Entrevista a Alejandro López: «No creo que un libro vaya a cambiar al mundo»

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«El libro tiene una llegada más lenta, tiene su propio ritmo, no como una serie que se puede ver en una tarde. De todas formas, eso es lo más parecido a la novela del siglo XXI», afirma Alejandro López. El autor que recientemente acaba de publicar Las malas lenguas (Blatt & Ríos, 2017) destaca que es un escritor «de oficio» alejado de las academias.  «Cuando a mí me dicen cosas como «patear el tablero», yo no sé de que tablero me están hablando. No tuve formación literaria, ni es un tema que me interese», asegura respecto al rol revolucionario que se le adjudica dentro de la literatura contemporánea.



Sobre el autor

Alejandro López nació en Goya, Corrientes, en 1968. Publicó La asesina de Lady di (Adriana Hidalgo, 2001), La asesina (Eeloísa Cartonera, 2003), Kerés cojer? = Guan tu fak (Interzona, 2005) y Rubias del cielo (Mansalva, 2016). Su obra de teatro Cuentos putos fue incluída en la seria Decálogoindagacaciones sobre los 10 mandamientos. Tomo III (Libros del Rojas, 2010).


«Siempre fui más de oficio, que de carreras»

No son pocos los que señalan a Alejandro López como uno de los autores que puso patas para arriba a la literatura nacional del siglo XXI. Al leer su última novela, Las malas lenguas (Blatt & Ríos, 2017), no es difícil notar el por qué: con una crudeza y humor más que propios, una historia puede avanzar dando pasos gigantes hacia lo grosero, pero sin perder para nada el atractivo literario. Gran parte de ese mérito se basa en el talento para narrar del autor correntino.

Seguramente no haya campos más minados que una familia y López aprovecha eso en su nueva novela, contando las gracias y, sobre todo, las desgracias de un núcleo familiar. El punto de implosión es, nada más y nada menos, el hallazgo de un cadáver enterrado en el patio trasero de una casa. A partir de distintos tipos de lenguajes como los chats, poemas, canciones, fragmentos de diarios íntimos o anotaciones de un psicoanalista, la historia avanza con la unión de esos fragmentos. En Las malas lenguas, los espacios en blanco que puedan llegar a quedar tras esa reconstrucción, son parte del propio relato y lo enaltecen.

A partir de distintos tipos de lenguajes como los chats, poemas, canciones, fragmentos de diarios íntimos o anotaciones de un psicoanalista, la historia avanza con la unión de esos fragmentos.

«Nunca fui muy consciente de nada. En el taller me decían que era provocador, pero a mí lo mío me parecía más liviano que muchas otras cosas que se leían en ese taller», afirma López a La Primera Piedra. Considerado por muchos como un autor clave para entender a la literatura contemporánea, prefiere quedarse al margen y seguir difrutando de la literatura como un extraño que se acerca a ella esporádicamente.

— ¿Cómo fue tu llegadaa la Ciudad de Buenos Aires cuando eras joven?
— En los pueblos normalmente pasa, o al menos en esa época -mitad de los 80’s-, si querías estudiar algo tenías que irte. Yo me fui un poco antes por un intercambio que hice con un colegio de Estados Unidos. Ahí me gustó la idea de irme de casa, y también de Argentina. Quería salir un poco de la trama familiar, irme a la mierda, y caí en Buenos Aires. Estudié distintas carreras, trabajé de distintas cosas, nada con mucho interés. A los 22 me fui España y ahí sí apareció la literatura.

— ¿En ese momento surgió tu interés por escribir? Por que hasta el momento no lo habías mencionado.
— Escribir, lo hacía de antes, pero no de manera sistemática. Yo iba a España con la idea de estudiar cine, pero no encontré horarios. Ahí di con un cartel del taller literario de Clara Obligado, de casualidad, y fue amor a primera vista. Ella me apuntalaba, decía que tenía un punto de vista muy interesante. Cuando volví, a los 27 años, fui al taller de Grillo Della Paolera y de ahí salió La asesina de Lady Di (Adriana Hidalgo, 2001), que empezó como un guión en realidad.

— ¿Esperabas la respuesta que causó ese libro?
— Nunca fui muy consciente de nada. En el taller me decían que era provocador, pero a mí lo mío me parecía más liviano que muchas otras cosas que se leían en ese taller. Yo pensé el libro para adolescentes, que se hablara del abuso en los colegios, no de los mass media y todo lo que se provocó. Quería contar una historia divertida.

La primera crítica fue de Guadalupe Salomón, la compañera de Damián Ríos: me acuerdo que la llamé y le dije que me explicara de qué hablaba. Así yo aprendía de literatura. Yo siempre fui más de oficio, que de carreras.

— ¿Cómo te tomaste ese nivel de repercusión?
— En ese momento yo lo percibí como algo muy dulce, sacar un primer libro y que tenga esa repercusión es ideal. La prensa le dio mucha atención, no sé si eso repercutió en las ventas. También me sirvió para conectarme con todo lo que eran los medios, algo que desconocía. Lo mismo con la crítica literaria. La primera crítica fue de Guadalupe Salomón, la compañera de Damián Ríos: me acuerdo que la llamé y le dije que me explicara de qué hablaba. Así yo aprendía de literatura. Yo siempre fui más de oficio, que de carreras. De todas maneras, así como La asesina de Lady Di fue bien recogida, con Kerés coger? pasó todo lo contrario.

— ¿En qué sentido?
— Así como tomé con sorpresa los comentarios buenos, con el segundo libro me sorprendieron los palos que me llovían (risas). Era algo un poco horrible, porque el ego se levanta y se aplasta con las críticas. Por suerte la gente que estaba a mi lado era muy contenedora con el texto, el propio Damián Ríos, que era el editor. Después me di cuenta que era algo muy subjetivo y, además, político. Yo estaba ajeno a ese tema, pero empecé a oler peleas entre personas que no tenían que ver conmigo. Con este libro, la crítica se interesó. No fue la mejor forma de entrar a esos lugares (risas), pero es algo positivo.


Alejandro Lopez


— Hace poco salió publicado Conversaciones con Cucurto (Blatt & Ríos, 2017), y ahí Cucu y Facundo Soto coinciden en que revolucionaste la forma de escribir en la literatura contemporánea. ¿Qué opinás de eso?
—No sabía que hablaban de eso, pero puede ser, porque ambos siempre han hablado bien de mí. Cuando a mí me dicen cosas como «patear el tablero», yo no sé de que tablero me están hablando. No tuve formación literaria, ni es un tema que me interese. Sí me interesa encontrar textos que tengan un peso fuerte de interés, como Juan Rulfo, por ejemplo.

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— Además de Rulfo, ¿qué otros autores te interesan?
— Tengo un programa de lecturas que es el que doy en mis talleres. Me gusta pensar en la diversidad, ver qué es lo que al otro puede llegar a cautivarlo. A mí siempre me motivaron las historias cortas, potentes. Más apelando a la fantasía que al contenido político.

Todos mis textos son de difícil parto, son abortos rarísimos. Yo quería que Las malas lenguas fueran puras frases, pero fue mutando. Yo soy muy exhibicionista, muestro trabajos que no están terminados,

— ¿Leíste algo de José Sbarra? Hace poco releí Plástico cruel (La Rata, 1992/ Dagas del sur, 2017)y encontré varios puntos de relación con Las malas lenguas.
— No, no lo he leído. Las malas lenguas, de todas formas, fue un libro que fue mutando mucho con el paso del tiempo. Fue tomando muchos formatos. Todos mis textos son de difícil parto, son abortos rarísimos. Yo quería que Las malas lenguas fueran puras frases, pero fue mutando. Yo soy muy exhibicionista, muestro trabajos que no están terminados, pero el rechazo editorial fue bastante fuerte. De esas frases, terminó siendo un libro con relatos breves y potentes que hacen a la historia.

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— En Las malas lenguas hay una suerte de crítica a la moralina de las clases altas y su doble estándar. ¿Es algo que te sale naturalmente?
— Me suena a algo más sociológico: a las clases bajas y a las clases altas son a las que les pasa todo. Las clases medias suelen ser más aburridas (risas). Lo que a mí me interesan son las historias, sobre todo las más jugosas. Así como los hombres somos más aburridos que las mujeres en ese abanico emocional. En ese sentido, Las malas lenguas me parece más soso que otros.



—Hablando hace poco con Gabriela Cabezón Cámara, me dijo que la literatura ya no ocupa un lugar central, no hace ruido, por lo que se puede escribir de lo que uno quiera. En cambio, con una película o una seria, hay menos libertades. ¿Cómo ves eso?
— Puede ser visto como una libertad, o como una falencia que hace que se lea poco. De todas formas, yo tampoco leo mucho. Nadie le da mucha pelota, salvo la que está muy en tema. Mi familia creo ya no ha leído mis últimos libros (risas).

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— Hay un borramiento de los géneros literarios últimamente, que va un poco de la mano a lo que se vive con la sexualidad. ¿A vos te da esa misma impresión?
— Ni idea bien sobre los géneros. Yo supongo que escribo siempre en un intermedio de muchos géneros. Supongo que lo que está pasando ahora es algo natural, porque si a mí me sale de manera natural, a muchas personas les pasará lo mismo. Eso sucede con lo masculino y lo femenino, que se está borrando. Tiene que ver con las evoluciones naturales, lo veo más desde el lado de la metafísica.

Trato de medirme con la energía que le pongo a algo que puede llegar a no interesar tanto. El libro tiene una llegada más lenta, tiene su propio ritmo, no como una serie que se puede ver en una tarde. De todas formas, eso es lo más parecido a la novela del siglo XXI.

— ¿La literatura puede competir como un consumo cultural?
— Hoy por hoy lo único que se puede hacer es escribir algo tan interesante para que alguien lo quiera convertir en una serie o una película. Capaz es algo programado, para que la gente no piense tanto ni se meta en su propio universo…si es así, está muy bien logrado: nos tiene de las orejas (risas). De todas formas, un texto también es entretenimiento. Yo no creo que un libro vaya a cambiar al mundo, si no lo hizo la biblia…

— ¿Tenés una rutina a la hora de escribir?
— Cuando se aparece una historia que me interesa, se vuelve demandante el proceso. Pero no soy alguien metódico. Como te decía antes, cada libro mío se cocina durante un largo rato. Después, trato de medirme con la energía que le pongo a algo que puede llegar a no interesar tanto. El libro tiene una llegada más lenta, tiene su propio ritmo, no como una serie que se puede ver en una tarde. De todas formas, eso es lo más parecido a la novela del siglo XXI.

—Por último,  ahora que estás del lado del tallerista, a alguien que está interesado en escribir y está dando sus primeros pasos: ¿qué consejos le podrías dar?
— Que escriba y que muestre, por que ahí es donde uno se va fogueando. Si se puede ir a un taller literario, mejor, porque eso te ahorra años de cárcel (risas) y de sufrimiento. Que hoy alguien quiera escribir y no ser un guionista, me parece un milagro hermoso. Es importante rodearse y nutrirse de libros que vayan en tu misma búsqueda.

 

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