«Nadie menos»: otra forma de invisibilizar a la mujer

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Si bien el movimiento feminista ha logrado avances significativos a la hora de visibilizar las violencias sufridas por las mujeres por su condición de género, desde distintos sectores se continúan relativizando los reclamos. El «Nadie Menos» se presenta así como un obstáculo a la hora de tomar consciencia sobre la gravedad de la situación. ¿Qué es lo que esconde este planteo? ¿Por qué no se debe reemplazar el feminismo por el igualismo? (Foto de portada: Gustavo Yuste) 


El 3 de junio de 2015, el feminismo dio un paso histórico en Argentina. Miles de mujeres se reunieron en el centro porteño y en las principales plazas del país, movilizadas por la necesidad de frenar la violencia machista. Hacía unas semanas, el 10 de mayo, el cuerpo de Chiara Paez, una adolescente de 14 años de la localidad de Rufino, Santa Fe, había sido encontrado debajo de la casa de su novio. Los reclamos por la igualdad de derechos, por el fin de toda forma de agresión basada en la condición de género no son recientes: tienen una historia de larga data en el país. Pero el femicidio de Chiara rebalsó de alguna forma ese horror reiterado en las pantallas que golpea cada vez más hondo.

Ante los reclamos y los llamados de atención, surgen las posiciones revanchistas y las voces de quienes consideran el feminismo como una «exageración», un movimiento que parecería no querer ver el «panorama completo» y que debería reemplazarse por una suerte de «igualismo».

La denuncia activa ante toda injusticia sufrida por las mujeres comenzó a tomar un lugar cada vez más presente en la agenda social y mediática, lo que no necesariamente implicó un ejercicio responsable a la hora de dar cobertura periodística a la violencia de género. Aunque la consciencia sobre la gravedad de la situación echó raíces profundas, hay algo que aún obstaculiza el camino hacia una sociedad en la que ser mujer no represente un factor de riesgo. Ante los reclamos y los llamados de atención, surgen las posiciones revanchistas y las voces de quienes consideran el feminismo como una «exageración», un movimiento que parecería no querer ver el «panorama completo» y que debería reemplazarse por una suerte de «igualismo».

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Foto: China Díaz


«Las mujeres también matan». «Hay violencia de los dos lados», son algunos de los argumentos que se esgrimen para contrarrestar un grito que, al fin y al cabo, nunca deja de ser molesto para los sectores de poder. Así se manifestó por ejemplo Agustín Laje al referirse al caso de Fernando Pastorizzo, el joven asesinado por su pareja, Nahir Galarza, en la ciudad de Gualeguaychú, Entre Ríos, el pasado 28 de diciembre. En una nota para Infobae, el escritor afirmó: «la idea que se barajó hasta ahora de violencia de género sustenta, no obstante, una visión ideológica de la realidad social que no puede explicar estos casos de manera convincente«. Pero no es necesario buscar declaraciones explícitas para dar cuenta de la relativización del reclamo feminista: basta con ver la cobertura mediática sobre el tema.

La pertenencia a un género determinado no implica que una persona sea o no violenta por naturaleza, y eso no es lo que el feminismo afirma, por más de que a veces se lo quiera clasificar como un movimiento que demoniza al varón.

Por lo general, los artículos sobre femicidios son acompañados de las fotos de las víctimas, los titulares llevan el nombre de la mujer asesinada, muchas veces con el repudiable componente de espectacularidad que la redacción y el diseño de la nota conllevan. ¿Por qué entonces el énfasis en las fotos de Nahir, que aparece posando desde todos los ángulos en los portales de noticias? ¿Por qué muchos medios – como por ejemplo TN – eligieron nombrar el asesinato como el «Caso Nahir Galarza», en lugar de «Fernando Pastorizzo»? ¿Cuál es el elemento que se encuentra detrás de esta inversión? Es que las mujeres «también matan». La violencia de género no es solo «contra ellas». «¿Por qué tanto revuelo feminista entonces?», parecerían querer decir.

Sí, también hay hombres víctimas de violencia, dentro y fuera de relaciones afectivas. Sí, hay mujeres que ejercen esa violencia, situación que no deja de ser repudiable. La pertenencia a un género determinado no implica que una persona sea o no violenta por naturaleza, y eso no es lo que el feminismo afirma, por más de que a veces se lo quiera clasificar como un movimiento que demoniza al varón. Pero esa violencia sufrida por los hombres no es el resultado de un problema cultural que históricamente oprimió a un sector de la población – como es el caso de las mujeres – sobre la base de un rol de inferioridad.

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Foto: China Díaz


La subordinación a la que la mujer ha sido relegada a lo largo del tiempo se refleja en la desigualdad de condiciones que sufre en múltiples ámbitos de la vida cotidiana. Es lo que lleva a que la sola pertenencia al género sea un obstáculo más para obtener un empleo y cobrar el mismo salario que un varón. Y también lo que determina patrones de comportamiento que quitan voluntad  y decisión sobre el propio cuerpo. El antiguo – y aún latente – mandato de la mujer como ama de casa y madre disciplinada, dependiente de un hombre que provea un sustento y cuyos deseos son prioritarios, continúa tomando formas variadas, escondidas en prejuicios y acciones.

Esa idea de sumisión que supone así una asimetría y privilegio de los varones en detrimento de las mujeres y de sus formas de habitar el espacio público y privado, es la que está en la base del concepto de violencia de género.

Es lo que lleva a señalar con el dedo a la que, por ejemplo, decide no tener hijos, y también a la que sale con una pollera corta, la que tiene la culpa de ser violada porque, en definitiva, ella fue la que no se abstuvo al modelo moral que la sociedad prefiguró. Esa idea de sumisión que supone así una asimetría y privilegio de los varones en detrimento de las mujeres y de sus formas de habitar el espacio público y privado, es la que está en la base del concepto de violencia de género. No se trata de cualquier clase de violencia, sino de aquella en la que una persona se aprovecha de su supuesta superioridad y dominación – cultural e históricamente constituida – para agredir a otra. Así, no todo asesinato de un hombre a una mujer entra dentro de esa definición, como por ejemplo el ocurrido durante un asalto.


Foto: Gustavo Yuste


En Argentina, la magnitud del problema es contundente. Según el último informe de la Asociación Civil Casa del Encuentro, entre el 1° de enero y el 31 de octubre de 2017, fueron asesinadas 245 mujeres, lo que resulta en un promedio de un femicidio cada 29 horas – representando un aumento respecto de años anteriores -. “Las víctimas son cada vez más jóvenes, y muchas de ellas fueron abusadas sexualmente antes de ser asesinadas. El abuso sexual previo es un indicador más de cómo la mujer es tomada como un objeto que puede ser abusado y tirado”, relata en el adelanto del informe Ada Rico, presidenta de la organización. Desde el 2008, registraron un total de 2384 femicidios, 62% cometidos por ex parejas.

Visibilizar estos números permite dar cuenta de la gravedad de la situación y contar con datos concretos para reclamar la implementación de políticas estatales que erradiquen y prevengan la violencia, como es el caso de una educación sexual integral.

La sistematización de estadísticas llevada adelante por organizaciones de la sociedad civil y por dependencias estatales es fundamental: muestra que los femicidios no son casos aislados, sino parte de una cadena enraizada en la cultura patriarcal, que sustenta la violencia hacia el género femenino y lo estigmatiza a la hora de denunciar la vulneración de sus derechos. Visibilizar estos números permite dar cuenta de la gravedad de la situación y contar con datos concretos para reclamar la implementación de políticas estatales que erradiquen y prevengan la violencia, como es el caso de una educación sexual integral.

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Foto: Gustavo Yuste


En definitiva, aludir a las diferentes formas de violencia existentes no debe deslegitimar la lucha feminista evocando el vacío e improductivo eslogan «Nadie Menos» o queriendo reemplazar el feminismo por el «igualismo». Este argumento no hace más que desactivar el reclamo e invisibilizar que la base de las violencias contra las mujeres son producto de una sociedad machista que las considera objetos sin verdadero poder de decisión sobre su vida y su cuerpo, sujetos a los deseos del varón.

Aludir a las diferentes formas de violencia existentes no debe deslegitimar la lucha feminista evocando el vacío e improductivo eslogan «Nadie Menos» o queriendo reemplazar el feminismo por el «igualismo», que invisibiliza que la base de las violencias contra las mujeres son producto de una sociedad machista.

Las agresiones y asesinatos que afectan a los hombres, si bien repudiables, no pueden considerarse equivalentes, puesto que no se sustentan en la inferioridad a la que sí está subordinada la mujer solo por su condición de género. Querer incluirlos bajo la bandera del igualismo no hace otra cosa que desviar la atención de aquellos lugares comunes que justifican, avalan y naturalizan las violencias cotidianas provocadas exclusivamente contra las mujeres, siendo los femicidios su máxima expresión.


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