1 – Diez meses viviendo en Barcelona, una ciudad que puede ser muchas ciudades al mismo tiempo. Sin embargo, suele elegir ser ninguna.
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2 – Los edificios góticos y medievales contrastan con otras partes de la ciudad: el fino cartón del decorado se vuela al primer viento. Todos somos extras.
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3 – El 12 de octubre (el Día de la Hispanidad como lo llaman acá y también la derecha argentina) la avenida principal amanece con banderas de España en ambos lados. Como el día es feriado, solo pueden verlas los migrantes que cargan en los bolsillos las llaves de locales ajenos.
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4 – El día de la diversidad cultural, como lo conozco yo, transcurre en cada esquina de cada barrio: las palabras de idiomas diferentes se mezclan en el aire del otoño. El entusiasmo inicial se acumula en el piso como las hojas de los árboles.
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5 – A veces pienso que Barcelona es un all inclusive perverso: detrás del brillo y el lujo, nada está incluido.
6 – Los turistas siempre están felices. Yo fui uno de ellos, pero ahora soy un melancólico que piensa en su país. Sus bolsas llenas contrastan con mi mirada vacía.
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7 – La primera palabra en catalán que aprendí: «5 EUROS».
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8 – Esta ciudad le dio la espalda al mar durante siglos. Como venganza, la lluvia no visita nunca esta zona. El agua como divisa de intercambio es una pequeña muestra (no gratuita) del futuro.
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9 – La mayoría de los bares cierran a la medianoche. Cuando caen las persianas metálicas, miles de personas repiten el sentimiento de irse de un lugar antes de lo que quisieran.
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10 – Así las cosas: Barcelona alegra y lastima de la misma forma que una promesa que no se cumple.
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