Entrevista a Proyecto Infinito: «Nos sentimos contrahegemónicos»

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Proyecto Infinito es una banda de rock formada en 2007 por los hermanos Faustino Chirino (bajo y voz) y Juan Manuel Chirino (guitarra y voz) y a la cual se sumó Alan Martínez (baterista) en el 2013. Con una fuerte influencia de The Beatles, Luis A. Spinetta, Gustavo Cerati y Led Zeppelin, la banda apuesta a la música como lugar de ruptura estética, de juego y de apertura creativa. A tan sólo tres días del próximo Festicultural Elepepé, Faustino nos cuenta la historia de la banda, sus proyectos futuros y las expectativas que tienen de cara al festival: «Lo que nos atrae es la idea del rock como espacio de libertad en el que podés, más allá de una instrumentación o un estilo, buscar una ruptura estética con lo que ya existe».

Proyecto Infinito 2

─¿Cómo surgió Proyecto Infinito?

Tuvimos varios comienzos. Cuando empezamos a tocar éramos muy chicos, tendríamos doce o trece años, y nuestro baterista era Alan Martínez, que es el baterista actual. Tocamos con él dos o tres años, pero después nos separamos y con Juan empezamos a armar un EP de tres temas con una línea muy Spinetteana y con baterías electrónicas. Esa banda que compartíamos con Alan, en el último período, se había llamado “Proyecto Infinito”, así que el comienzo lo podemos situar hace más o menos diez años. Después hubo un impase de la formación actual, por supuesto, y volvimos hace dos años. Esas son sus “dos génesis”.

─Arrancaron desde muy chicos con la banda. ¿Habían estudiado música?

Alan toca desde que tiene tres años. Mi viejo tenía una banda con la que hacía música de Los Beatles. Cuando Palermo recién arrancaba, ellos fueron como la primera banda convocante, y entonces desde chicos escuchamos música. Siempre estuvo latente la idea de empezar a tocar. A principios de la adolescencia conseguimos unos instrumentos que no eran los mejores, pero eran instrumentos al fin, y empezamos a tocar. Fue algo natural.

 ─¿Por qué lo llamaron así?

Fue la primera canción que grabamos. A veces se nos dijo que era por algo inconcluso, pero en realidad es por la consecución de un fin que va más allá del cuerpo, de lo humano. Por ahí es un poco ampuloso, ahora que lo pienso, pero encierra la cuestión de la trascendencia. El arte es, como dice Cerati, «una suma de placeres».

─¿Desde el comienzo decidieron qué estilo iba a tener la banda?

Los estilos tuvieron que ver con las distintas formaciones porque hubo cambios muy grandes. Me acuerdo que cuando arrancamos en el 2005 con la formación actual éramos muy niños, yo tenía catorce y era el más grande. No íbamos en busca de un estilo, sino que se dio naturalmente, y es muy difícil para nosotros establecer esa “clasificación Rolling Stone” de “rock con influencia del pop coreano y música francesa”. Hacemos rock, y un poco de pop, por ahí. Lo que nos atrae es la idea del rock como espacio de libertad en el que podés, más allá de una instrumentación o un estilo, buscar una ruptura estética con lo que ya existe.

 ─¿Qué es la música para ustedes?

─Es un estado del espíritu. Algo que te tiene que movilizar, que te toca o no te toca, y es algo ante lo que no podés ser indiferente. Como músico, es muy difícil no tener un instrumento cerca o crearlo de elementos cotidianos, y tengo la necesidad física de hacer música. Pero también desde el lado del que escucha, no puedo escuchar algo con mala calidad sonora, y lo que prevalece es ese núcleo que te mueve el sentimiento.

 ─¿A la hora de componer, cómo es la dinámica del grupo?

Hay dos momentos muy claros. Hasta el primer disco, que es Proyecto Infinito, compusimos Juan y yo juntos, la letra y la música. Juan hacía la música y yo la letra, generalmente. Después la dinámica cambió un poco. Antes era, quizás, mucho más dividido, y hoy cruzamos mucho más las ideas. Los temas que tocamos en la banda son siempre de los dos.

No íbamos en busca de un estilo, sino que se dio naturalmente. Lo que nos atrae es la idea del rock como espacio de libertad en el que podés, más allá de una instrumentación o un estilo, buscar una ruptura estética con lo que ya existe. La música es un estado del espíritu, y es algo ante lo que no podés ser indiferente. 

─Sus letras tienen una gran marca poética, ¿tienen alguna lectura de base que los arrastre hasta ahí?

Ahora sí tengo que hablar de mí porque Juan es muy celoso de su posición. Quizás él no escribiría una letra adelante de nadie, y yo al revés, soy medio exhibicionista. Toda experiencia es útil para escribir. A mí me gusta mucho leer, yo soy bibliotecario además de músico, y escribo prosa. Todo es válido, desde algo que ves en el tren o en el subte, hasta la prosa, una noticia en el diario… muchas letras surgieron de mix de esas cosas. Una de las canciones que vamos a tocar en la próxima fecha se llama “Chica del mar”, es una canción inédita, y surgió de una película de Miguelanxo Prado que se llama “De Profundis”, y de algunas experiencias personales. En el primer disco, por ejemplo, hay una canción que se llama “Informantes” y surgió de algo que escuché en el tren una vez, un secuestro exprés por teléfono, y otras como “El Eternauta”, que es el tema que tenemos que más se movió hasta ahora, surgió un día que pensé en lo que pasaría si la ciudad estuviera vacía y no hubiera nada, si todo fuera natural, y una persona estuviera caminando sola…

Corte del primer disco de Proyecto Infinito con Héctor Starc como guitarrista invitado. Videoclip realizado por Germán Gugliara.

─Además de “El Eternauta” tienen un tema que se llama “El Trosko”. ¿Hay una “bajada de línea” política y conciente ahí?

Creo que no tanto por parte de las letras, porque ellas son, quizás, nuestro costado menos político, pero donde sí intentamos que haya un costado político es en la música. Ahora, el ambiente musical, el pequeño espacio que uno llega a conocer, muchas veces presenta características que uno no comparte desde el plano estético y musical. La nuestra es una propuesta estética. El Trosko y El Eternauta son dos figuras literarias, el primero surge de la periodista Laura Ramos, el personaje más facho de todos en uno de sus libros que se llamaba “El Trosko”. Al Eternauta ya todos lo conocemos.  

─Ser disruptivo desde el lado de la música es un gran desafío. ¿Cómo lo llevan a cabo?

Es algo que discuto mucho con amigos que se dedican al arte. ¿Cuál es la función del rock como elemento de ruptura? Es esto de que hay tipos súper rockeros que a veces tocan con guitarra acústica y pianito, o el mismo Spinetta, que me parece lo más revolucionario del mundo aunque muy pocas veces se metió con lo estrictamente político. Es plantear esa idea de ruptura con lo que hay y con lo que está de moda, aunque todo esté cruzado por la moda y por lo que se escucha, pero poder hacer una decisión conciente a nivel estético. A mí, por ejemplo, no me convence el rock cantado en inglés en Argentina. No me convencía en los ’60 ni me convence ahora. Entre los ’60 y los ’80, incluso en parte de los ’90 y en el rock chabón contestatario, con el laburo lírico que se hizo, me parece una gran derrota. La estética de muchas bandas de ahora que copian las bandas de afuera es algo que no llego a entender porque el rock argentino tiene una tradición tan fuerte y tan linda, que no puedo aceptar ese retroceso.

─¿Cómo sentís que se podría superar esa derrota?

No sé. A Spinetta una vez se lo llevaron preso. El chabón estaba tocando en bombacha con Pescado Rabioso y lo re gastaban, y eran tipos que estaban cantando “hoy te quiero proponer que mires en tu mar cerebral…” y de repente que ahora unos pibitos se pongan una camisa y que imiten la onda extranjera es algo que no me cierra del todo. Tampoco tendrían que imitar la de acá. Podrían encontrar la suya propia.

 ─¿Creen que es posible separar el arte de la política?

─Siempre es político. Incluso la decisión de ser revolucionario, la decisión de qué escuchar, de qué vestir, de dónde tocar. Hoy hay como una “estética del under” y son bandas toleradas por el sistema con una estética que importan desde afuera, una estética extranjera, y esos espacios y esas empresas discográficas tienen un gran sesgo político que en general no se llega a ver, pero que existe. Hasta tratados con gobiernos. Entonces, es inevitable enfrentarse aunque la decisión sea tan tonta como poner una distorsión o no ponerla, porque siempre es política. En ese sentido nosotros nos sentimos, en un punto, contrahegemónicos.

Es plantear esa idea de ruptura con lo que hay y con lo que está de moda, aunque todo esté cruzado por la moda y por lo que se escucha, pero poder hacer una decisión conciente a nivel estético. A mí, por ejemplo, no me convence el rock cantado en inglés en Argentina. No me convencía en los ’60 ni me convence ahora. Entre los ’60 y los ’80, incluso en parte de los ’90 y en el rock chabón contestatario, con el laburo lírico que se hizo, me parece una gran derrota. La estética de muchas bandas de ahora que copian las bandas de afuera es algo que no llego a entender porque el rock argentino tiene una tradición tan fuerte y tan linda, que no puedo aceptar ese retroceso.

─Tienen un primer disco que se llama Proyecto Infinito (2012)” y este segundo se llama “Aventura Nocturna”… ¿Cuál piensan que fue el “gran salto” que dieron entre uno y otro?

¿A vos qué te parece? (risas). Desde que somos muy chicos, estamos influenciados por Los Beatles, son como “la vaca sagrada” para nosotros. Mi viejo, además, tenía la banda de los Beatles, pero no se disfrazaban (risas). En el primer disco, entonces, hay dos influencias muy grandes, la de los Beatles, Spinetta, y de Charly también desde el rock argentino, y Fuerza Natural de Cerati es la otra gran influencia, por eso tiene un aire medio eléctrico folk con algunas cosas electrónicas. Lo hicimos cuando teníamos 18 y 15 años, entonces su estética es más de juego. Por otro lado, más que como una decisión conciente, como un descubrimiento de fin de la adolescencia, siempre que tocamos en vivo tocamos eléctrico y nos sale muy “zeppeliniano”, con mucha distorsión, tocamos fuerte, con instrumentos vintage.  En vivo nos sale un monstruo interno que nos obliga a tocar a lo Zeppelin. Esa es nuestra segunda etapa, digamos.

─Y ahora que les toca un acústico, ¿cómo están?

Es un desafío. En general tocamos con batería electrónica, no prescindimos de instrumentos eléctricos, guitarra acústica, seguro hacemos un mix del primer disco y algunos varios inéditos.

─Contame un poco de “BUDA”, el EP que piensan lanzar el año que viene…

Va a tener cuatro temas porque es un número sagrado en la India. Es la vida de Buda narrada en cuatro canciones, cuatro momentos de su vida. La primera es «El Jardín del Príncipe», porque Buda estuvo encerrado en su Castillo y en un sueño se le apareció su padre, una deidad, y le dijo que había dos opciones. Si Buda no salía de su casa durante su juventud iba a ser un gran rey y conquistar el mundo, pero si llegaba a salir de su casa, sería un gran líder espiritual. Así vivió durante su juventud sin salir, y el padre estaba tan limado con que no saliera, que hacía que todo fuera bello dentro del Palacio. Si caían hojas muertas las hacía barrer, si caía un pájaro muerto lo sacaba antes de que el príncipe despertara, hacía rotar a la servidumbre que envejecía para que no conociera la vejez ni la decrepitud. Lo agarraba Freud y lo hacía pelota (risas).

─¿Cómo sigue la historia?

Buda logra salir de su casa. Llama a los cocheros que deben obedecer porque, al fin y al cabo, es su príncipe. En su paseo ve un anciano, un enfermo y un muerto, en ese orden. El tipo se da cuenta de que la base de la condición humana es el sufrimiento y él quiere romper con eso. Se escapa de la casa y busca distintas experiencias de iluminación para alcanzar el Nirvana. Se vuelve mendigo. El segundo tema se llama “Éxodo”, que es sobre todo instrumental, y narra esa parte de la vida de Buda. Finalmente, bajo un árbol alcanza la Iluminación, creo que era un Sauce, por eso el tercer tema se llama “Iluminación”, que es un tema medio “Acharlyzado”, con un poco del Charly de los ’80. Y el último tema se llama “Buda” y es el estado de paranirvana que es la muerte de Buda.

─No en cualquier lado se encuentran tres músicos que concuerden musicalmente a la hora de emprender un EP que cuente la vida de Buda.

En realidad somos bastante diferentes. Juan y yo fuimos al Nacional Buenos Aires y tuvimos una formación literaria muy pesada, y a Alan lo conocimos cuando Juan iba a la primaria, en un colegio de provincia. Juan y yo tenemos una formación común, Alan viene más del palo del rock, y su familia vivía en una sala de ensayo. Tocábamos a los doce años con los heavy metal en serio, por ejemplo, con algunos ex Rata Blanca. La nuestra es por ahí una formación más lírica, y la de Alan más rockera, Juan es muy espiritual y budista, yo soy más hincha pelotas, pero nos conocemos hace tantos años que ya nos complementamos.

Pre Cromañón había toda una movida que para mi generación, que recién empezaba a tocar, no llegamos a conocer. Pero tengo amigos más grandes que me cuentan que tocaban en todos lados, que movían entre quinientas y mil personas, y hoy mover cien personas es una tarea titánica que requiere mucho esfuerzo. En parte está dado, también, por la cuestión empresarial que cruza todo. El bolichero se dio cuenta de que es un empresario el que gestiona la música fuerte del under,  las discográficas mismas, todos tienen muy identificados cuáles son los lugares buenos para tocar y esas bandas pueden acceder, pero si no estás en ese mundo o no sos de su palo, tenés que hacer una movida muy grande para el acceso.

─¿Cómo encuentran el escenario porteño para las bandas emergentes?

Hay algunos lugares con muy buena onda, hay lugares con más o menos de onda, y hay otros sin onda. Pero te hablo tanto desde la buena vibra hasta de las condiciones o de la posibilidad de una banda de acceder a esos lugares para tocar. Es muy difícil encontrar un lugar donde las condiciones estén buenas. Pre Cromañón había toda una movida que para mi generación, que recién empezaba a tocar, no llegamos a conocer. Pero tengo amigos más grandes que me cuentan que tocaban en todos lados, que movían entre quinientas y mil personas, y hoy mover cien personas es una tarea titánica que requiere mucho esfuerzo. En parte está dado, también, por la cuestión empresarial que cruza todo. El bolichero se dio cuenta de que es un empresario el que gestiona la música fuerte del under,  las discográficas mismas, todos tienen muy identificados cuáles son los lugares buenos para tocar y esas bandas pueden acceder, pero si no estás en ese mundo o no sos de su palo, tenés que hacer una movida muy grande para el acceso. Y en otros lugares donde está bueno tocar y te lo permiten, te exigen, quizás, un número mínimo de personas, o te cobran, o finalmente las condiciones son paupérrimas.

─¿Alguna experiencia de esas que recuerdes?

Una vez fuimos a tocar a un lugar con un equipito de bajo de 10 watts. No podés presentar una banda de rock con ese equipo. No quiero plantear una visión pesimista. Hace tiempo hicimos un acústico en un centro cultural que fue re denso desde lo político porque la policía estaba esperando en la puerta porque el lugar no era del todo legal, el lugar estaba cerrado, adentro estábamos los músicos, no sabíamos si enchufar o no. Tocamos como a las tres de la mañana y finalmente estuvo muy bueno, pero como experiencia, hay que contarlo. Esa coyuntura también existe y está. No hay que quedarse de que en las malas condiciones surgen malas cosas, porque ese lugar estaba bueno y la gente también, y a veces surgen cosas muy gratificantes. Pero a veces es difícil.

─No suelen tocar mucho en formatos acústicos, ¿qué expectativas tienen del próximo Elepepé?

Hace tiempo que no tocamos en vivo. Todavía conservamos la energía de los doce o trece años de querer tocar, y eso es lo que más me gusta, una energía inocente. Tenemos muchas ganas de divertirnos tocando en acústico, aplacados, poniendo la energía de la alegría personal. Vamos a tocar temas que no tocamos generalmente, van a haber temas del primer disco, y del segundo disco otros que nunca tocamos acústicos, y ese es el desafío. Vamos a usar algunas pistas electrónicas, también, y algunos temas inéditos.

Fotografía de portada y cuerpo de nota: Josefina Schmipp

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