Un viaje al diario | A 12000 kilómetros de casa

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¿Qué rumbo tiene que tomar este año? ¿Qué narrativa se puede construir con una pregunta puramente potencial? Los 12000 kilómetros que me separan de casa me ayudan a que ese interrogante carezca de importancia o de sentido, que es prácticamente lo mismo. Pero eso, que por un lado puede ser alivianador, también genera desolación



Este es el primer año que empiezo tan lejos de casa: prácticamente 12000 kilómetros me separan de lo que hasta hace unos meses era mi cotidianidad y, al mismo tiempo, los límites palpables del mundo. El horizonte de todo lo que se puede construir y destruir en un periodo de 12 meses, en este contexto, es para mí todavía más neblinoso que de costumbre, sobre todo si se tiene en cuenta que en los últimos años la incertidumbre fue la norma generalizada. 

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En Inundación, Eugenia Almeida plantea lo siguiente en torno a la escritura: “Gastar el lenguaje. Frotarlo. Hacer que pierda su primera capa por efecto del desgaste. Hacer que abandone la correspondencia inmediata. La previsible. La que busca la ingenuidad de nombrar las cosas en base a la referencia o a la analogía. Buscar una palabra, una sola”. Creo que el trabajo con los sentimientos en los primeros días del año es igual: no dejarse seducir por los lugares comunes de la época. 

La medida del tiempo es una de las ilusiones más aceptadas en la que nos encontramos envueltos: hoy, cinco de enero, el año se presenta como amplio campo a recorrer. Seguramente, en pocos meses, mute su forma a un pequeño pueblo medieval, en donde las calles son tan angostas y en subida que ningún auto puede transitar

¿Qué rumbo tiene que tomar este año? ¿Qué narrativa se puede construir con una pregunta puramente potencial? Los 12000 kilómetros que me separan de casa me ayudan a que ese interrogante carezca de importancia o de sentido, que es prácticamente lo mismo. Pero eso, que por un lado puede ser alivianador, también genera desolación: la libertad siempre trae nuevos compromisos y riesgos; y es hora de aceptarlo de una vez por todas. 

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“¿Era un año largo como un siglo /o un siglo corto como un día?”, se pregunta Cristina Peri Rossi en un poema. La medida del tiempo es una de las ilusiones más aceptadas en la que nos encontramos envueltos: hoy, cinco de enero, el año se presenta como amplio campo a recorrer. Seguramente, en pocos meses, mute su forma a un pequeño pueblo medieval, en donde las calles son tan angostas y en subida que ningún auto puede transitar: todo, de nuevo, va a ser por tracción a sangre. 

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Y es, justamente, en ese pueblo medieval en el que estoy yo ahora: después de recorrer ciudades enormes por fin de año, como Florencia, Bologna o Milán, de nuevo estoy en este lugar que apenas supera los mil habitantes. Se podría decir que es una manera despojada de empezar el año, pero ese diagnóstico no tiene en cuenta la mochila pesada de la ansiedad y la pregunta inevitable sobre el después de esto. 

12000 kilómetros es el equivalente a 30 viajes a la Costa Atlántica desde la Ciudad de Buenos Aires. Ya recorrí ese trayecto, e incluso creo que lo excedí. No me es ninguna novedad trasladarse para buscar una sensación nueva

Pero como no quiero mirar a ese futuro incierto, entonces me centro en el pasado. 12000 kilómetros es el equivalente a 30 viajes a la Costa Atlántica desde la Ciudad de Buenos Aires. Ya recorrí ese trayecto, e incluso creo que lo excedí. No me es ninguna novedad trasladarse para buscar una sensación nueva. Una canción muy bella de Ainda junto a Bándalos Chinos dice: “Te quiero más/ Que los kilómetros que harás/ Para alejarte de esta ciudad/ Para descubrir algo, algo”. El desafío parece ser, entonces, no solo recorrer ese trayecto, sino querer esa distancia y quererme a mí recorriéndola; realmente un objetivo pretencioso.  

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