Entrevista a Luciano Lamberti: «La literatura va cada vez más hacia esa zona de placer elitista»

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Junto a otros escritores provenientes de Córdoba, los libros de Luciano Lamberti van cobrando cada vez más peso en la escena literaria nacional. Sin embargo, el autor de La maestra rural (Random House, 2016) señala que la literatura es «una suerte de placer que no muchos se pueden dar, o una artesanía ya perimida, lo cual no está ni bien ni mal». Además, no duda en afirmar que «la poesía es la forma más depurada del lenguaje», pero hace años que no encuentra «un descanso o un estado de reflexión» para escribirla. Conocé más sobre sus inicios y su próximo libro, La casa de los eucaliptus (Random House, 2017), en la siguiente entrevista. 


Sobre el autor

Lamberti perfilLuciano Lamberti nació en San Francisco, Córdoba, en 1978. Es licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba y escribe para distintos medios.  En el 2008 publicó los poemas de San Francisco / Córdoba en editorial Funesiana y en 2013 fueron reeditados por China Editora. Participó con cuentos en distintas antologías. Publicó en narrativa El asesino de chanchos (Tamarisco, 2010), Los campos magnéticos  (Sofía Cartonera, 2012), El loro que podía adivinar el futuro (Nudista, 2012), entre otros.


—Hace ya unos años se te viene asociando a vos y a otros escritores y escritoras como aquellos autores que vienen a renovar la narrativa argentina. ¿Cómo llevás esa categorización?¿Te importa?
—No sé, no es que yo tenga un gesto consciente de renovar algo. Simplemente hago lo que puedo con lo que tengo. Renovador me parece Pablo Katchadjian, por ejemplo, gente que trabaja más al límite. Yo me muevo siempre con géneros, si sale algo muy distinto a partir de eso es algo inconsciente. Tampoco sé a qué se le llama «renovar», puede ser para llenar un poco el espacio (risas).

—¿Cómo se lleva un escritor con lo que dice la prensa o la crítica literaria?
Conmigo siempre fueron en general muy amables, por lo cual uno se siente parte de un malentendido y espera que se extienda el mayor tiempo posible. Creo no hay que creérsela y seguir haciendo lo que a uno le gusta, al mismo tiempo que dentro del «estilo» de cada uno buscar metas nuevas. Quizás me fijo en las pocas veces que me hacen mierda y, si está bueno, trato de no cometer esos errores en lo que escribo. Hay otras veces que se hace sin altura o con mala leche.

Creo no hay que creérsela y seguir haciendo lo que a uno le gusta, al mismo tiempo que dentro del «estilo» de cada uno buscar metas nuevas. Quizás me fijo en las pocas veces que me hacen mierda y, si está bueno, trato de no cometer esos errores en lo que escribo

—¿Qué particularidades tiene introducirse en la escena literaria siendo del el interior? Teniendo en cuenta que la mayoría siempre está concentrada en Buenos Aires.
En Córdoba, cuando yo empecé a escribir, era muy complicada la escena. A lo sumo pasaba por cierto sector de la Universidad, que a su vez trabajaba en La voz del interior, pero por fuera de ese circuito no había otros lugares para desarrollarse como escritor. Yo empecé haciendo una editorial con unos amigos que se llamó «La creciente», donde salieron los primeros libros de Federico Falco, Cuqui y muchos otros que después continuaron. Veníamos del 2001, en una situación de crisis donde era muy difícil publicar y nadie nos conocía, y con razón. Lo que hicimos fue ir armando nuestro propio espacio, donde logramos ir expandiéndonos. Copiamos un poco a Ediciones del Diego e íbamos vendiendo nuestros libros en las colas de los cines.

—El famoso boca en boca.
Claro, eso y los blogs también ayudaron. Hicimos una revista virtual, Fé de erratas, que trataba temas generales y también sobre literatura. Gracias a ese blog empezamos a conocer a otros escritores, algunos porteños. Como ellos también jugaban al fútbol, como Terranova, Mairal, Lloyds, entre otros. Se vinieron a Córdoba una vez a hacernos un desafío y ahí nos hicimos conocidos. Fue entrar el ambiente porteño por un costado lateral, también apoyado por ese sentimiento de culpa que tienen por la gente del interior al no tener las mismas posibilidades. Pero sí, Córdoba era un lugar complicado. Ahora creo que ya no lo es tanto, hay más talleres, gente joven que le pone otras frescura y energía.

(Leer nota relacionada: Entrevista a Pedro Mairal: “El lector empieza a construir un autor en la cabeza, muchas veces equivocado”)


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—¿Creés que se está descentralizando un poco?
Yo creo que sí, hay gente en muchas provincias que tienen sus proyectos. A partir de Internet es más fácil llegar a otra gente y no quedarse solo en tu entorno. Y, por otro lado, a nosotros no nos interesaba llegar a Buenos Aires, no era nuestro objetivo. Queríamos ser leídos por nuestra comunidad, que como objetivo está bueno: pensarte dentro de una región y escribir para eso.

—Boris Groys, por ejemplo, dice que el verdadero desafío del autor es que la gente que está cerca tuyo conozca su obra y no a nivel global.
Sí, es cierto. Además cuando sos joven y te juntás con otra gente, se produce una gran energía. Nos preguntábamos cómo representar nuestro entorno, porque algunos no éramos solo del Interior, sino del interior de Córdoba, pequeñas ciudades. ¿Cómo representar eso sin caer en regionalismos o reivindicar al gaucho? A partir de esas discusiones y conocernos, encontramos formas de solucionar ese problema con el estilo de cada uno.

La muestra rural LSF

Hay muchas personas que prefieren narrar lo común, yo prefiero al vecino de al lado cuando tiene alguna cosa extraña o extraordinaria, sino no me interesa.

—En una entrevista anterior señalaste que, a veces, las escenas que se viven en el interior pueden ser tan inverosímiles que el realismo no alcanza para describirlas. ¿Cómo trabajás eso?
La realidad no va a la literatura directamente, siempre es procesada. Por más que uno escriba realismo, nunca se copia la realidad, sino que se devuelve otra cosa. Y el filtro para ese proceso es uno mismo, su mirada, que es lo que le da el color particular a su literatura. Vos y yo podemos estar describiendo esta taza, pero cada uno va a ver cosas distintas en esa taza. Por eso, cuando describís una ciudad, podés encontrar a varios escritores que hablen de lo mismo, pero con diferentes colores. Hay muchas personas que prefieren narrar lo común, yo prefiero al vecino de al lado cuando tiene alguna cosa extraña o extraordinaria, si no, no me interesa.

—¿En qué sentido?
—No llevo el estandarte de la normalidad o del hombre común, para mí no existe básicamente. Esa es mi forma de procesar la realidad, que en cierta medida es involuntaria. No es algo que yo me ponga como objetivo, me doy cuenta de eso una vez que el trabajo ya está hecho.

—En tus libros hay referencias culturales como escritores, series o películas, ya sea directamente o de forma más velada. ¿Se corre el riesgo de que otra persona no se entienda? ¿Qué lector tenés en la cabeza?
Es gracioso, porque cuando termino de escribir un cuento, me doy cuenta de que la serie que estaba viendo, la música que estaba escuchando o lo que me pasó en esa semana, se mezcla ahí. En ese momento es cuando pienso que si robo de muchas partes, a lo mejor nadie se da cuenta.

—Charly García siempre dice que «el que le roba a todos, es un genio».
Claro (risas). No sé si soy un genio, pero creo que lo que hago puede ser entendido a niveles distintos y no es necesario haber visto las mismas películas que yo, no creo que alguien se quede afuera. No me interesa esa literatura que, si no tenés la misma enciclopedia encima, no se entiende. Yo trato cada vez más de escribir algo que pueda ser entendido por más personas con distintas historias detrás.

A mí me parece que la poesía es la forma más depurada de la literatura. Ahora hace años que no puedo escribir nada de eso, porque no me sale. En ese momento tenía cierto estado mental que ahora no puedo recuperar, pero quiero creer que mi narrativa tiene incorporada algunos de esos elementos

—Antes de hacerte con un renombre en la narrativa, escribías más poesía y se publicó San Francisco (China Editora, 2013). ¿Por qué creés que la poesía no llega a un público tan amplio como la narrativa?
Porque la poesía es mejor que la narrativa.Yo tenía muchos alumnos que no se copaban con la poesía, no la entendían o no se emocionaban, y yo les decía que quizás no era para ellos. A mí me parece que la poesía es la forma más depurada de la literatura. Ahora hace años que no puedo escribir nada de eso, porque no me sale. En ese momento tenía cierto estado mental que ahora no puedo recuperar, pero quiero creer que mi narrativa tiene incorporada algunos de esos elementos. La poesía no se vende porque requiere no solo para el que la escribe, sino también para quien la lea, ese estado mental, un descanso o un estado de reflexión que no siempre se puede encontrar. Y está bien que así sea. La literatura va cada vez más hacia esa zona de placer elitista en cierto sentido.

—¿Cómo sería eso?
Una suerte de placer que no muchos se pueden dar, o una artesanía ya perimida, lo cual no está ni bien ni mal. Yo no soy un defensor de que los escritores tengan que machacar con la idea de que los chicos tienen que leer más. Que lea el que quiera, que encuentre allí el mal que se necesita a cierta edad. Para mí la literatura es el reino del mal.

—¿Por qué?
Porque siempre te muestra lo que está mal o cómo deberías comportarte para no ser normal. Cuando uno tiene 14 o 15 años, es el refugio para esa clase de angustia que se tiene todo el tiempo. A esa edad uno ya se da cuenta de cómo viene la mano y se trata de buscar gente que esté de acuerdo con vos. La literatura es eso.

Lamberti1—Recién hacías referencia sobre el estado mental que se necesita para escribir poesía, pero con la narrativa no te pasa. ¿Tenés alguna rutina a la hora de escribir?
Narrativa trato de escribir todos los días o al menos de corregir. Con la poesía no me sale eso, no es algo que pueda hacer deliberadamente. En cambio, con la narrativa sí, porque lo poético ahí pasa más por la creación de imágenes o situaciones, es otra función del lenguaje si se quiere.

—¿Cómo afectó la paternidad tu rol de escritor?
Contra lo que se podía pensar, estoy escribiendo más narrativa que antes. Aprovecho más el tiempo, boludeo menos. Funciono mejor.

—Antes señalaste que cuando estabas en Córdoba, Internet ayudó mucho a difundir la literatura de ahí. ¿Qué papel juega Internet y las redes en la producción literaria?
Yo soy más tradicional en ese aspecto y sigo creyendo en la publicación en papel, donde una editorial que apuesta por vos es más legitimadora a que te lean por Facebook. Te pueden leer menos personas, pero la legitimación es ineludible. Yo no muestro mis cosas por Facebook, no me interesa para nada. Es un soporte que implica una producción determinada: más rápida, efectista, que tiene que ver con el yo y la exhibición de uno mismo. Yo nunca me pongo directamente en lo que escribo, la ficción me sirve como un enmascaramiento, porque no me parece que esté bueno. Al menos en mi caso, si otro lo quiere hacer, genial. Hay cierta cuestión tradicional de la literatura que todavía no se rompió, el respeto que se le tiene al objeto libro más allá de los soportes alternativos.

—¿Qué escritores considerás que fueron claves para que hoy seas escritor y lector?
Los de la adolescencia. El otro día estaba escribiendo un cuento sobre un adolescente que leía a Herman Hesse (y ahí vuelve la cuestión del mal, ¿no?) y esa clase de escritores iniciáticos, que lee todo el mundo y que son muy importantes. Por ejemplo, ahora estoy releyendo a Puig y lo estoy disfrutando un montón. A medida que me pongo más viejo, dejo de lado las novedades y me pongo a releer. Está buenísimo, porque ves cosas que no veías, lo disfrutás más. Esos autores iniciáticos tienen esa respuesta quizás de por qué te volviste escritor.

Yo no muestro mis cosas por Facebook, no me interesa para nada. Es un soporte que implica una producción determinada: más rápida, efectista, que tiene que ver con el yo y la exhibición de uno mismo.

—Para alguien que le interesa escribir, ¿qué consejo le podrías dar?
Yo creo que lo principal es que no publique al toque para no arrepentirse. Uno va cambiando mucho a lo largo de su vida, pero se llega a un momento en el que se alcanza cierto grado de calidad y no suele ser en lo primero que escribís. A menos que seas Rimbaud, ¿no? Otro aspecto fundamental, y que es lo más difícil, es que trate de encontrar la felicidad en el trabajo. No en la primera escritura, sino en la reescritura, la corrección. Una vez que encontrás el placer ahí, en gran medida ya estás hecho. Cualquiera hace una primera versión de algo, pero cuando te das cuenta de que tiene que estar todo pensado, hay una instancia muy racional, ganás mucho. Eso emerge en la labor de un escritor. Hay una frase de la biblia que dice «Sean perfectos», no dice «buenos». Ese es mi consejo para los escritores: ser perfectos.

—¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Estoy por sacar un próximo libro en agosto, se va a llamar La casa de los eucaliptus. Van a ser cuentos de terror y fantásticos, va a ir más en la dirección de lo sobrenatural. Hay mucho realismo actualmente, pero el género fantástico implica cierto trabajo sobre la forma. No hay muchos escritores que trabajen en esa línea, se me ocurren Mariana Henríquez o algunos cuentos de Leonardo Oyola, que están buenísimos. Se suele querer evitar escribir desde la tradición, pero para mí está bueno, escribir desde algo.

—¿En Argentina no puede ser que pase eso para correrse un poco de la línea de las vacas sagradas como Cortázar, Sábato o Bioy Casáres?
Sí, pero se murieron hace un montón de tiempo. En el medio hubo escritores que tuvieron otra onda. Además, la literatura no importa tanto ahora como en la época de Sábato, por ejemplo.


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