Entrevista a Paula Maffía: «Es importante no estigmatizar la música»

por
Invitame un café en cafecito.app

Paula Maffía es cantante y compositora, brinda talleres de canto, y en sus ratos libres, lee y dibuja. A los 15 años comenzó a estudiar en el Conservatorio, y aunque siempre quiso ser cantante, descubrió que también le gustaba componer. Así se acercó al piano, y más tarde, a la guitarra. Formó parte de varios proyectos musicales de muy diversa índole: Acéfala, La Cosa Mostra, Las Taradas. Este año presentó el disco «Ojos que ladran» en Caras y Caretas, y aunque comenzó como un proyecto solista, lo llevó a cabo junto a una orquesta amiga a la que llamó Orgía. A pocos días de la presentación del  15/11 en el Centro Cultural Recoleta, Paula nos cuenta sobre los caminos de su profesión y nos acerca un pedazo de su mundo: «Hasta los 20 años me identificaba con el ser humano, pero la facultad, la casuística del día a día y los doce años que me sucedieron después, me fueron abriendo los ojos y me di cuenta de que ante todo soy una mujer y elijo serlo».


Filmación: Emi Romero
Paula Maffia Orgía – «Córcega» – Presentación del Disco: Ojos que ladran (11/9/2015 – Caras y Caretas)

─¿Cuál fue tu primer acercamiento formal a la música?

Empecé a estudiar música a los 15 años en el Conservatorio. El requisito para ingresar a estudiar canto lírico (yo quería ser cantante) era tener desarrollado el aparato fonador y ellos consideraban que las mujeres lo desarrollaban entre los 15 y los 16 años. Un poco decimonónico todo. Finalmente decidí anotarme en piano porque quería componer.  Toqué el piano como una condenada. Me quedé con un miedo reverencial hacia el piano y de pronto empecé a tocar la guitarra sin asco, sin miedo, y me hice amiga de la guitarra. Por esos años aparece Acéfala cuando yo tenía 17 o 18 años. Es una banda ignota, nunca hablo de ella con nadie.

─Venís de varios proyectos con otras personas: La Cosa Mostra, Las Taradas… ¿Cómo surgió esta decisión de tomar un camino personal?

Nada de lo que hago está muy planeado. No me permito eso. Empezó con algo que tiene que ver con las ganas porque no tengo que excusar las ganas. Toda mi vida compuse para otras bandas y las canciones quedan abandonadas cuando las bandas mueren. Y me quedé con cadáveres de canciones que recuerdo cuándo las compuse, por qué las compuse y qué me pasaba cuando las compuse, pero que no puedo seguir tocando porque son patrimonio de una banda. Pero todos mis proyectos empezaron como proyectos solistas. Después convoco músicos y se van sumando porque me gusta trabajar en horizontalidad y que los músicos se metan con la canción, que la manoseen, que le hagan cosas, y las bandas terminan tomando un nombre grupal. Así dije “voy a armar una banda que contenga mi nombre”. Un disco para autorizar mi proyecto solista. Si bien empecé con Acéfala a los 17, después La Cosa Mostra y más tarde Las Taradas, yo nunca dejé de tocar sola con la guitarra. La gente me asocia a un proyecto porque no tenía nada grabado bajo mi nombre.

─Algunos eligen el camino de solista como un camino solitario, pero vos decidiste transitarlo con una gran Orgía. Me causa gracia porque ahora «Orgía» me suena a “Familia”…

Cuando empezó la banda y tenía que explicar el proyecto yo solía decir “Paula Maffía Orgía es mi nuevo proyecto, es una banda bebé”, hasta que me di cuenta de que tenía que dejar de decir «bebé» y «orgía» en la misma oración. Digo, aunque uno puede ser producto del otro, jajaja.

─¿Y cómo decidiste quiénes iban a formar parte de esa Orgía?

La responsable de que yo formara la Orgía fue la baterista, Carla Nicastro. Es muy amiga, siempre tocó la batería de manera muy aficionada, y en unas vacaciones en el Tigre empezamos a tocar canciones y ella me acompañó con el cajón y su presencia daba un montón de ímpetu. Pintó, anduvo bien, me acompañó en algunos shows. Me gusta tocar con ella. Después sumamos a una amiga bajista que toca con una de las chicas de Las Taradas, Clara Testado, y pensé “se armó un trío”. Pero todavía recaía mucho sobre la guitarra y yo no quería ser una guitarrista, es decir, estar pensando en los pedales y todo lo que implica, así que convoqué a una alumna de un taller que dicté para que tocara todo lo que me imaginaba que fuera un instrumento melódico. Así se suma Natalia Sabater. Y al poco tiempo se suma Lux Pérez en trompetas. A ella la conocía de Los Hermanos McKenzie y de haber compartido fechas, y se terminó de armar una orquesta. Así dije “esta es la banda”. Nahuel (Briones) se suma bastante seguido con la guitarra. Le pusimos Orgía no sólo porque rima con Maffía, sino porque es un número en donde puedo agregar y quitar gente.

Filmación: Emi Romero
Paula Maffia Orgía – «la confianza» – Presentación del Disco: Ojos que ladran (11/9/2015 – Caras y Caretas)

─Trabajar en equipo con mujeres es algo que te caracteriza mucho, ¿es parte de alguna lucha personal?

Es una decisión. Me muevo en un entorno de muchas mujeres músicas. Se armó una familia de mujeres músicas en la que me muevo. Sólo tengo que estirar la mano y pedirle a una que toquemos juntas. También hay varones, por supuesto, y en el disco está Nahuel, Ignacio Czornogas, Santi Martínez. Me gusta que la mujer tenga un espacio en la música y me gusta naturalizarlo, por eso no quiero llevarlo al lado de una “lucha”, que es todo lo opuesto a naturalizar algo.

─¿Fue algo más bien casual, entonces?

Me gusta formar proyectos. Espontáneamente fueron mujeres, pero no fue casual. Me encantaría llegar a un momento donde una no tenga que dar explicaciones porque hoy sigue llamando la atención que seamos mujeres. Mi pregunta es por qué no llama la atención que una banda sea de varones. Está naturalizado que la música sea un atributo al que los varones pueden acceder con facilidad y las mujeres, de alguna forma, tenemos que excusarnos. No sé si es una lucha o una cruzada. Yo trato de naturalizarlo lo más posible. Es lo que me propongo.

 ─Para vos “ser mujer” es algo que te define día a día, ¿cómo deviene ese “ser mujer” en tus canciones?

Mis canciones hablan de mi experiencia cotidiana y de lo que la vida deja en mi inconsciente y se permea a través de sueños, ideas e imágenes.

Mi interfaz con el mundo es de mujer. Y hace unos años, quizás, no hubiera dicho ésto. Soy, ante todo, un ser humano. Con todo lo que implica el ser-humano, es decir, estar atado a una existencia, a un aquí y ahora, y con el deseo de querer trascenderlo y con el hecho de vivir con la angustia de no estar allá ni estar acá. El presente, la inmediatez del aquí y ahora, todo eso se pierde y el humano está muy acostumbrado a vivir a través de los proyectos y de lo que desea hacia adelante. No sé qué otro mamífero tiene esas inquietudes. Es casi como una maldición, ¿no?

─Decís que hace un tiempo no te habrías reconocido específicamente como “mujer” antes que como ser humano. ¿Qué fue lo que cambió?

Estos últimos diez años de vida me hicieron notar mucho que soy una “hembra” en la especie humana. Si camino una cuadra hay un comentario sobre mi cuerpo. Estamos vulnerabilizadas en la sociedad. No es lo mismo cargar con un cuerpo de hombre que de mujer, tampoco es lo mismo cargar con un cuerpo de mujer delgada que con un cuerpo de mujer gorda, y todo lo que nos hace como mujeres está constantemente juzgado por el ojo del otro, tanto por hombres como por mujeres. Y los hombres no tienen que dar tantas explicaciones. Lo mismo pasa con la música. Canto desde este lugar. Esta persona (se señala) que tiene que hablar con un sonidista que parte de la base de que como soy mujer tengo una deficiencia mental que me impide entender cuestiones técnicas de sonido y me responde con sorna y cuando le explico que entiendo me mira asombrado… No son así todos los técnicos, y por suerte también hay técnicas mujeres, pero hasta hace unos años no había. Y al día de hoy algunos hombres siguen haciendo halagos como “che, qué bien, tocás como un hombre eh” o “la verdad que para ser mujer tocás bien”. «Ah, mirá, a pesar de esta deficiencia mental que me genera esto de ser mujer, qué bien que consideres que puedo tocar».

Hasta los 20 años, entonces, me identificaba con el ser humano, pero la facultad, la casuística del día a día y los doce años que me sucedieron después, me fueron abriendo los ojos y me dicuenta de que ante todo soy una mujer y elijo serlo. Quiero mostrarme femenina, pero no débil.

─¿Pensás que es posible separar el arte de la política?

Me parece que, aunque no hablemos de política ni de partidos ni de posturas sociales, el arte es una experiencia derivada del cotidiano, y el día a día es un acto político. Salir a la calle es un acto político y no salir también lo es. Somos animales políticos en la medida en que empezamos a vivir en sociedad. Hay cierto tipo de organización y la esfera política se fue complejizando. La música siempre es política.

─Estudiaste antropología. ¿Cómo fue que la música le  ganó a una “carrera” convencional?

La música es algo que siempre supe que me iba a acompañar. Yo sabía que quería saber hacer música porque me urgía componer y crear. En mi mente era mucho más plausible estudiar una carrera universitaria y graduarme, cumplir una cuota de tiempo y de uso de neuronas, y era algo que además deseaba hacer. Me interesaba la antropología porque me parecía una disciplina sumamente pretenciosa y abarcativa, que todo lo cubre, y me interesaba ese conocimiento tan amplio. La realidad es que la cerrera se fue haciendo cada vez más larga. Mientras, trabajaba y tenía mis bandas. Cuando se formó Las Taradas me di cuenta de que le dedicaba más tiempo a la música y se invirtió completamente la ecuación. La carrera pasó a ser un hobbie. Y no quiero hacer una carrera a cuenta gotas. La puse en pausa, pero no por falta de ganas. Es solo que hacer las cosas a medias dejó de atraerme.

─Decías que ante todo te identificás con «ser humano”, pero en «Ojos que ladran» hay algo, también, del humano como animal.  «¿Por qué ruge la leona?», «Yo maté al lobo»…  ¿A qué se refiere esa parte animal que aparece tanto?

─El lobo es un animal que soñé. Después me han dicho que el lobo es mi padre, que es la autoridad, que es el deseo, y eso no es un animal. ¿Son conceptos? ¿Son roles? La leona existió. Fue una chica, una amante a la que no le decía la leona en ese entonces, y es una canción que nunca le mostré en su momento. Es la única canción anacrónica del disco, la hice a los 18 y quedó en el olvido, y cuando la encontré mientras revisaba cosas viejas, pensé “qué linda canción”. Es un relato muy furtivo y adolescente, habla de quedarse hasta tarde en la cama remoloneando, de encontrarle significado a todo, al humo del cigarrillo, al café… esa cosa de estar completamente embebido en el amor. La leona es eso.

─Sé que has leído mucho y que te apasiona le lectura. Tus letras tienen algo de poético, son muy juguetonas con el lenguaje como se ve en la misma frase “Ojos que ladran, corazón que no muerde», donde tomás algún dicho popular y le cambiás el sentido. ¿Cómo encontrás el momento de la escritura? 

Nunca me había puesto a indagar sobre mi lectura. Trato de dar a mis letras el mismo trabajo y pulimiento que le doy a la melodía y armonía. Hay canciones que me gustan mucho por su letra. La realidad es que la música nos entra por el sonido, por algo nos gusta música en otros idiomas, pero trato de darles un buen trabajo. Lo que más me obsesiona es lograr entrelazar letra, melodía y armonía, y que se conjugue perfectamente. Quiero que, si quito la letra, la melodía y la armonía hablen de lo mismo de lo que estoy hablando. No quiero que la letra sea el único soporte de sentido. Y lo mismo con la melodía. Si la quito, me gusta que la letra se pueda sustentar. Cada canción es toda una gran obra. Soy fanática de la canción y me di cuenta tarde. Hay muchas maneras de hacer música y el formato canción me chifla. Me volví cancionista.

La fina línea – letra y música : Paula Maffia
Realización del video: Pablo Bochard / Jeremías Trimboli
Edición de sonido : Lucía Depaoli

─¿Cómo es tu trabajo de composición?

Creo que hay tres tipos de canción. Una es la canción que viene sola. Eso me pasó con “La fina línea”, es una canción que me bajó entera. Venía enfrascada en muchas cuestiones y en el trayecto del colectivo me llegó la canción y la letra. Es la canción que viene como un rayo e impacta en la cabeza. Otras canciones funcionan más como magnetos, como que hay una idea dando vueltas. “La rama y la flor” tuvo que ver con ese “quiero escribir con algo que tenga que ver con la herencia, el legado, el ciclo de la vida, un maestro y un aprendiz, una madre y un hijo”, todo eso que se deposita en otro con amor. Un amor que, sin ser especulativo, es una vuelta al pasado. Te doy esto porque alguien me lo dio a mí, este es todo mi conocimiento, mi experiencia o mi amor, y cuando llegue el momento, dáselo a alguien vos también. “La rama y la flor” es un ejemplo de canción macerada, el resultado de un pensamiento que por mucho tiempo tuve en la cabeza, y un día logré expresarla. Y por último está la canción más convencional, la canción elaborada, que es encontrar la letra, la melodía o un riff, y se va trabajando. Se arma desde el ensamble, por eso es la canción mecánica, y muchas veces llega a ser muy trabajada y pueden ser grandiosas.

─En “La rama y la flor” decís “Yo también quiero cosas bellas pero Dios no lo admitió”. Es una metáfora muy fuerte y se nota que hay un trabajo de lenguaje que lo refuerza. ¿Cuáles son esas cosas bellas que Dios no admitió y quién es ese Dios?

Hablé de Dios porque la canción tomó un tono muy folklórico y lo siento como alguien que provee. Puede ser la naturaleza. La rama no nació dura, fue un brote blando, y siendo un brote blando podría haberse convertido en pétalo, pero no, ella fue endureciéndose. Ella no va a ser hermosa sino que va a ser la responsable de generar la belleza, y algún día esa flor dará una ramita a luz y se sucederá ese ciclo. Tiene que ver con el ciclo de la creatividad. Hay gente que nace para generar cosas nuevas y posiblemente morir inadvertido. Después hay gente que viene a tomar eso y popularizarlo. No está ordenado de un modo inteligente y uno no elige en qué lugar cae. Hay gente que labura toda la vida y queda siempre ocultada en algún lugar porque es demasiado distinta y no entra en ciertos cánones, y después llega una generación nueva y se descubre. Son dos personalidades muy necesarias para el arte. “La rama y la flor” es el resultado de una cosa que tenía en la cabeza y de pronto miré un árbol y me di cuenta de que estaba todo ahí. Eran imágenes y sensaciones, lo vi y fue clarísimo, pero lo dejé macerando un tiempo.

Artista: Paula Maffia
Almuerzo: Canastitas de queso rellenas con verduras
Canción de su autoría: La rama y la flor

 ¿Pensás que hay algún estilo que te identifica y que el público rápidamente puede reconocer en tus canciones?

Mi música tiene una proporción muy extraña de agresividad y ternura. Los dos rasgos en igual proporción. Me identifico mucho con esa cosa desequilibrada. Sé que soy una persona muy bestia pero también sé que siempre manejo todo desde el cuidado extremo. Son dos características mías en igual cantidades, y mi música habla de eso, hay algo muy expuesto y en carne viva, pero sin ningún tipo de rencor o enojo. Es una agresividad lúdica e infantil. Eso es “ojos que ladran, corazón que no muerde”.

─¿Cómo pensás que se encuentra el escenario porteño para las bandas emergentes?

Creo que la proliferación de los centros culturales fue una gran victoria. No fue espontáneo. Tuvimos que estar ahí bancando los trapos y muchas veces tuvimos que tocar en la clandestinidad. Después de la masacre de Cromañón todos los músicos y las personas que concurríamos a los shows nos dimos cuenta de que veníamos convocando a nuestros públicos hacia trampas mortíferas. Cromañón fue el lugar donde ocurrió la masacre, pero podría haber sido en cualquier otro lugar.

Con Acéfala tocábamos en antros punks terribles. Yo tenía 18 años y lo único que quería era escuchar música, tomar cerveza y estar con amigos. Ocurrió lo de Cromañón, y  por supuesto, la banda tiene mucha responsabilidad, pero no solo la banda. Me di cuenta de que quiero garantizar de mi parte, y de la productora también, que donde sea que toque sea apto para la gente y que se puedan prever los imponderables. La responsabilidad es de todos los que formamos parte de esa escena: público, músicos, técnicos, fotógrafos, productores. Es muy importante no estigmatizar a la música, no clausurar lugares sólo por estar tocando con una guitarra, porque eso lleva a tocar en clandestinidad. Y después fueron apareciendo los Centros Culturales y la lucha por darles una entidad seria y legal.

─¿Cómo ves a las nuevas bandas que están emergiendo?

Siempre hay bandas nuevas surgiendo y también están las bandas viejas. No hay mucha movilidad. Hay un punto intermedio donde, como banda ascendente, llegás con facilidad y ahí la tenés que remar un montón para quedarte y no bajar, pero  posiblemente no trasciendas a otro lugar.

Y quizás es porque esos últimos tronos de astros latinoamericanos o nacionales del rock ya no van a volver a ser. Ya no van a volver a haber Charlies o Spinettas o Ceratis. Ya no van a haber grandes astros porque no existe una industria discográfica que genere ídolos. No vamos a extrañar, tampoco, esa cosa del rockstar. Para mí está bueno que el músico tenga una experiencia del cotidiano. Cuando se tienen que aislar, moverse en carruaje, vivir lejos del público, cualquier artista empieza a escribir canciones sobre cómo le duele la fama.

 

─Hoy no hay, tampoco, “fans” como los eran antes. No hay tiempo para ser fanático. ¿Pnesás que es la contracara de lo que decís, pero desde el lado del público?

Siempre hay gente que se siente identificada con algún producto y se vuelve loca con ese producto. Sino no existirían los teen idols. La música tuvo un quiebre enorme, uno de los más grandes desde que se pudo empezar a imprimir y divulgar música, y un último gran quiebre cuando se empezó a digitalizar la música y uno pudo grabarla en su casa, pero mayor a ese me parece el quiebre de los ’50 cuando los jóvenes empiezan a ser parte de la música. Aparecen los primeros ídolos. Fue algo social y ocurrió a nivel mundial. Estados Unidos, años ’50, esplendor económico, y los jóvenes ya no dependen de los padres. Las chicas salen, los chicos salen, el chico se compra una moto y pasa a buscar a la chica, ¿qué van a ir a ver? No van a ir a la Opera. Quizás vayan a un sucucho a escuchar jazz. Pero lo importante es que aparecen los jóvenes que hacen música. Aparece Elvis. Los que cantan sobre cosas que los jóvenes quieren y hacen. Y se descubre que estos jóvenes tienen un afán enorme por consumir y que además tienen guita. Lo que ganan lo ponen con comprar una guitarra, o un disco, o un ticket para un show. De ahí nació el rock. Es, por definición, un género musical que habla de la juventud.

─¿Estás pensando en algún proyecto a futuro?

Este año presenté dos discos. El jueves es la presentación del nuevo disco de Las Taradas, después tengo el show con la Orgía, y quedan un par de shows medios solistas. Quedan, también, un par de viajes por Mar del Plata y Río de Janeiro, así que ahora estoy en un proceso inverso de tratar de pegarme al día a día. Estoy meses adelante de mi día a día y eso me enfermó y me cansó mucho, me generó mucho insomnio y dependencia de lo que viene, y no pude registrar lo que me estaba pasando ahora. Tengo que volver un poco más a la etapa del aquí y ahora que se suele vincular a la etapa de leer, de dibujar, de poder estar en contacto con la persona que está acá y necesita volver a la cotidianeidad.



¿Quiénes conforman la Orgía?

Paula Maffia – voz, guitarras
Carla Nicastro – batería, percusión y coros
Lux Pérez – Trompeta, corno y coros
Natalia Sabater – Acordeón y coros
Clara Testado – Bajo
Foto de Portada: Natalia Labaké

Dónde escuchar a Paula Maffía:

Disquería Mercurio (Avenida Santa Fé 2729, Local 10)
Bandcamp: http://paulamaffia.bandcamp.com/

Tal vez te puedan interesar las siguientes entrevistas:

Nahuel Briones
La Familia de Ukeleles
Otro Mambo
Palta
Dany Riaño (Desierto&Agua)

TE PUEDE INTERESAR