De la muerte del Hombre a la muerte del Género

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El despliegue de la sexualidad (…)

estableció esta noción de sexo”

Michel Foucault

Hay que repensar la subjetividad a partir de las transformaciones cognitivas y libidinales del sujeto en un momento histórico en el que las antiguas formas de representación entran en crisis. Los discursos dominantes construyen ideas sobre el sexo dentro de relaciones de poder (regulaciones de la población) y naturalizan ciertas dicotomías que hoy se encuentran en crisis. “El poder está en todas partes”, hay una economía del poder que regula la sexualidad y que Foucault supo advertir como omnipresente y constructivo: es una experiencia inmediata donde el cuerpo tiene mucha importancia. Son esas relaciones de poder las que, en determinado momento histórico, establecen cuáles serán los modos de mirar el mundo (y aunque siempre con resistencias, es imposible comparar las estrategias de los poderosos con las tácticas de los subordinados). No existe algo tan inocente como una “idea” sino que los discursos son inseparables de su inserción en una inmanencia radical (término propuesto por Michel Henry para referir a las prácticas en las cuales el sujeto se crea y reproduce) y en su posición dentro de las relaciones de poder. Estos discursos, una vez naturalizados y entendidos como un sentido común permiten justificar ciertas prácticas discriminatorias contra aquellos entendidos como “deshumanizados”, “animales”, inferiores por no entrar en las categorías socialmente aceptables, prácticas entendidas como “antinaturales” (como lo fue y lo sigue siendo la homosexualidad) cuando en realidad lo que es normal o antinatural o considerado bueno o malo varía a lo largo de la historia y tiene que ver con la construcción discursiva del mundo que realizan las clases dominantes a través de la hegemonía.

Michel Henry nos recuerda que el sujeto no puede ser entendido como universal por fuera de las realidades sociales que lo determinan en la praxis a través de distintos condicionamientos en diferentes momentos históricos. Es decir, hay que entender al sujeto dentro de esas realidades. Son construcciones históricamente determinadas que no han de entenderse de una vez y para siempre; construcciones que se hallan en tela de juicio y deben ser sustituidas por otras que den lugar a la inclusión y la integración en base a las diferencias, que lejos de obviar las particularidades haga de ésta una razón de inclusión y permita a las personas encontrar representatividad en los sistemas actuales. Los discursos determinan las maneras de pensar y entender la subjetividad, crean un sentido común sobre el mundo como si éste siempre hubiera estado ahí para conocerlo. Objetivar al sujeto es matarlo, convertirlo en pura esencia y desligarlo de su dimensión práctica y vívida. Ya nos advertía Nietzsche que la muerte de Dios es la muerte del hombre como ese sujeto humanístico y universal y que las antiguas formas de subjetividad comenzaban a entrar en crisis. Hay que seguir estos pensamientos y hablar también de la muerte del Género con “G” mayúscula, como dispositivo de poder y como una sustancia que nos lleva a entender a los sujetos por ser de un género en función de su sexo. Es necesario poner en evidencia el lugar desde el cual se posiciona un autor a la hora de construir un objeto de  estudio, puesto que todos parten de la subjetividad propia de su contexto cultural: el conocimiento es siempre conocimiento situado, y es hora de romper con la objetividad radical que se pretende imparcial y universal. Debemos recordar la advertencia de Foucault: el sujeto se produce en las propias prácticas inmersas en relaciones de poder y esas prácticas deben ser acordes a las necesidades sociales y económicas de ese momento histórico particular. Entender a la subjetividad y las identidades de esta manera nos permite alejarnos de la visión binaria del género y el deseo heterosexual, para pasar a pensarnos como una humanidad unida por las diferencias que antes de ser entendidos desde categorías del poder, nos permite vernos como parte de un mismo proceso del que formamos parte, en el cual construimos y reconstruimos el mundo en el que vivimos y en el que quisiéramos vivir.

Es necesario encontrar de nuevo el lugar del cuerpo en la experiencia, poner en tela de juicio aquello que se nos aparece como obvio y desnaturalizar el sentido común del lenguaje que utilizamos diariamente. ¿Pensamos que las cosas están dadas de una vez y para siempre y nosotros hemos de acceder a ellas a través de la verdad? La respuesta es más que clara: “las verdades son ilusiones que hemos olvidado que lo son” decía Nietzsche, y no existe ninguna realidad externa y superior al lenguaje y las prácticas de los sujetos que se encuentran en su mismo plano, construyéndola, deconstruyéndola y reconstruyéndola constantemente. No hay una verdad única y absoluta, y los discursos son construcciones históricamente situadas, legitimadas por la dominación de aquellos que ocupan posiciones privilegiadas en las relaciones de poder. Entendiendo esto, hay que repensarnos unidos por nuestras diferencias en un mundo en el que debemos sentirnos y experimentarnos como iguales e ir derribando las fronteras que durante tanto tiempo se empecinaron en construir en vías de un discurso dominante, político y jurídico, para establecer determinado orden social acorde al momento que se vivía. Un orden social creado para separarnos que con el giro epistémico del Siglo XX comienza a ser cuestionado. Rompamos con la idea de una única y universal identidad de género. Probemos dejar de ser por un momento y comenzar a experimentarnos desde otro lugar.