Entrevista a Fabiana Rey: «la metáfora es infinita».

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Fabiana Rey es actriz, directora y dramaturga. Es, también, una amante de la poesía argentina y latinoamericana, y gran parte de su trabajo tiene que ver con las ganas de encontrar la poesía que lleva encarnada en el cuerpo y en la vida, y hacerla brotar en el devenir performático. De eso trata, entre otras muchas cosas, “Los poetas molestos”.  En continuidad con otras puestas en escena de poéticas como las de Alejandra Pizarnik, Olga Orozco o Atahualpa Yupanqui, esta obra se inspira en la poesía maldita, ahonda en sus profundidades y saca a luz “un nuevo nacer poético”. De la mano de Nicolás Magnini y Florencia Fernández Feijóo, “Los poetas molestos” busca una conexión eterna con los instintos más salvajes y revive una palabra originaria que compone los ritmos y los movimientos de la obra. La obra es un estallido animal que no reprime la lengua romántica y que se apoya en la poesía y en los recursos audiovisuales para que la puesta en escena cobre vida y encarne en el cuerpo y en la sensación más honda de cada espectador.

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¿Por qué están “molestos” estos poetas?

─ Es esa molestia que se genera cuando se intenta dar tanta estructura a la poesía. Atahualpa es poeta, pero no sólo por escribir poemas y editar libros. Su vida entera es poética. Cuando nos volvemos racionales, cuando intentamos buscar los adjetivos, cuando tratamos de definir la poesía o buscamos que encaje la palabra en la poesía, casi a la fuerza, eso lo que molesta. La poesía tiene que ver, también con el sinsentido.

Después de ver la obra, cuando volví a casa, no podía sacarme de la cabeza el primer texto que dijeron en escena, decía algo como “el alma está muy lejos de todo razonamiento”…

─“A esta treta del destino que quisiera, amor, que estemos juntos más allá de toda distancia del pensamiento, y nos hace ver que el alma está muy lejos de todo razonamiento vacuo y hostil y nos asegura un refugio posible en este celeste abismo”. Es el manifiesto de los poetas molestos. Se repite, se retoma a lo largo de la obra, es muy performático.  Uso el “aquí y ahora”, el devenir performático.

¿Cómo decidiste que la poesía tenía que ser parte central de tu devenir performático?

─Recuerdo que, en una de mis clases de teatro, una compañera llevó un trapo de piso, salió a escena, y comenzó a escurrirlo. ¿Viste ese sonido que hace el trapo de piso cuando lo escurrís? Bueno, la escena se repetía, y cuando se hubo instalado el sonido del trapo en el fondo de la escena, en el fondo de nuestras cabezas, ella dijo: “Llorar. Llorar a lágrima viva”. Ese fue el flechazo que me pegó la poesía. Esa capacidad de decir, en ese breve segundo, con tan pocos elementos, y a la vez estar diciendo tanto.  Desde ese momento quise sentir la poesía en el cuerpo.

La poesía es algo recurrente en tus obras. Atahualpa, Pizarnik, Orozco, y ahora, en “Los poetas molestos”, resuena el eco de “los poetas malditos”.

─Los poetas molestos no nacieron como ellos mismos. Es un cúmulo de proyectos, de archivos, de escritos que en un momento determinado quise y necesité rever. Siempre escribo con distintos formatos. Era como una “poesía enmarañada”. A toda sonoridad siempre le agregaba el componente visual, podía imaginarlo, y la idea tomaba forma en mi cabeza.

¿De ahí tus ganas de ser Directora a la vez de actriz?

No fue una decisión consciente. Es ir haciendo. En ese “tener que hacer”, llevar adelante tu proyecto, se va dando sólo.

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En una de las escenas perdés un texto, no lo encontrás, lo buscás desesperadamente… y lo encontrás, y llorás, y en ese punto máximo de llanto, rompés en la risa. Esa escena me rompió la cabeza, ¿querés hablarla un poco?

─Esta buenísimo lo que me decís. Es una escena muy conceptual. Lloro algo que no tengo. Lo tenía frente a mis ojos, pero no lo veía. Ahora lo tengo. Lo creía perdido. Lloro teniéndolo en frente mío, entre en mis manos, y lloro porque lo creía perdido y me di cuenta de que era importante. Lloro una ausencia. Al encontrarlo, te das cuenta de la ausencia. Es un revés. Se le da una vuelta más a todo. Es lo que intentamos hacer en Los Poetas Molestos: revertir lo que parece ser una consecuencia lineal de algo. No lo encuentro, estoy preocupada. Lo encuentro, sigo llorando, porque en su ausencia me di cuenta de su importancia, y su presencia, ahora en mis manos, me remite a esa ausencia. Y eso no es otra cosa que la necesidad del poeta de sentir una ausencia para poder conectarse con las cosas. Los poetas malditos, sus vidas, ellos mismos y la poesía, son lo mismo. Pizarnik se considra la poeta maldita argentina. Su muerte es parte de su vida poética y maldita.

Hoy, que todavía perduran muchos de los cánones antiguos de lo que es o debe ser bello, de lo que es o debe ser el arte, y que a veces aparecen estas vidas malditas, incomprendidas en su tiempo, que tratan de encontrar en el horror lo más hermoso, en la mayor de las miserias humanas la más grande de las historias para contar. En cierto modo, “Los Poetas Molestos” también se la juega, busca esos instintos más animales, más profundos, ahonda en lo horroroso…

─Creo que Los Poetas Molestos están en el medio. Hay una molestia nuestra, muy interna, de Nicolás, de Florencia y mía, una molestia por esta búsqueda constante de la racionalidad. Es algo que todo el tiempo intentamos poner en jaque. Nosotros no somos humanos, somos eternos, y esas almas se vuelven a reencontrar. Ese jolgorio que se escucha que sale del camarín, que sale como en una especie de fiesta, son las almas que se reencuentran después de siglos y tratan de recuperar la memoria de ese manifiesto que los había unido en algún momento de la eternidad. Todas las escenas ya vienen de antes. Ya todo está empezado. Trabajamos con ese imaginario. El ritmo de la obra es circular, se reconoce que hubo entre ellos algo muy importante, necesitan abrir una puerta pero no encuentran la llave correcta.

En la eternidad poética nos volvemos a percibir, y en esa percepción, para poder unirnos, tenemos que recordar ese manifiesto que nos unió. Estamos buscando en la memoria, tratando de recordar, tratando de encontrar bien las palabras.

Y los personajes son como almas erráticas y animales…

─Perversos. Locos. El goce de la locura. La escena en la que Nico dice “He venido de cazar” representa eso.  Yo soy una energía que lo domina. A esa alma le dije: “Andá y conectáte con la muerte, con el animal muerto”. Y él lo sintió como un deber. Sufre el ver la sangre en la nieve, viene y me lo reclama, “Ya lo hice, ¿y ahora qué?”. Es algo de maldito, someter a esa persona que viva esas cosas, y ahí está el juego entre nosotros.

Nicolas

Lo que yo me pregunto es cómo pudieron encontrar, Nicolás y Florencia también, esa conexión con los personajes…

─Filmamos cada ensayo. Mirábamos cómo nos movíamos, qué es lo que hacíamos juntos, veíamos un sentir de los tres que se iba profundizando cada vez más. Eso me ayudó a acomodar todos los pensamientos. Yo trabajo con gente que se entusiasma, porque sino, no se llega a ese punto. Trabajamos desde nuestra óptica, una atmósfera donde el público se mete, no como público, sino como parte de esa atmósfera. Estos poetas tienen muchas manías malditas, se roban sus textos, y en cada performance encontramos algo nuevo. En esta, por ejemplo, el signo de hacer polvo la palabra al arrugar un papel. Todo siempre dentro de las mismas pautas, pero con alguna variación. Y los tres nos compenetramos y la sentimos. Es algo que conceptualmente estaba comprendido desde la base, y lo fuimos profundizando, seguimos experimentando.

 ─Hay un fotógrafo que registra todo durante la obra, ¿es parte de la puesta en escena?

─Si. Es la contemporaneidad. Esto de hoy, de que todo tiene que ser registrado. Hay una cámara filmando todo el tiempo. Nico, en una parte, habla a la cámara y cuenta lo que acaba de ver, que ha salido a cazar, que ha visto sangre en la nieve, y lo cuenta más coloquial, para la cámara. Hay una locura de lo que hoy sería ese registro. Tenemos miles de fotos de cada función, y el fotógrafo es un performer. Se mete en la obra.

Cuando decís que el sentido de la obra es “superar falsas interpretaciones que se hacen de la poesía”, ¿es que pensás que hay “una” interpretación “verdadera”?

─Muy buena pregunta, porque me gustaría esclarecerlo. No. Tiene que ver con aquellos que dicen que la poesía tiene que tener una rima, una métrica, un sentido único que todos deberíamos comprender. Esa es la “falsa interpretación”, la idea de que hay “una interpretación única y verdadera”. En el nuevo decir poético, las falsas interpretaciones es cuando te dicen “la leo, pero no la entiendo. No entiendo la poesía”, y se frustran. Así, no se accede a la poesía, porque se la juzga.

La poesía tiene que ver con la posibilidad de agilizar el músculo de la interpretación y armar tu propia metáfora. Podés practicar jugar con la imaginación, ver qué te provoca, la sensación que te deja… la metáfora es infinita.

¿Qué es lo que para vos sigue siendo un desafío en Los Poetas Molestos?

─Mantener el aquí y ahora pleno de uno. No actuarlo. Estar tan presente en lo que estamos haciendo y no “haciendo que lo estamos haciendo”. No me hago el que soy un animal. Nico trata de encontrar su verdadero animal. Nos apoyamos mucho en las imágenes de la sangre en la nieve, en los sonidos de fondo. El desafío es mantener siempre esa plenitud presente.

Ficha técnica:

Autoría: Fabiana Rey.

Actúan: Florencia Fernández Feijóo, Nicolás Magnín, Fabiana Rey

Video: Florencia Fernández Feijóo

Fotografía: Esteban Astesiano

Dirección: Fabiana Rey

Todos los Miércoles de Julio, a las 21.

Teatro Machado

Pasaje Antonio Machado 617 – Parque Centenario

Reservas: 4982-4922

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