Entrevista a Hernán Vanoli: «La literatura tiene que meterse con el problema del consumo»

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«Si uno se pone a pensar, hoy la política interpela a muy poca gente y la sociedad encuentra la identificación, la plena realización o la felicidad en lo que es el consumo. La literatura tiene que hacerse cargo un poco de eso», afirma Hernán Vanoli, quien recientemente acaba de publicar Pyiongyang (Literatura Random House, 2017). Con un tono fantástico, que roza el presente distópico, el autor propone interrogar la esfera de los consumos actuales y afirma que la «la literatura es un consumo más, pero tiene que aspirar a ser un consumo superior a una serie de Netflix». (Fotos Natalia Berninzoni –Flickr-/ Revista Nan)



Sobre el autor

Vanoli perfilHernán Vanoli nació en Buenos Aires en 1980. Es uno de los editores de la revista Crisis, donde escribe sobre consumo, literatura e historia cultural, y del pequeño sello Momofuku. Trabaja como guionista e investigador. Publicó relatos en diversas antologías nacionales y extranjeras, una nouvelle pulp, ensayos, un libro de cuentos y las novelas Pinamar Cataratas (Literatura Random House, 2015).


La distopía llegó, hace rato

Con cuatro cuentos que proponen una interrogación acerca de las formas en las que los humanos interactúan entre sí y con la tecnología, Pyongyang (Literatura Random House, 2017) trae de vuelta a escena a Hernán Vanoli con su tono particular dentro de la literatura argentina. Haciendo uso de distintos registros y recursos, el autor seduce al lector para entrar de lleno en historias donde lo fantástico y lo normal interactúan frecuentemente.

En esa dirección, el uso de referencias culturales y marcas de consumo son algo que caracterizan la obra de Vanoli y que en Pyongyang se puede ver nuevamente, donde sin saturar esa estrategia, las formas de pensar y de sentir de los personajes muchas veces se ven puestas en juego a partir de los distintos consumos que el capitalismo actual y la tecnología le proponen  aun habitante de una gran ciudad, como lo es Buenos Aires.

— ¿Cómo surgieron los cuentos que componen Pyongyang? ¿Fueron en simultáneo o fue un trabajo tuyo posterior juntarlos?
 Es un libro que yo fue escribiendo muy a lo largo del tiempo, osea tenía unos cuantos cuentos que iba a escribiendo de a poco. Llegó un momento en el que me daban ganas de mostrarlos y ahí fue que armé el libro, trabajándolo en conjunto con la editora de Random, Ana Pérez. Suele pasarme que al escribir de a poco los cuentos se van formando diferentes libros, con ejes distintos. La selección es un trabajo muy lindo para mí.

— ¿Qué hilo conductor ves como el principal entre estos cuatro cuentos?
— 
Los uní porque me parecía que había un clima compartido. Por un lado había una pregunta acerca de la sociabilidad y los sentimientos, con las transformaciones que se dan de manera cotidiana con la tecnología. Después, por otro lado, me parecía que a pesar de ese componente que los unía, las perspectivas de narración eran bastante diferente entre sí. Eso generaba un conjunto que a mí me cerraba, más con aquello fantástico que los recorre, un poco permeable con el género de ciencia ficción.

La expectativa mundial te pide, si sos un escritor de Latinoamérica, que muestres pobreza, exotismo, «la fauna local». Explicar en definitiva todo para ser más legible, con algo de «argentinidad para dummies«. Es una opción, pero a mí no me interesa

— En relación con eso que decías, sobre los elementos de ciencia ficción que hay en el libro, también hay algunos elementos realistas en el libro, como una especie de presente distópico. ¿Fue tu intención esa?
 A mí me interesaba extrapolar elementos que me llamaban la atención a terrenos y geografías muy cercanos y palpables. Los cuentos suceden en Buenos Aires, hay recorridos urbanos y están vinculados a experiencias contemporáneas. A mí me sirve siempre siempre pensar las cosas geográficamente e incluso el cuento que le da título al libro, «Pyongayang»tiene esos elementos. El libro se podría haber llamado «Buenos Aires» tranquilamente, por ejemplo, sin embargo Pyongyang también me sirvió para hablar de los estados de la mente: ¿qué nos pasa cuando recorremos la ciudad?

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— Al ubicar las historias en un lugar, que haya ciertas referencias culturales y políticas que al menos un porteño las puede reconocer fácilmente, ¿cómo manejás eso como escritor? Teniendo en cuenta el miedo que puede generar que un libro de literatura sea demasiado «actual».
 La cuestión de la universalidad es una preocupación que el escritor tiene siempre en la cabeza. Me parece que en el libro hay un intento de anclarlo, pero no demasiado, trabajar esa distancias. Hay una idea de salir del costumbrismo, si bien las referencias podían ser identificables, al mismo tiempo podían funcionar para aquellos que no las conocían.

La experiencia cotidiana de alguien que vive acá, en San Pablo, en Lima, en Santiago de Chile o en la Ciudad de México,cada vez más son parecidas, aunque sea más para mal que para bien. A mí me interesa ese vínculo entre las grandes ciudades latinoamericanas

— Siendo un escritor argentino, y por ende sudamericano, ¿cómo escribir desde lo local con ese temor a que no se entienda o no interese? Más si se piensa que la literatura europea o estadounidense no toma esos recaudos.
 Ese es todo un tema, a mí como lector me encanta leer cosas donde aprendo del lugar donde ocurren las cosas sin que me las expliquen. Los escritores sudamericanos podemos hacer lo mismo. Eso trae, por cuestiones de poder y geopolítica algunos inconvenientes, porque la expectativa mundial te pide, si sos un escritor de Latinoamérica, que muestres pobreza, exotismo, «la fauna local». Explicar en definitiva todo para ser más legible, con algo de «argentinidad para dummies«. Es una opción, pero a mí no me interesa, creo que podemos repensar un poco la categoría de lo local y lo urbano.

— ¿En qué sentido repensarlas?
 Acá estamos en Buenos Aires, que tiene usos de la lengua muy específicas que son históricas, pero después al mismo tiempo, la experiencia cotidiana de alguien que vive acá, en San Pablo, en Lima, en Santiago de Chile o en la Ciudad de México,cada vez más son parecidas, aunque sea más para mal que para bien. A mí me interesa ese vínculo entre las grandes ciudades latinoamericanas y no sobreexponer esa «marca local».

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— En entrevistas anteriores señalaste que tu relación con la literatura argentina era como la que se tiene una familia: con los cariños y distancias que eso implica. ¿Cómo sería eso?
 Para mí la materia básica de la literatura es la imaginación, que está dispersa en el lenguaje, en las experiencias, en la forma en la que contamos las cosas. A mí me interesa trabajar con eso, es lo más desafiante en cierto punto. Hay una tradición realista que es muy fuerte y muy buena, pero también me gusta la que hace una interrogación a la imaginación política que tienen las sociedades en un momento determinado. Por ejemplo, yo rescato mucho la figura de Julio Cortázar, que está puesto muchas veces en un lugar de escritor adolescente o setentistas, pero eso tiene que ver en cómo fue apropiado. Él tenía una manera de interrogar la realidad cotidiana y a mí también me interesa esa corriente, correrse un poco de lo anecdótico.

De hecho, el gobierno actual en Argentina que sale de la investigación de mercado. Si no nos hacemos cargo que la modernidad nos dejó como legado herramientas de conocimiento y manipulación de la subjetividad de masas, y que eso opera permanentemente por corporaciones cada vez más poderosas, es terminar pensando a la literatura en un lugar muy marginal y de entretenimiento para un nicho de personas.

— ¿Y qué escritores contemporáneos ves que van en esa dirección? Se me ocurre el ejemplo de Mariana Enríquez, que explota mucho lo fantástico.
 El ejemplo que das vos es muy bueno: Mariana Enríquez tiene un gran trabajo con los géneros. A mí me sorprendió y me impactó Todo lo que perdimos en el fuego, que tiene una variedad de registros muy importante y abría la puerta a esa dimensión sórdida que tiene esa realidad. Luciano Lamberti me parece otros escritor que trabaja muy bien con esos bordes. Hay dos tendencias muy fuertes en la literatura argentina actual: una son las escritoras mujeres, que tienen mucha fuerza. La otra es la ciencia ficción, que se abrió la puerta para escribir sobre el tema.

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— Recién hiciste referencia a la fuerte presencia que hay de escritoras mujeres. ¿Se dejó de pensar acerca de «la mirada femenina» cada vez que hay un libro de una autora?
 Lo que me parece que tiene este momento en particular, que es algo que no se daba tan a menudo por un montón de trabas sociales que todos conocemos, es que hay muchas escritoras que escriben muy bien. Además del caso de Mariana, también está Selva Almada, Samanta Schweblin y no puedo dejar de nombrar a Lola (NdE: Lola Copacabana, escritora, editora y traductora, pareja de Vanoli) que fue seleccionada para el Hay Festival en Bogotá. En general, ellas mismas producen que no se las lea como la mirada femenina, sino con una calidad muy potente.

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(Foto: Natalia Berninzoni -Flickr-/ Revista Nan)


— Volviendo un poco a Pyongyang, y también a lo largo de tu obra, en tus escritos siempre hay referencias a marcas. ¿Cómo trabajás eso? Pienso en el ejemplo de Fogwill.
 Yo trabajo y trabajé en lo que es el mundo de la investigación de mercado. Para mí una de las principales esferas de la actividad humana donde la literatura debe meterse es en la esfera de consumo. Todo nuestro lenguaje está infectado por eso y hay una industria poderosísima como la de la mercadotecnia, que influye en nuestra experiencia urbana. A mí me parece que todo lo que es lo relacionado a las marcas en la literatura aparece demasiado poco. Si uno se pone a pensar, hoy la política interpela a muy poca gente y la sociedad encuentra la identificación, la plena realización o la felicidad en lo que es el consumo. La literatura tiene que hacerse cargo un poco de eso.

Hoy la política interpela a muy poca gente y la sociedad encuentra la identificación, la plena realización o la felicidad en lo que es el consumo. La literatura tiene que hacerse cargo un poco de eso.

— ¿Cómo sería hacerse cargo de eso?
 Tiene que pensar su rol en relación con el consumo y con la identificación que proponen las marcas. Ahora la publicidad está proponiendo formas de operar en la ciudad, de llevarse con el otro, de entender el cuerpo. De hecho, el gobierno actual en Argentina que sale de la investigación de mercado. Si no nos hacemos cargo que la modernidad nos dejó como legado herramientas de conocimiento y manipulación de la subjetividad de masas, y que eso opera permanentemente por corporaciones cada vez más poderosas, es terminar pensando a la literatura en un lugar muy marginal y de entretenimiento para un nicho de personas. La literatura tiene que ser una máquina de combate y meterse con estos problemas, no en un rol de denuncia, pero sí para interrogarlos de manera ética, estética y políticamente.

— ¿Y cómo evitar que la literatura sea pensada como un consumo acrítico más?
 La literatura es un consumo más, pero tiene que aspirar a ser un consumo superior a una serie de Netflix. Con que complejice las cosas, me deje pensando y después dude dos veces antes de hacer un acto que yo tenía naturalizado, alcanza para mí. Con esto no estoy criticando las series de Netflix, porque hay cosas que están buenísimas y Pyongyang se nutre un poco de eso, como por ejemplo Black Mirror.

— A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
 Tomo muchas notas, sin llegar a ser diarios, que es algo que me gustaría hacer, pero soy muy anárquico: tomo notas de voz, tengo infinidad de libretas con cosas que se me ocurren. Después, necesito saber que tengo tiempo por delante para poder arrancar una historia, en eso tengo un cierto grado de neurosis muy importante. Una vez que siento que la historia está encaminada, no necesito nada.

Es un escenario muy vital, pero a veces hay pocas discusiones en algunas cosas. Ser escritor es muchas veces estarse peleando por definir qué es ser escritor y no hay posiciones claras en ese sentido

— Un poco ya hablamos antes, ¿qué panorama tenés de la literatura argentina?
 Mi panorama es que hay mucha diversidad, un montón de cosas que sorprenden, una gran cantidad de editoriales. Es un escenario muy vital, pero a veces hay pocas discusiones en algunas cosas. Ser escritor es muchas veces estarse peleando por definir qué es ser escritor y no hay posiciones claras en ese sentido. Me parece que las generaciones nuevas de escritores son muy interesantes, que ese escribe con mucha libertad y el peso de la tradición es cada vez menor,lo cual tiene un costado que está bueno. También hay pocas instancias de críticas relacionadas a los libros.

— Por último, para alguien que quiere empezar a escribir, ¿qué consejo le darías?
— Las cosas básicas que uno puede decir es que se lea todo lo posible, de materiales diversos: leer ensayos y poesía es muy importante. Conversar con gente que también está escribiendo es clave, lo mismo aproximarse a otras disciplinas artísticas. Y algo fundamental es la honestidad: no escribir como una especie de ganar algo o posicionarse, sino hacerlo con una reflexión muy fuerte acerca de lo que uno hace y que, como dijo Daniel Durand en un poema, la vida tiene que parecerse a lo que uno escribe. Por eso la idea de vivir de la literatura es un poco ridícula no solo en un plano material, sino porque aislarse en la escritura puede ser contraproducente. Yo desconfío un poco del escritor que en un momento de su vida se dedica solo a escribir: uno tiene que chocarse con el mundo, tiene que escuchar, aprender, cambiar su mentalidad.


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