos veces, porque una vez que uno ya conoce el sentido risible, deja de tener gracia. Una adivinanza tampoco es microficción, porque se basa únicamente en escamotear una palabra que está unida por las otras. El silencio de la microficción es complejo, al igual que el silencio de la poesía y ahí está la mayor dificultad para diferenciar ambos géneros.

El silencio de la poesía es muy profundo. George Steiner dice que alcanza a significados pre verbales de la conciencia. La microficción no; ambos géneros tienen intencionalidades distintas, aunque comparten un cuidado extremo por la concisión, el sonido, el ritmo de las palabras y la signifcación.

— ¿Encuentra allí un punto de contacto?

— Creo que hay una zona de solapamiento. El silencio de la poesía es muy profundo. George Steiner dice que alcanza a significados pre verbales de la conciencia. La microficción no; ambos géneros tienen intencionalidades distintas, aunque comparten un cuidado extremo por la concisión, el sonido, el ritmo de las palabras y la signifcación. Sin embargo, algunos poemas como La Calle, de Octavio Paz, han sido repetidamente antologados como microficciones y leídos como tales, sin que por ello haya contradicción alguna.

—  ¿Qué técnicas son las más utilizadas en el género?

—  Para lograr la brevedad, además del silencio, de la concisión y de la elipsis, se utilizan marcos de referencia y se trabaja con la enciclopedia del lector. Eso sucede en toda la Literatura, pero con mucha más frecuencia en la microficciones, porque en ellas las referencias y los sobreentendidos son mucho más abundantes. Se usan así conocimientos compartidos con el público lector, comunes a toda una cultura.

— ¿Encuentra alguna relación entre el género y  los tiempos acelerados de la contemporaneidad?

Se ha dicho hasta el cansancio que el auge de la microficción se debe a la velocidad con que el hombre y la mujer modernos viven, al no tener tiempo para leer textos largos, pero la experiencia desmiente eso. La mayor cantidad de lectores leen largas novelas, no micros. Creo que el auge de la microficción se debe, más que nada, a que es un género con una estética muy adecuada para expresar la modernidad, para decir sin decir, ejercitar una especie de complicidad con el texto y usar la ironía, que es una forma de sobrevivir en el medio de todas las calamidades que nos pasan. Creo que la microficción genera su propio lector, con una serie de características comunes.

Creo que el auge de la microficción se debe, más que nada, a que es un género con una estética muy adecuada para expresar la modernidad, para decir sin decir, ejercitar una especie de complicidad con el texto y usar la ironía, que es una forma de sobrevivir en el medio de todas las calamidades que nos pasan.

— ¿Cuáles serían esas características?

—  Es un lector atento, que lee cada palabra con cuidado, desconfiado, que no se cree lo que dicen las tres primeras líneas y que espera hasta la última para producir el sentido. Un lector que sabe que el texto se puede dar vuelta en cualquier momento y ser lo contrario a lo que estaba pensando, por lo cual tiene que ser precavido.

— Un lector activo…

Muy activo. Creo que es el género que más exige del lector en cuanto a conocimientos y también en  cuanto a su actitud de lectura.

—  ¿Existe para usted alguna relación entre la microficción y las redes sociales como Facebook o Twitter, caracterizadas por la brevedad?

Más que con eso, encuentro quizás relación con el tipo de lenguaje totalmente despojado que tienen Internet y la informática en general; allí no tenemos tiempo para adornos. En cuanto a las plataformas, específicamente, las posibilidades que brindan pueden resultar en cosas muy buenas, como cuando hacemos las Jornadas de Microficción con la Fundación El Libro, que organiza un concurso de Twitter. Pero eso no quiere decir que cuanto más breve sea mejor; cada texto tiene una longitud y una respiración propias. Las características de la microficción, como la concisión, el silencio y todo lo que forma parte de su textura, crean una trama transparente, muy justa y calculada que no resiste más de una página. Si uno se extiende demasiado, es muy difícil que todas esas características que hacen a la microficción puedan mantenerse. Por eso, se suele establecer  un límite arbitrario de una página, pero en realidad es mentira; el texto se puede continuar hasta tanto existan las posibilidades de mantenerse las características propias del texto y del género.

Cada texto tiene una longitud y una respiración propias. Las características de la microficción, como la concisión, el silencio y todo lo que forma parte de su textura, crean una trama transparente, muy justa y calculada que no resiste más de una página.

— En una entrevista para La Primera Piedra, Ana María Shua mencionó que los lectores prefiere novelas extensas con las se hace una sola vez el esfuerzo de entrar en un mundo nuevo, en lugar de elegir microficciones, que exigen un mayor trabajo de lectura porque cada relato representa un universo distinto. ¿Qué opiná al respecto?

Claro, estoy de acuerdo. Lo mismo sucede con el trabajo del escritor. Cada microficción es una idea nueva que implica que el lector salte constantemente de una a otra. Por eso, algo que dice Ani y que yo también sostengo es que no se puede leer un libro de micros de corrido, es como comerse dos cajas de bombones juntas.


Raúl-Brasca

Fuente: arcaficticia.com


—  ¿Cómo observa la situación actual del mercado editorial de microficción?

—  No hay un mercado editorial importante, son pocos los autores que han publicado en editoriales de primera línea. La mayoría de los escritores nuevos son publicados en editoriales más chicas. Creo que la Literatura en general se va replegando hacia ese camino. Las editoriales grandes están más concentradas en la plata que en la Literatura, el sistema favorece el comercio mucho más que cualquier otra cosa.

—  ¿En qué consisten las Jornadas de Microficción que organiza?

— Empecé con las jornadas en el 2009 y ya hace cuatro años que las organizamos con Martín Gardella en la Feria del Libro. Ya vamos por la octava edición y cada vez tiene más éxito. Consisten en lecturas de microficconistas argentinos que vienen de todas las provincias donde se cultiva la microficción. También tenemos siempre algún invitado del exterior con quien realizamos un reportaje antes de hacer la lectura final. Hemos hecho microteatro y hasta micros llevadas a stop motion. Este año, asistió una microficcionista y maestra del género, pionera en Chile, Mía Barros. Además estuvieron Andrés Neuman y Pablo Montoya, un colombiano que ganó el último premio de un reconocido concurso colombo-español y que hace microficción poética. Tiene un lenguaje bellísimo y publicó un libro que se llama Tercetos, que reúne sus microficciones.

¿Qué se proponen con las jornadas?

— Promocionar el género y darles aire y espacio a los autores de microficción y a la gente del interior. Este año organizamos también un coloquio de lecturas que duró dos días y entre el 26 y el 28 de julio tendrá lugar el IX Congreso de Microficción en la Universidad de Comahue, en Neuquén, Argentina, en el que se reuenen académicos, críticos literarios y escritores para impulsar nuevas perspectivas en el campo.

¿Cómo cree que será el futuro de la microficción?

— Todos los congresos terminan con esa pregunta. Creo que apunta a ser el género del siglo XXI. No pienso que sea una moda, como muchos han dicho en algún momento. De hecho, ya llevamos más de veinte años. No sabría decir cómo va a evolucionar su formato o hacia donde se dirigirá. A mí me gustaría que se siguiera expandiendo y que aparezcan nuevas clases de microficciones, porque es fascinante, cuanta más variedad haya de micros, mayor es el desafío del lector. Algo que comienza como un micro ensayo puede terminar como una humorada, o puede tener un final tremendamente poético.

Me dije a mí mismo que si ese tipo escritura que nadie me había enseñado y que había hecho espontáneamente me salió bien, entonces esa era mi forma natural de expresión. Quizás no muchos sepan lo que es, o no tenga mercado, pero yo no espero ganarme el Nobel, quiero escribir, poder decir lo que quiero y sentir que lo puedo decir.

— ¿Cómo empezó usted con el género?

— Hace años, escribí un cuento largo que se llamaba El hedonista. Para descansar de la corrección,  escribí un textito que se llamo Salmónido y  lo leí en el taller de Liliana Hecker, al que asistía en ese momento. A Liliana le gustó mucho y me propuso participar en el concurso de una revista mexicana llamada El Cuento, que convocaba escritores de lo que ellos catalogaban como “cuentos brevísimos”. Uno de los micros que mandé, Perplejidad, ganó el concurso. Así fue cómo decidí seguir incursionando en el género. Me dije a mí mismo que si ese tipo escritura que nadie me había enseñado y que había hecho espontáneamente me salió bien, entonces esa era mi forma natural de expresión. Quizás no muchos sepan lo que es, o no tenga mercado, pero yo no espero ganarme el Nobel, quiero escribir, poder decir lo que quiero y sentir que lo puedo decir.


Foto de portada: Andrés Neuman

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