Entrevista a Georgina Orellano: «Nuestro discurso no le es funcional al proxeneta, es totalmente contrario al capital»

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«Hay situaciones de violencia en la prostitución y situaciones de desigualdad, pero no creo que sea por la prostitución sino por la ilegalidad de la misma, por la clandestinidad», denuncia Georgina Orellano, referente de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), trabajadora sexual y exponente de la postura que promueve regular y reglamentar la prostitución como trabajo sexual. “En la mayoría de las cosas estamos de acuerdo, lo único que cambia son las distintas formas en la que enfrentamos al Estado, pero la problemática de fondo es la misma”, señala a La Primera Piedra, respecto al debate sobre la abolición o la regulación de la prostitución. 

*Por Giuliana Sordo y Laura Verdile



—¿Cómo ves el movimiento de mujeres en este año en Argentina?

— Nosotras, durante muchos años, hemos quedado relegadas del movimiento de mujeres por la discusión que genera hacia el interior el tema del trabajo sexual. Por mucho tiempo no fuimos parte de la agenda, ni del debate, ni de la construcción del feminismo. Tuvimos que dar una larga batalla para que podamos ser incluidas, para que nuestras voces puedan ser escuchadas y para que nos permitan ser parte de estos espacios. La irrupción del Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, habilitó a que otros sujetos políticos empiecen a tomar presencia y visibilidad. Muchos se incorporaron a la construcción del feminismo, como nosotras, como las compañeras migrantes y afrodescendientes, como las compañeras de los sectores populares, de los barrios, de los comedores, como las trabajadoras de la economía popular. Esta oportunidad abrió un nuevo escenario político para participar de asambleas, construir un documento que recoja todas las voces y poder ser parte también de la discusión del mismo. Antes no había algo unificado y nos preguntábamos quiénes eran las que llevaban adelante la agenda de las mujeres en nuestro país. Hoy por hoy creo que eso está un poco más en disputa.

— ¿Este nuevo escenario permitió hacer más visible al movimiento de mujeres?

—Sí, en este nuevo panorama el feminismo ha capitalizado todo lo que viene construyendo hace más de 30 años. Hay una aparición en los medios hegemónicos que son necesarios. Eso lo celebramos. Sabemos que todos los espacios habidos y por haber son machistas y patriarcales, pero tenemos que dejar de renegar un poco de eso. Ya sabemos que ellos históricamente han jugado con la demanda del movimiento de mujeres y que la han invisibilizado, pero tenemos que ser mucho más astutas, poder jugar nosotras con eso y hacer un buen uso de los medios de comunicación para que el mensaje del feminismo y las demandas que tenemos queden claras y lleguemos a un público que no va a los Encuentros de Mujeres ni a las Asambleas. Si queremos seguir luchando por cambiar muchas cosas en nuestra sociedad, tenemos que dejar de discutir entre nosotras mismas y comenzar a abrir los espacios.

—¿Ves factible la aprobación del proyecto de ley para que el aborto sea libre, gratuito y seguro en un gobierno como lo es el de Cambiemos?

—No estoy de acuerdo con algunas compañeras que dicen que esto es una cortina de humo. Eso es quitarle la importancia y el poder que tuvo el movimiento de mujeres para que esta discusión llegue en este contexto neoliberal, de represión hacia las manifestaciones sociales, de despidos y de ajuste. Creo que el logro es de nosotras, es nuestro. No le regalaría nada a este gobierno. Sí creo que se va a discutir. Seguramente va a llegar a las comisiones, hay una voluntad para hacerlo. Después hay que ver si se llega con los votos. Pero hoy es maravilloso poder ver que en una inauguración de las sesiones en el Congreso se hable por primera vez de aborto y de un montón de demandas que está imponiendo el movimiento de mujeres.

Con este nuevo gobierno la violencia se recrudeció, sobre todo, la violencia en la calle. Ahí hay una fuerte discusión de quien puede hacer uso o no del espacio público. Con este contexto neoliberal y con esta mirada de exclusión que tiene la sociedad hacia ciertos sectores, siempre los que terminamos expuestos a una mayor violación de derechos somos los sectores populares.

—Mencionaste recién el contexto de represión. Pensando en la violencia institucional y policial que viven las trabajadoras sexuales, pero a la vez la visibilidad que adquirieron como actores políticos, ¿cómo se da este combo con este gobierno?

—Con este nuevo gobierno la violencia se recrudeció, sobre todo, la violencia en la calle. Esas son las denuncias continuas que tenemos de las compañeras y compañeros que llegan a AMMAR a demandarnos mayor presencia territorial de la organización. Nos cuentan lo que hace la policía, las requisas y los procedimientos ilegales que realizan. No somos las únicas que padecemos este continuo abuso de las fuerzas de seguridad porque también hay otros trabajadores, como las manteras y los vendedores ambulantes que lo sufren. Junto a ellos estamos continuamente expuestos. Ahí hay una fuerte discusión de quien puede hacer uso o no del espacio público. Con este contexto neoliberal y con esta mirada de exclusión que tiene la sociedad hacia ciertos sectores, siempre los que terminamos expuestos a una mayor violación de derechos somos los sectores populares. El pedido de seguridad se traduce en esto. Entendiendo que la policía también está organizada y sabe cuáles son los dispositivos a los que se apela en situaciones de arresto, nosotras empezamos a pensar nuevas estrategias y herramientas. Apelamos a la solidaridad de las compañeras, que denuncien si ven que detienen a una y que todas tengan los números de teléfono de la organización y los abogados.

(Leer nota relacionada: Violencia contra las trabajadoras sexuales: la persecución policial)

— ¿Bajo qué figura las detienen?

— En la Ciudad de Buenos Aires está vigente en el Código Contravencional y de Faltas el artículo 81 que imposibilita a realizar servicios sexuales en el espacio público siempre y cuando se realicen de manera ostensible. La palabra ostensible deja abierto al libre pensamiento que tenga el policía que aplica la normativa. Nosotras entendemos que se refiere a que la compañera esté casi desnuda, que esté alardeando de los servicios y no a estar parada dos horas en la misma esquina, circulando en el espacio público, o tener puesta una calza como sucede, porque a veces se agarran de la vestimenta, a pesar de que el artículo establece que la ostensibilidad nunca se va a referir a la manera de vestir que elijan los sujetos en la vía pública. Es un artículo que está en discusión y que discutimos. Ellos agarran a la compañera para aplicarle este artículo y, después, depende de la discusión que se dé con la trabajadora sexual. En varias situaciones, la trabajadora le dice que le explique cuál es la ostensibilidad que ella está realizando, y como se genera esa discusión y la policía se da cuenta de que ella conoce la ley, esa cuestión termina bajo otra figura que es Resistencia a la Autoridad. Es decir, que este artículo posibilita que se apliquen otras normativas como ésta o la averiguación de antecedentes.

—En muchos espacios feministas se ve a la discusión del regulacionismo o abolicionismo de la prostitución como la grieta del feminismo, ¿vos cómo lo ves?

—Creo que plantearlo como una grieta es un error, así se está dando a entender, como algo que nunca se puede reconciliar y, la verdad, es que hay algunas que apostamos a que sí, que se puede encontrar un gris dentro de tanta teoría y de tantos posicionamientos encontrados. Apelamos a generar otro tipo de corriente feminista que pueda apoyar ambas causas. Nosotras no creemos que el reconocimiento al trabajo sexual invalide que el Estado también pueda generar políticas públicas de reinserción laboral para aquellas personas que quieran otra opción a la prostitución. De hecho, sostenemos que las dos tengan que ir de la mano. Tiene que haber derechos laborales para las personas que sí queremos seguir ejerciendo el trabajo sexual, pero lo queremos hacer en un marco de legalidad con presencia del Estado, justamente para que se garantice que nuestros derechos laborales sean reconocidos y que no quedemos a merced de abuso policial y la clandestinidad. El planteo de la grieta es propiciar que nunca nos vamos a poner de acuerdo y es seguir dividiendo aún más un movimiento que ya está dividido por la discusión.

Tiene que haber derechos laborales para las personas que sí queremos seguir ejerciendo el trabajo sexual pero que lo queremos hacer en un marco de legalidad con presencia del Estado, justamente para que se garantice que nuestros derechos laborales sean reconocidos y que no quedemos a merced de abuso policial y la clandestinidad.

—¿Cómo crees que se puede superar la discusión?

— Los sujetos políticos que tienen que encontrar esa alternativa son los que vivimos en primera persona la cuestión de la prostitución: las trabajadoras sexuales, las mujeres en situación de prostitución, el colectivo travesti, transexual y trans. Creo que todas las demás que tienen una opinión formada porque estudiaron desde la teoría tienen que ocupar un lugar secundario. Una cosa es tener la formación y otra es vivirlo en carne propia. Entonces, no puede ser que a veces se le dé un peso más político y más importancia a esas otras voces y no a las que atravesamos la violencia institucional, que fuimos detenidas, que vivimos el estigma y el no reconocimiento. No somos iguales. Justamente somos desiguales. Apuntamos a, dentro de tanta disputa, tanta cuestión tribunera, estar todas juntas contra la violencia institucional, para poder romper ese separamiento que hay al interior del feminismo y encontrar una agenda en la que podamos militar todas juntas. En la mayoría de las cosas estamos de acuerdo, lo único que cambia son las distintas formas en la que enfrentamos al Estado, pero la problemática de fondo es la misma.



—¿Se puede pensar en la prostitución por fuera de las lógicas machistas y patriarcales?

— El trabajo sexual recae casi en su totalidad sobre las mujeres, lo que sí no estoy de acuerdo es en que recaiga en las mujeres pobres, porque en estos últimos tiempos hemos conocido y han llegado a la organización otras compañeras que no vienen de los sectores populares y que han podido elegir libremente qué hacer o han tenido muchas más opciones que las pocas  que tenemos las que venimos de los sectores más populares. La prostitución no es solamente sinónimo de pobreza, como muchas veces algunas lo quieren plantear. Después sí, reconozco, que hay situaciones de violencia en la prostitución, que hay situaciones de desigualdad, pero no creo que sea por la prostitución, sino por la ilegalidad de la misma, por la clandestinidad. Todo eso es lo que posibilita que suframos abusos, violencia, el pago de coimas y extorsiones. Además, entendemos que los clientes que tenemos las trabajadoras sexuales no son feministas, son machistas. Vivimos en esta sociedad tan patriarcal. Pero creo que no se les exige tanto a otras trabajadoras o a otros sujetos políticos como se les exige a las trabajadoras sexuales. Por eso quiero que la prostitución sea pensada desde una lógica laboral.

—¿Cómo sería eso?

—Que podamos discutirla desde una perspectiva laboral y de derechos humanos. Después sí, todo lo otro hay que cambiarlo, pero no solamente tenemos que cambiarlo las trabajadoras sexuales en nuestro trabajo, sino también todas las trabajadoras en el mundo laboral por la brecha desigual que hay entre hombres y mujeres y otras identidades de género. Yo quiero que se piense a la prostitución dentro de una lógica capitalista y entender que es explotación, es marginalidad, es falta de oportunidades, pero como otros trabajos también lo son y que el problema de fondo en todo caso no es el trabajo sexual, sino que las mujeres a la hora de salir a trabajar tenemos muy pocas opciones que son totalmente pésimas, precarias y mal pagas. Entonces, no basta con intentar abolir el trabajo sexual, me parece que hay que luchar para poder tener mejores oportunidades laborales para que cuando tengamos que salir a trabajar podamos decidir libremente qué trabajo hacer, sin que pese la condición socio-económica o la necesidad.

— ¿Qué concepción de la sexualidad creés que está en juego?

— Creo que una de las cuestiones que hacen que haya tantas divisiones y tantas opiniones encontradas tiene que ver con lo sexual del trabajo, más que el trabajo en sí. Tiene que ver con cómo nosotras, todas, estamos interpeladas por la sexualidad, por cumplir un mandato patriarcal que viene de patrones socioculturales que están arraigados en nuestra sociedad y que muchas estamos atravesadas por eso. No es que las trabajadoras sexuales tenemos una liberación sexual con respecto a eso o, muchas veces le decimos a las chicas que se acercan, no nos piensen como las Alessandra Rampolla del feminismo porque no lo somos. Nosotras también tenemos nuestros propios prejuicios sexuales, también tenemos nuestras propias limitaciones y contradicciones dentro del trabajo sexual y todo el tiempo estamos debatiendo e intercambiando opiniones con las compañeras para formar una opinión de manera colectiva.

—¿Llegan a alguna conclusión?

— Intentamos. Hay un mandato que nos hizo creer que hay una sola sexualidad, única, pura y legítima y que todas las mujeres tenemos que disfrutar el sexo desde esa lógica. Ahí nos mintieron. Nadie puede plantearle a ninguna otra mujer la forma en la que se tiene que disfrutar la sexualidad. Eso es una experiencia que la tiene que desarrollar cada una y que no puede ser deslegitimada, porque yo creo o pienso que eso no se debe hacer. Intentar tener esa postura de querer que todas vivamos la sexualidad de la forma en que vos la vivís es una práctica patriarcal, en la que vos ponés tu cuestión más personal e ideológica por sobre las distintas formas en las que estamos atravesadas las mujeres con respecto a la sexualidad y su disfrute. La realidad es que las mujeres nacimos y crecimos en ámbitos machistas y patriarcales y siempre se nos hizo creer que nosotras la sexualidad teníamos que brindarla y cederla al hombre mediante un contrato sexo-romántico y que el sexo esté implicado con el amor, y que el placer y el deseo esté del lado del hombre y no tanto en el disfrute de la mujer, y todo desde la gratitud, por amor. Es lo mismo que se piensa con la cuestión de las tareas del hogar.

¿Por qué las trabajadoras sexuales somos el único sujeto de la clase trabajadora al que le imposibilitamos poder explotar una parte de su cuerpo y que genere una ganancia económica o que se genere un proyecto laboral con la genitalidad?

—¿En qué sentido?

— Así como se dice: «No, lo que vos llamas amor, yo lo llamo trabajo», en el trabajo sexual también pasa eso. ¿Por qué no? ¿Por qué no ponerle un precio? Si en realidad terminamos explotando, como la gran mayoría, una parte de nuestro cuerpo. ¿Por qué las trabajadoras sexuales somos el único sujeto de la clase trabajadora al que le imposibilitamos poder explotar una parte de su cuerpo y que genere una ganancia económica o que se genere un proyecto laboral con la genitalidad? ¿Qué peso le estamos dando a la sexualidad de la mujer que no le damos a otra parte del cuerpo y a qué responde eso? ¿Por qué seguimos mirando la genitalidad de la mujer desde una mirada sagrada? Eso responde a un mandato patriarcal. La raíz de la discusión respecto al trabajo sexual es sobre la sexualidad y por cómo estamos atravesadas, no por la desigualdad como algunas lo plantean.

—¿Qué responderían al discurso abolicionista que las acusa de que el reglamentarismo serviría como una justificación y un lobby para los proxenetas y que incluso las acusa de proxenetas a ustedes mismas?

—Eso es caer en la descalificación y la chicana, en vez de tener una discusión de maduración política. Ahí aparece la descalificación como un manotazo de ahogado, porque el abolicionismo, en los últimos años, ha tenido una crisis cuando empezaron a aparecer las trabajadoras sexuales, a decir otras cosas, a hablar y querer que nuestras voces sean respetadas. Ellas nunca creyeron que íbamos a devenir en sujeto político y que íbamos a pedir poder hablar en primera persona, decidir sobre nosotras mismas y exigir al Estado. Creo que ese discurso intenta poner un freno a la avanzada que estamos llevando adelante las trabajadoras sexuales, haciéndonos presentes en casi todos los lugares.



— ¿Cómo era la situación antes de que irrumpieran en esos espacios?

— Siempre había un discurso hegemónico, único, que ubicaba a todas las personas en la prostitución como víctimas. Muchas pensaban desde ese lugar, pero nosotras renegamos de la etiqueta de víctimas porque nos infantiliza, nos pone en un lugar de mujer sumisa y tonta que no puede elegir, y que necesita de otras voces que hablen por nosotras. De eso renegamos un montón porque nadie nunca nos vino a preguntar qué queríamos para nuestras propias vidas. Siempre fueron argumentaciones basadas en opiniones personales o en teorías, pero nadie bajó al territorio a preguntar: «Che, ¿vos que querés con tu vida?». Son todas definiciones que se hicieron sin convocar a las principales voces. Entonces, hoy por hoy, como la lucha de las trabajadoras sexuales ha interpelado a un montón de actores y es discusión en muchos espacios políticos, sindicales, feministas, académicos, tienen que generar la deslegitimación para quitarle el peso político que estamos teniendo y que viene en avanzada. De ahí vienen a decir que nosotras le facilitamos el discurso al proxeneta. La realidad es que nosotras defendemos la autonomía del trabajo, creemos que, de la misma forma que nos exigen que seamos las únicas trabajadoras autónomas de una clase trabajadora que es totalmente explotada por el sistema capitalista, también sea un modelo que lleven adelante todos los trabajadores.

— ¿Cómo se lograría esa autonomía?

— Nosotras queremos que el Estado esté presente para garantizar que nuestros derechos no sean vulnerados pero que nosotras sí podamos ser autónomas. No tenemos que pagarle a nadie o, en todo caso, pagar al Estado a través de un monotributo para que se generen políticas públicas para todos y todas, y que yo pueda acceder a obra social, créditos, hacer los aportes jubilatorios, y tener una autonomía en decir, no tengo que pagarle a un tercero para que me proteja. Nuestro discurso no le es funcional al proxeneta: nuestro discurso es totalmente contrario al capital. Somos las trabajadoras que nos salimos del sistema capitalista y que no queremos volver a ese sistema. Nos queremos mantener en la autonomía pero con derechos y sin ser perseguidas.

—¿Qué opinión tenés del caso de Alika Kinan y su postura abolicionista contra un Estado proxeneta? Entendiendo su caso como ejemplo de aquellas que se posicionan en el lugar de sobrevivientes y lo que recién mencionabas de renegar del término de víctimas.

— Es totalmente respetable. Cuando hablamos de nuestro lugar no intentamos nunca poner nuestra voz como la única legítima sino en entender que hay una diversidad de historias, posiciones y trayectorias que cada una vivió y como la atravesó estar dentro del mercado sexual. Pero lo cierto es que no pueden generar un discurso como la totalidad de todas las voces. Nosotras renegamos la posición de víctimas porque no lo somos, mi historia no es la de Alika Kinan. Pero la historia de Alika Kinan no es la historia de mis compañeras. Aparte, no está bueno decir que todas somos víctimas cuando en realidad nosotras sufrimos otras cosas. También se le tiene que dar nombre a lo que nosotras padecemos como trabajadoras sexuales precarizadas.

¿Qué hacemos con las compañeras que tienen 60 años y no se pueden jubilar y tienen que seguir trabajando? ¿Qué hacemos con las trabajadoras que somos mamas y jefas de hogar y no podemos tener obra social ni nosotras ni nuestros hijos?

— ¿Hablas de la violencia institucional?

— Sí, porque sino todo recae en una cuestión de los proxenetas y que no existan más pero ¿qué hacemos con la policía? ¿Qué hacemos con los hospitales a los que no podemos ir porque hay un rechazo a nuestra actividad? ¿Qué hacemos con las compañeras que tienen 60 años y no se pueden jubilar y tienen que seguir trabajando? ¿Qué hacemos con las trabajadoras que somos mamás y jefas de hogar y no podemos tener obra social ni nosotras ni nuestros hijos? Creemos que se puede hablar desde ese lugar, diferenciando lo que es trata de personas con fines de explotación sexual, explotación laboral y el ejercicio del trabajo sexual autónomo. Hay que comenzar a diferenciar las cosas y que cada tema esté atravesado por sus propias cuestiones. No podemos decir que la trata es todo como tampoco podemos decir que el trabajo sexual autónomo es la representación del todo. Lo mismo pasa con otros mercados laborales.

— ¿A qué te referís?

— La trata de personas también se da en el mercado textil y no se lucha por abolir el trabajo textil, sino que se busca combatir los talleres clandestinos. El Estado no aplica una política punitiva en esos casos, sino que se trabaja para que los derechos de los trabajadores no sigan siendo vulnerados. Entonces, ¿por qué en otros casos se legisló desde una perspectiva laboral y por qué en la cuestión del trabajo sexual se legisla apelando al derecho penal, logrando así que el hilo se corte por lo más delgado? Porque la justicia no solo es machista y patriarcal, sino que también es clasista y selectiva. No por nada dentro de los delitos de trata de personas con fines de explotación sexual se da el grado de mayor cantidad de mujeres detenidas y procesadas.

— ¿De trabajadoras sexuales detenidas?

— Sí, nosotras sabemos que ellas son trabajadoras sexuales, que tenían un contrato de alquiler a su nombre, que sufrieron allanamientos policiales, que tuvieron la mala suerte de ser las mayores de su núcleo de compañeras de trabajo, entonces la policía y la justicia sentencia que ellas estaban explotando al resto y se las procesa, se clausura el lugar y el resto de las compañeras quedan en la calle. Nosotras siempre planteamos que cuando la policía hace esos allanamientos y hay un proxeneta, que le quiten la propiedad al proxeneta, pero que se la den a esas trabajadoras para que armen una cooperativa y que puedan funcionar de forma totalmente autónoma. No las dejes en la calle, porque las dejas a merced de que las sigan abusando y explotando, cuando dicen que eso es lo que quieren combatir. Ahí aparecen las diferencias de las miradas de quienes se reconocen como sobrevivientes y de quienes nos reconocemos como trabajadoras sexuales, de cuál es la forma en la que el Estado tiene que luchar contra la trata de personas.



—En este sentido, ¿cómo afecta el marco legal actual?

—Hoy tenemos una Ley de Trata que no tiene presupuesto. No hay planes de vivienda para las compañeras. Solo se piensa en un refugio, en una bolsa de comida y la verdad que eso no empodera a la compañera para que salga de ese ámbito en el que está. Una política pública es 100 por ciento efectiva si genera autonomía y emancipación a las mujeres, pero no es el caso. Un refugio termina siendo una cárcel.

—¿En qué estado está la discusión legal sobre el abolicionismo y regulacionismo?

— Argentina tiene una política con respecto a la prostitución que es prohibicionista. Todas las leyes del 2008 en adelante prohibieron ciertas modalidades y formas del trabajo sexual. Son todas medidas pensadas para combatir la trata de personas pero que apelaron al sistema penal como una respuesta a todo. Los espacios donde nosotras podríamos llevar a cabo nuestra actividad están criminalizados, más allá de que la prostitución no es ilegal en Argentina. Pero, decime, ¿en qué lugar puedo ir a trabajar sin tener que ser perseguida por la policía? Se prohibió el rubro 59 donde se imposibilita que podamos publicitar nuestros servicios en los avisos clasificados. Hay 18 provincias que penalizan la oferta y demanda de servicios en la vía pública. En la ciudad de Buenos Aires está el artículo que le permite a la policía que te hostigue y te violente. En 12 provincias y en decenas de municipios están prohibidos los cabarets y whiskerías. En otras provincias se sacó la habilitación y las compañeras están trabajando en lugares mucho más ocultos. Eso, sumado a la ausencia del Estado es propicio para que haya explotación laboral, abusos por parte de la policía pero también del Poder Ejecutivo provincial y municipal y que se cree un mercado negro paralelo a costa de la clandestinidad del trabajo sexual.

— ¿Creés que esa prohibición de su actividad, por combatir la trata, se dio por desconocimiento de los funcionarios?

—La trata de personas fue, por una decisión del ejecutivo, política de Estado, pero todas las medidas que se llevaron adelante nunca incluyeron las voces de las trabajadoras sexuales. A veces hemos discutido con algunas legisladoras que están más cercanas al abolicionismo. Algunas estaban preocupadas por la trata de personas, pero había otros que no tenían un compromiso, sino que en ese momento quedaba bien ante la sociedad. Con otras personas que hemos hablado nos dimos cuenta de que había un alto grado de desconocimiento que nos impactaba mucho. Desconocían las leyes vigentes, mezclaban los conceptos y había una cuestión muy moral.

— ¿En qué aspectos radicaba esa cuestión de moralidad?

— Había ciudades en las que estaba mal visto el cabaret pero porque había una mirada muy fuerte de la Iglesia. Una legisladora nos había dicho: «Yo sé que ustedes sufren ahí adentro y que padecen a los hombres», y había compañeras que trabajaban en el lugar al que ella se refería que le dijeron: «La invito un día para que venga y se dé cuenta de que yo padecía cuando estaba en mi casa y sufría violencia de género, y que acá no padezco eso porque este es mi trabajo». Creo que muchos pensaban y piensan que dentro de un cabaret pasa de todo. Creo también que esta relacionado a la mirada que tenemos con el sexo como tabú. Pensarlo como algo malo, indigno, que es degradante. Y, en estos casos, ponían una opinión personal frente a una legislación que le iba a venir a arruinar la vida a muchas compañeras que tenían que buscar otros recursos, irse de las provincias o del país.

—El Estado es responsable de la desigualdad que lleva a que muchas jóvenes vulnerables opten por prostituirse, ¿en qué puede colaborar que la prostitución esté regulada? ¿en qué las beneficiaría?

—Dejar de criminalizar todo el trabajo sexual nos permitiría acceder a derechos que no tenemos como obra social, aportes jubilatorios, acceder a créditos y a poder alquilar de una manera digna. Tener una legislación clara nos evitaría el padecimiento con las policías, que las fuerzas de seguridad entiendan que ya no se puede detener, perseguir o coimear a las trabajadoras sexuales. Hoy no tenemos una legislación como herramienta de defensa. Siempre estamos acotadas por la criminalización. También terminaría con el estigma. Podríamos ser pensadas como parte de una clase trabajadora, como sujetas de derecho y que podamos decidir sobre nuestro propio cuerpo y, de esta manera, quitar ese peso moral que existe hacia nuestro trabajo. Que se deje de juzgar y que en muchos más años, que haya una batalla cultural, se deje de aislar a la trabajadora sexual y que no se la piense como un sujeto por fuera de la sociedad, que no se hable desde una mirada peyorativa y que las compañeras puedan decirle verdaderamente a su familia de que trabajan.

La discusión sobre el trabajo sexual se tiene que sacar el peso moral y se tiene que discutir con una mirada laboralista.

—¿Que esté regulada no puede fomentar la prostitución en los sectores más vulnerables como única salida?

—El trabajo sexual como otras leyes que posibilitaron a que las minorías sexuales puedan tener los mismos derechos que tiene el resto de la sociedad, genera una especie de pánico sexual. Nos pasa también con la discusión del aborto, es decir, ese discurso que dice: «Si hay aborto, todas van a querer abortar». Lo mismo pasa con el trabajo sexual: «Si se regula, van a ir todas a la esquina». En realidad no es así. Hay un montón de compañeras que eligen ser otra cosa: empleadas domésticas, operarias de call center, cajeras de supermercado, niñeras, etc. En esa precariedad que tienen, eligen ser otra cosa. La discusión para los sectores populares tiene que ser desde otro lugar: cómo darle mayores oportunidades laborales a las mujeres. Que haya muchas opciones, no dos o tres. Que no sean trabajos mal pagos, sino que sean trabajos dignos. Que podamos acceder a derechos. La discusión sobre el trabajo sexual se tiene que sacar el peso moral y se tiene que discutir con una mirada laboralista.

—¿Cómo sería lograr una efectiva regulación del trabajo sexual? ¿Qué herramientas debería tener?

—Debería generar una discusión totalmente madura. Sacar las opiniones personales que siempre aparecen: «Yo no voy a ser puta, entonces ninguna tiene que ser puta». Hay que generar una discusión con todos los actores sociales, desde aquellas que han estudiado el tema durante años, pero también sentar a las prostitutas. Cuando se discuten las paritarias de los docentes, se convoca a los docentes. Queremos lo mismo. ¿Por qué en el tema del trabajo sexual llaman a un montón de actores y por último a nosotras? ¿Quién mejor que nosotras para explicar cómo se trabaja, qué dificultades tenemos, y de qué manera creemos que puede mejorar? Pero con condiciones totalmente claras que no atenten contra la autonomía de las trabajadoras sexuales y que el dueño o la dueña no se quede con ningún porcentaje de las ganancias de los servicios que se llevan adelante. Esa es la forma. Seguramente no tenemos todas las respuestas, pero sí sabemos cómo se trabaja y de qué forma quisiéramos trabajar mejorando nuestras condiciones laborales. También creo que debemos analizar los países que tuvieron una política de reglamentación e invitar a los funcionarios y trabajadoras sexuales de esos lugares, y ver cuáles fueron las consecuencias de los países que prohibieron la prostitución.

— ¿En qué estado ves la situación de las trabajadoras sexuales a nivel mundial?

— Son muy pocos los países que tienen una política del reconocimiento del trabajo sexual. De hecho de los pocos países que la tienen, las políticas fueron pensadas por los propios gobiernos y no por las trabajadoras sexuales. En Uruguay, se reglamentó en el 2005, pero fue con el fin de controlar que las enfermedades de transmisión sexual no se propaguen en el resto de la sociedad. Esa política fue llevada a cabo por una mirada sanitarista, no hay un reconocimiento al trabajo sexual de la manera en que las compañeras hubiesen querido, pero sí por lo menos tienen un piso para pelearla. En Holanda, se reglamentó para fomentar el turismo, pero no para mejorar la vida a las mujeres que venían de Europa del Este. Si no son pensadas con las trabajadoras sexuales, las leyes son pensadas para beneficiar a otros. La más parecida a una ley que queremos llevar adelante es la de Nueva Zelanda, que plantea la descriminalización del trabajo sexual, el reconocimiento de los derechos laborales y la cooperativización. Estamos viendo cómo esa política ha generado bienestar en las trabajadoras sexuales. Creemos que esto es otro modelo que se sale del «regulacionismo» y queremos poder discutir ese modelo que surgió desde las propias bases.

— ¿Están trabajando en un proyecto de ley?

— Tenemos un borrador que presentamos el año pasado. Este año queremos seguir trabajando y discutiendo esto en algunas provincias. Seguramente vamos a estar presentando el proyecto en la Cámara de Diputados en el segundo semestre del año.



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