Sos la única a la que se lo dije: 5 poemas sobre la maternidad que muestran su lado negativo

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La historia se encargó de retratar la maternidad como algo enteramente positivo, dulce y esperado para todas las mujeres. Sin embargo, las voces de muchas poetas se encargan de aclarar que la experiencia de la maternidad no siempre es agradable, ni deseable ni esperada desde niñas, como se naturalizó durante mucho tiempo y todavía no se desnaturaliza del todo. Estos son algunos de esos poemas sobre la maternidad que ayudan a mostrar ese momento como la experiencia diversa que puede ser, sin idealizarla.

*Por Tamara Grosso


«Ahogándose» – Sharon Olds

Traducción: Natalia Leiderman y Patricio Foglia

Las madres están sentadas en la cocina, las últimas
horas de la tarde, la luz como resina
sólida en el agua junto a los tallos dorados,
el té como ámbar de bailarinas; se sumergen
en su lengua, charlan. Están siempre temiendo
lo peor para sus hijos; la grieta entre las tablas,
el clavo, el gancho, las escaleras al sótano,
toda la sangre de sus pequeños cuerpos –
Si mirás por la ventana mientras la oscuridad se filtra
y el cuarto es como una jarra amarilla,
hay un ángulo, hay un momento, en que se puede ver que cada
madre
lleva una mujer colgada al cuello
arrastrándola– su propia madre que la agarra y la hunde
en la luz que se apaga.


«Se habla de Gabriel» – Rosario Castellanos

Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.

Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.

Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso;
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.

Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.

Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.



«Paula Becker a Clara Westhoff» *- Adrienne Rich

Traducción: Tom Maver

El otoño parece haberse puesto lento,
el verano todavía está por acá, hasta la luz
parece durar más de lo que debería
o quizá la estoy usando hasta el límite.
La luna rueda en el aire. No quería este niño.
Sos la única a la que se lo dije.
Quiero un hijo tal vez, algún día, pero no ahora.
Otto tiene un modo calmo, complaciente
de seguirme con sus ojos, como diciendo
¡Pronto vas a tener las manos llenas!
Y sí, las voy a tener; este hijo va a ser mío,
no suyo, los errores, si fallo
serán todos míos. No somos buenas, Clara,
para aprender a prevenir estas cosas
y una vez que tenemos un hijo es nuestro.
Pero últimamente me siento más allá de Otto o de cualquiera.
Ahora sé la clase de trabajo que tengo que hacer.
¡Requiere de tanta energía! Tengo la impresión de que
estoy yendo a algún lado, paciente, impacientemente,
en mi soledad. Busco en todas partes de la naturaleza
nuevas formas, viejas formas en nuevos lugares,
los planos de una antigua boca, digamos, entre las hojas.
Sé y no sé
qué estoy buscando.
¿Te acordás de esos meses en el estudio juntas,
vos con tus fuertes antebrazos bañados en arcilla,
yo tratando de hacer algo con las extrañas impresiones
que me atacaban – las flores japonesas
y pájaros de seda, los borrachos
buscando refugio en el Louvre, esa luz del río,
esas caras… ¿Sabíamos exactamente
por qué estábamos ahí? París te ponía nerviosa,
te parecía demasiado, sin embargo seguías
con tu trabajo… y después nos encontramos de vuelta,
las dos casadas entonces, y pensé que vos y Rilke
parecían nerviosos. Sentí una especie de tristeza
entre ustedes. Por supuesto que él y yo
hemos tenido nuestras diferencias. Quizá estaba celosa
de él, para empezar, llevándote de mi lado,
quizá me casé con Otto para llenar
mi soledad de vos.
Rainer, desde luego, sabe más que Otto,
él cree en las mujeres. Pero se alimenta de nosotras
como todos ellos. Toda su vida, su arte
estuvo protegido por mujeres. ¿Quién de nosotras podría decir eso?
¿Quién de nosotras, Clara, no tuvo que dar ese salto
y llegar más allá de ser mujeres
para salvar nuestro trabajo? ¿o es para salvarnos nosotras?
El matrimonio es más solitario que la soledad.
Sabés: estaba soñando que moría
dando a luz a mi hijo.
No podía pintar o hablar o incluso moverme.
Mi hijo –creo- me sobrevivía. Pero lo que era gracioso
en el sueño era que Rainer había escrito mi réquiem –
un largo y hermoso poema, y me llamaba su amiga.
Yo era tu amiga
pero en el sueño vos no decías una palabra.
En el sueño su poema era como una carta
a alguien que no tiene derecho
a estar ahí pero que debe ser tratado amablemente, un invitado
en el día equivocado. Clara, ¿por qué no sueño con vos?
La foto de nosotras dos – todavía la tengo,
las dos mirándonos con fuerza
y mi pintura detrás. ¡Cómo solíamos trabajar
lado a lado! Y desde entonces he trabajado
tratando de crear siguiendo el plan nuestro
de que llevaríamos, contra toda posibilidad, todo nuestro poder
a cada cosa. No callar ni guardarnos nada
por ser mujeres. Clara, nuestra fuerza todavía reside
en las cosas de las que solíamos hablar;
cómo la vida y la muerte se toman las manos,
la lucha por la verdad, nuestro compromiso contra la culpa.
Y ahora siento el amanecer y la llegada de un nuevo día.
Me encanta despertarme en mi estudio viendo mis cuadros
cobrar vida con la luz. A veces siento
que soy yo misma quien patea dentro de mí,
a mí misma a quien debo alimentar, amar…
Me hubiera gustado hacer esto una por la otra
toda nuestra vida, pero no podemos…
Dicen que una mujer embarazada
sueña con su propia muerte. Pero la vida y la muerte
se toman las manos. Clara, me siento tan llena
de trabajo, de la vida que veo adelante, y del amor
por vos, quien de todas las personas,
por más que esto lo esté diciendo mal,
va a escuchar todo lo que diga y no pueda decir.

*Paula Becker (1876-1907) y Clara Westhoff (1878-1954) se hicieron amigas en una colonia de artistas cerca de Bremen en el verano de 1899. En 1901, Clara se casó con Rainer María Rilke y al poco tiempo, Paula se casó con el pintor Otto Modersohn. Murió de una hemorragia dando a luz, murmurando: ¡Qué lástima!

«Filicidio» – Gabriela Wiener

Calvos
en silencio
ciegos
descabezados
mis muñecos parecían regresar de la guerra
Así son las familias
lesionados por el tiempo y el amor
iban mis hijos de plástico
En las noches escuchaba la lluvia en sus corazones
no lloraban a voluntad
era yo la que ponía gotas de agua bajos sus ojos
y las hacía caer torpemente
sobre sus pechos rellenos de algodón
la que les cortó el pelo
y cercenó sus extremidades
la que borró la pupila de sus ojos
y los dejó sin dormir
sobre duras repisas de exhibición
por vanidad
perdónenme si ahora se acuestan
en un diván junto a un psicoanalista de juguete
entiendan
el sentido del amor materno
el de la más amorosa destructora.


«Las madres errantes» – Paula Jimenez España

Mis vecinas buscan a sus hijos al salir del colegio
y en los jueguitos del amenity
mientras hablan de cosas que ignoro, son las madres
que veo cada tarde detrás de mi ventana
(después de un tiempo, algunas
terminan pareciéndose).
Cuando mi tía murió, mi prima
me llamó por teléfono. No me dejó llorar
dijo: “Así está bien, sufría”.
Hay quienes se suicidan
a poco de perderlas o mueren como Barthes
en un accidente tonto, inexplicable.
Cuando era chica pensaba
que no podría sobrevivir a su muerte
y todavía no lo sé. No creo
en las convenciones, pero ese día
su día
la visito y le llevo un regalo, a veces dos.
Una primeriza me explicó que el amor
a su hijo era enamoramiento, metejón
que no se le pasaba.
Yo separé a mi gato de su madre
cuando tenía dos meses.
Ella lo olvidó y al verlo años después
mostró su garras y sus dientes
por defender un plato de comida.
Cuando vuelvo de un viaje
mi gato maúlla
como quejándose de mi ausencia.
Mi perro fue su madre y yo lo soy
de mis plantas cuando las riego.
Todos los días las mujeres dan
hijos en adopción y durante meses
supieron lo que irían a hacer.
Algunas meten la cabeza en el horno
y se desligan definitivamente.
Están las que se quedan y amenazan
con morir de un síncope.
Cartonean, ganan concursos de belleza,
roban carteras en el subte, hacen mènage à trois
son arrojadas a los basurales o al costado de las vías de un tren.
Hay madres que están solas y desean. Hay otras que desean.
Los astrólogos hablan de la energía de la luna. Pero la luna es blanca
y es perfecta. En la tierra las madres tienen imperfecciones.
Y yerran, como un buscapié
con la ilusión de un centro.
Burbuja, pistilo hermafrodita, todas
ansiando el trono
que como el aire rojo de una noche de amor
permanece vacío.


Bonus track:

Tres Mujeres, de Sylvia Plath. Es un poema extenso dividido en tres voces. La primera, una mujer realizada en la maternidad. La segunda, una que sufre por no poder ser madre. La tercera, una que es madre pero no quiere serlo.

Bonus track narrativo:

Matate, amor. Novela de Ariana Harwicz sobre la relación de una madre con su hijo recién nacido y su matrimonio luego del nacimiento.

(Leer nota relacionada: Entrevista a Ariana Harwicz – «Se derribó esa idea de que la mujer escribe rosa»)


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