Todo acabará en los libros

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En el marco de la 40° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, siendo Argentina uno de los países latinoamericanos con más larga y rica tradición literaria, se reabrió el debate acerca de las sociedades de información y el impacto de la nueva era digital en las prácticas de lectura. En este contexto, es necesario traer a escena algunas consideraciones fundamentales para alejarnos de las viejas posturas pesimistas y optimistas que existen al respecto, y tomar las herramientas que nos brinda la nueva realidad social para mejorar y acrecentar las prácticas culturales de lectura de un modo más universal e integral, democrático y participativo. Por eso, es necesario reabrir el viejo debate entre los llamados apocalípticos e integrados (1).

Todavía se rumorea que la era digital acabará con los libros. Pero la era digital llegó hace tiempo, y todavía podemos decir que vemos a diario personas leyendo en los colectivos, en los parques, en los cafés, y hasta caminando por la calle sosteniendo la existencia inmersa entre páginas blancas llenas de palabras. El libro, magnífico invento del hombre y devenido gran empresa transnacional, todavía nos genera sensaciones irrepetibles. Únicas. (2) Estas dos palabras contienen la singularidad que se mimetiza en la época de los grandes intereses generales y la universalidad. Aún así, los apocalípticos, cegados por su catastrófico temor al cambio, parecen pasar este hecho por alto. Siguen siendo los conservadores de la cultura, los que se aferran desesperadamente al pasado, los reaccionarios. Pero ya no hay vuelta atrás: la tecnología llegó para quedarse.

En todas las etapas de la historia podemos encontrar el debate entre apocalípticos e integrados: el clásico histórico de la humanidad. Algo similar ocurrió en los albores de la ciencia, con los que fueron quemados en la hoguera por atreverse a decir que la tierra gira alrededor del sol y que somos el resultado de una gran explosión y no tanto de un gran dios. Si rastreamos las coyunturas históricas, cada nuevo salto de la humanidad amenaza el status quo. Sólo después se supo que la ciencia mata, pero también prolonga la vida. La ecuación es sencilla: Internet no es bueno ni malo (3). Esas categorías pertenecen al hombre. Nadie puede impedir que los medios sean usados para conseguir fines egoístas (4) e incluso alejados de su idea originaria –sino recordemos lo que sucedió con la pólvora de Einstein. Con esto no decimos que estas prácticas deban pasarse por alto: sin duda deben ser analizadas desde una perspectiva crítica sobre la nueva racionalidad técnica y la culturalización tecnológica.

Pero Internet es, a su vez, una gran herramienta para informar, como lo puede ser para desinformar, y nada garantiza que la velocidad de transferencia de información haga que ella sea más o menos creíble. Si un recurso propone la distribución gratuita de toda la información deseable para la mayoría de los habitantes de una comunidad por igual, ¿no deberíamos estar festejando un triunfo de la democracia? Claro que todavía falta que Internet sea accesible para todos. Pero ese es otro tema que merecería un artículo propio. Lo que realmente asusta es que, por su enorme potencialidad, el mundo virtual pueda ocasionar resultados aterradores. Contestaré como lo haría un integrado: si se usa bien, sus resultados podrían ser maravillosos.

Acceso a ensayos, documentos de los lugares más recónditos del mundo, novelas de autores japoneses traducidas al francés, al italiano, al español… un verdadero festín literario. Es cierto que nadie acabará con los libros (5), si por libro no nos reducimos al dispositivo técnico (6) que es apenas el soporte material sobre el cual la esencia y la sustancia “libro” se deposita. Quizás con los años asistamos a la desaparición del objeto como ahora lo conocemos. No lo sé, y no creo prudente realizar futurismo al respecto. Pero lo que sí es cierto es que, gracias a las nuevas tecnologías y a la era digitalizada, los libros seguirán “ahí”, en ese vasto universo virtual, no importa cuántos años pasen, y siempre podremos volver a leerlos y fascinarnos con las mismas historias y con otras también, y seguiremos adaptándonos a las nuevas invenciones del hombre. Así como alguna vez debimos adaptarnos al libro y luchar contra todos los que pensaron que ellos debilitarían la tradición mnemotécnica del habla.

Notas y fuentes

[1] Concepto propuesto por Umberto Eco en  su libro Apocalípticos e integrados, 1965, para hacer referencia a las posturas extremistas acerca de las consecuencias de los medios de comunicación en la cultura moderna.

[2] Carlos Fuentes en su diálogo con la radio colombiana RCN habló de que el formato perdurará y continuará generando sensaciones que otros objetos no pueden proporcionar.

[3] Saramago, José: ¿Para qué sirve la comunicación?. Buenos Aires, 1995.

[4] Para Nietzsche no existen las acciones desinteresadas

[5] Eco, Umberto; Carriere, Jean-Claude: Nadie acabará con los libros, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2010.

[6] Entendido como lo plantea José Luis Fernández, herramental tecnológico que permite el intercambio discursivo más allá del contacto “cara a cara”.