Crónica de un comienzo: retratos de una peregrinación a Lujan

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La madrugada de ese día había estado lloviendo mucho y por la mañana el cielo todavía estaba gris. Empecé a preguntarme a mí misma si el evento se suspendería hasta la semana siguiente y decidí buscar información al respecto. Pronto me enteré de que la marcha no se suspendía por mal clima y no pude evitar pensar que lo que movía a los participantes y organizadores era muy fuerte; nada en el mundo les impediría emprender viaje.

Llegué a Liniers yendo por la Avenida General Paz en colectivo. Ni bien me bajé pude entender que en esa parada no había gente con un espíritu común. Ellos tenían un objetivo, una misión: llegar a Luján caminando. Eran muchos, divididos en distintos grupos. Bajando de colectivos comunes o escolares. Algunos con una sonrisa de oreja a oreja, cantando o hablando con sus compañeros de ruta. Otros, probablemente los primerizos, miraban con cara de concentración todo lo que sucedía alrededor.

Opté por bajar por un caminito de cemento muy sucio, lleno de volantes que una empresa de telefonía había estado repartiendo poco tiempo antes de mi llegada, aprovechando el gran caudal de potenciales clientes que podrían captar. Pero era claro que los peregrinos de la Virgen de Luján no tenían intenciones de pensar en contratar una línea telefónica en ese momento. Su deseo por el contrario era claro y firme: llegar a Luján.

Ya debajo del puente que cruza la Avenida Rivadavia, me encontré con una parrilla improvisada que dos o tres personas habían colocado para vender hamburguesas a los peregrinos. No estoy segura de que el negocio haya sido fructífero, no vi a una sola persona comprando durante todo el tiempo que allí estuve. Al lado de los parrilleros, una imponente imagen de la virgen que doblaba el tamaño de una persona de altura normal, miraba a los peregrinos que cruzaban el puente, punto de partida oficial de la caminata. Varias personas observaban a la figura, concentrados, irradiando ternura y lealtad a la Virgen de Luján.

Sobre Rivadavia,  en frente del Bingo ubicado a pocos metros del puente, una pequeña plazoleta fue el lugar indicado para seguir impregnándome de la energía que tenía toda esa gente. Tenía mi anotador en la mano cuando una señora de acerca a preguntarme “¿Estás escribiendo intenciones para llevar al templo?”. Todas las fachadas de las casas que están sobre la avenida Rivadavia se veían muy viejas y deterioradas.  Las veredas de adoquines grises, también en mal estado, dejaban ver algunos espacios donde el piso de concreto se había salido y habían crecido algunas hierbas silvestres. A mi derecha, a treinta metros, estaban las vías del tren cercadas por un alambrado. Todo esto le daba a Liniers un aspecto de mucha humildad y descuido del espacio público.

“Pilotos por $10”, escucho muy bajo a un vendedor ambulante. “Lentes, gorros, banderas” se encima  la voz de otro. Mientras tanto muchos grupos seguían pasando por al lado mío, cada uno con distinciones que su parroquia les había entregado para llevar durante la caminata. Podían ser gorros, vinchas de colores, banderas, pecheras, eso no importaba. Lo sí interesaba realmente era el sentido de pertenencia a un grupo con una causa en común, impulsada por la fe en la Madre de Dios.  Empecé a escuchar música muy fuerte. Miré hacia el puente y vi que se acercaba un carrito lleno de flores. Una vez que se alejaron por la avenida siguiendo el camino de la peregrinación, leí que allí dentro estaba la imagen cabecera de la Virgen de Luján que los acompañaría durante todo el camino. En la parte inferior del carrito, muy cerca del piso, había un equipo de música.

“Dios te salve María, llena eres de gracia, que el señor sea contigo”. Un grupo de peregrinos había comenzado a orar. A ellos se les sumaban algunos viajeros solitarios, que solo tenían de líder a su fe y a sus ganas de llegar de pie al santuario. “Bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Comencé a seguirlos. El ruido del tren que pasaba por la estación de Liniers no impidió en ningún momento que el sonido de la voz de la persona que encabezaba la oración fuera más bajo. Advertí que dos viajeros estaban mirando como yo caminaba. Poco después entendí que sus miradas iban hacia mis botas de lluvia.  Probablemente creyeron que pretendía llegar a Luján caminando con ese calzado y se lamentaron de solo pensarlo. Ellos estaban vestidos con ropa deportiva: pantalones de joggings, calzas, zapatillas, mochilas.

Estoy segura de que ese suceso me predispuso a observar que muchos llevaban paraguas colgados de sus  mochilas. El cielo se fue poniendo poco a poco más gris pero a ellos no les modificó el ánimo en absoluto. “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores”. Algunas personas del grupo de gente que seguía rezando el Ave María, tenía atravesado de la solapa de sus mochilas un bastón de madera. El camino era largo y duro. La recompensa era muy grande: llegar a ver a la Virgen María y llevar todas sus oraciones, peticiones, agradecimientos e irse repletos de emociones. “Ahora y en la hora de nuestra Muerte, Amen” Los chicos tenían razón y mis botas comenzaban a hacer que me duelan los pies. Por tal motivo comencé a volver hacia el puente.

Ya de frente a los peregrinos que seguían largando, vi un grupo de amigos que se saludaban con un beso y un abrazo para emprender el viaje. Pronto, se hicieron la señal de la cruz y comenzaron a rezar, “Dios te salve María” les oí decir. Quién sabe cuántas oraciones a la virgen se estarían rezando en ese momento a lo largo de ese camino, tampoco podría saber cuánta gente estaría desde sus hogares pidiendo por esos viajeros. Ya otra vez arriba del puente, sobre la Avenida General Paz, observé por la Avenida Rivadavia una larga cola de peregrinos que a medida que se iban por el horizonte, se veían cada vez más pequeños.