El terrorismo de Estado por Cristina Muro: esposa de desaparecido

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Hace más de 36 años, Cristina Bárbara Muro conoce lo que es la desesperación, el dolor y la pérdida. Víctima del terrorismo de Estado y familiar de desaparecidos, recuerda: “Yo tenía 25 años, un hijo de dos y un bebé de seis días”, en el día en el cuál su esposo no volvió de una cita con unos compañeros y ella fue brutalmente golpeada y lastimada. La barbarie se hace presente en la historia.



Cristina es militante política y su marido, Carlos Alberto Chiappolini, también lo fue. Él pertenecía al grupo político Montoneros y fue secuestrado el 26 de febrero de 1977 con tan sólo 23 años y medio. Fue en ese mismo día cuando ella conoció al secuestrador de su compañero y al jefe del operativo que la torturó junto a su bebé recién nacido: «Apareció en mi casa un grupo de tareas de la ESMA, fue un desastre». Su mirada se paraliza al rememorar: “Era un hombre joven, de tez muy blanca, rubio”. Muchos años después, pudo conocer su identidad: “Era Cavallo. Unos lo llamaban Marcelo, otros Ricardo, Miguel Ángel, Sérpico. Pero era Cavallo, el joven rubio que irrumpió en mi casa”.

Al asumir la Junta Militar de la última dictadura, ésta se declaró en lucha contra la subversión argumentando que ése era el mal de la República. El primer año del gobierno de facto, se dedicó al exterminio sistemático de manera clandestina de los integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), uno de los grupos guerrilleros, y en 1977 se prosiguió fundamentalmente con Montoneros. Chiappolini era considerado un enemigo del Estado por ser militante peronista y montonero. Creyeron que su vida no tenía valor y así procedieron, marcando con fuerza la bota militar.

“Me golpeaban cada vez que gritaba. ‘No te muevas, callate’. Me abrieron los puntos del parto a patadas. Uno de ellos tenía a mi bebé en pañales, boca abajo, agarrado por los piecitos y con una pistola en la boca. ‘¡Te callás o disparo!’. Seis días tenía, era todo una locura”.

“¡Quieta, arriba las manos!”, confiesa Cristina que le dijeron al momento de entrar a su departamento de la calle Amenábar 2995, Buenos Aires, aquella tarde de febrero. A pesar del pánico y el miedo que invadió su cuerpo en aquel momento, cuenta que no podía dejar de preguntarles: “¡Mi marido! ¿Qué le pasó a mi marido?”. La única respuesta que obtuvo por mucho tiempo fue que lo tenían detenido, sin más datos, ni información, ni clemencia.

Sufrió maltratos, golpes, sacudidas y miradas frías, la tiraron al piso boca abajo y le pegaron sin compasión, a los gritos la insultaron y la pisaron para no redimirse. “Me golpeaban cada vez que gritaba. ‘No te muevas, callate’. Me abrieron los puntos del parto a patadas. Uno de ellos tenía a mi bebé en pañales, boca abajo, agarrado por los piecitos y con una pistola en la boca. ‘¡Te callás o disparo!’. Seis días tenía, era todo una locura”.

La primera foto (de izquierda a derecha): «somos nosotros dos (Cristina y Carlos) en la esquina de San José y México, ahí estaba la Unidad Básica La Patria Grande Circ. 13, Monserrat, donde transcurrían nuestros felices días de militancia». La segunda son algunos recordatorios que se publicaron distintos años para la fecha de su secuestro.

Esa locura nunca terminó: comenzando una lucha inclaudicable buscó a su marido por todos lados, a través de los medios de comunicación, obispos, instituciones. Pero afirma: “Nadie me daba una pista”. Varios años más tarde, ya entrada en la década de los ’90, por diferentes rumores y testimonios, supo con convicción que su esposo había estado detenido en la ESMA y que no había sobrevivido a las torturas. “Mi marido agonizó durante dos días y murió tres días después de ser detenido. Ahí pude poner un poco de cierre a esta historia”. Pero oficialmente, Chiappolini, sigue siendo un desaparecido.

Varios años más tarde, ya entrada en la década de los ’90, por diferentes rumores y testimonios, supo con convicción que su esposo había estado detenido en la ESMA y que no había sobrevivido a las torturas.

“El primer momento fue horrible, tenía pánico que vuelvan a buscarme a mí. No podía dormir de noche. Durante mucho tiempo hubo autos que me seguían y vigilaban pensando que yo podía hacer contacto con compañeros de militancia, pero ahí empecé a conocer a otros familiares”. En ese tiempo, fue que comenzó a formar parte del primer organismo de afectados directos que se formó en 1976: Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y la lucha empezó a ser más encausada desde el organismo, “entendiendo que esto nos pasaba a todos, la sociedad tenía que empezar a entender que esto nos estaba pasando a todos». Cristina reasume su elección: “Para nosotros era muy importante reivindicar la militancia política nuestra y de nuestros desaparecidos o detenidos, pero no todos querían reconocer eso en primera instancia”.

“Hasta que volvió la democracia nosotros pensábamos que por ahí estaban en algún lado presos, pero inevitablemente no iban a aparecer nunca. A medida que empezamos a conocer a los sobrevivientes, tomamos una real conciencia de lo que había pasado”

La esperanza fue algo que mantuvo siempre la lucha de los familiares y de los organismos de derechos humanos, pero sin dudas el desastre que dejó la dictadura en todos los niveles se vivenció una vez que ésta terminó: “Hasta que volvió la democracia nosotros pensábamos que por ahí estaban en algún lado presos, pero inevitablemente no iban a aparecer nunca. A medida que empezamos a conocer a los sobrevivientes, tomamos una real conciencia de lo que había pasado”.

‘¿Dónde está papá?’ ‘Se los llevaron unos señores’. ‘¿Por qué?’ ‘Porque eran malos’. Nunca evadió las preguntas de sus hijos, a cada lugar que iba los llevaba con ella. Lo espantoso de la ausencia lo experimentó en carne propia con su misma crianza: como lo extrañaba uno de ellos, como lo desconocía el otro por ser tan chico cuando le robaron la vida del padre.

En el mes de agosto del 2000 era el 27º aniversario de su casamiento. Al respecto, comenta: “Estuve todo el día pensando en que mi marido me iba a regalar algo grande y me llamaron para decirme que ese día habían detenido a Cavallo en México. Se me vino el mundo encima ahí. Porque durante tantos años hablás de 30.000 mil compañeros, pedís justicia, pero otra cosa es hablar de tu momento, de tu desaparecido. Es muy conmocionante volver a la propia historia”.

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La primera foto (de izq. a der.) es del casamiento entre Cristina Muro y Carlos Alberto Chiappolini. La segunda es de Carlos con el hijo mayor (el menor de sus hijos fue privado por los genocidas de tener recuerdos junto a su padre).

El juez español Baltasar Garzón citó a Cristina Muro, junto a otros compañeros, a declarar en España en el año 2000 y, en el 2011, pudo lograr ver al torturador Cavallo hundido en la reclusión perpetua. “Es la primera vez que me senté frente a un juez para contar mi historia porque en Argentina se mantenían las leyes de impunidad, acá no había justicia”. El testimonio de ella fue esclarecedor para reconocer la identidad del militar, es por eso que su voz y las de muchos otros tuvieron el poder de condenar a aquellos que desquiciaron su vida, volver a recordar lo que vivió, culminar esos minutos que se eternizaron en el tiempo.

En este momento histórico, en el país la memoria predomina y los juicios tienen un carácter reparador, la historia se sigue contando y la impotencia se convierte en justicia (ver nota Los juicios son ahora). El 11 de septiembre del año 2013, Cristina Muro declaró en el juicio de la Megacausa ESMA : “Fue muy movilizador, tenía mucho miedo de olvidarme cosas. Mi testimonio dio fe de que muchos compañeros fueron perseguidos por ser militantes«.

Ese día tuvo frente a frente a Cavallo: «El único represor que va a todas las audiencias del juicio, aunque hay 70 acusados, el único que va es Cavallo, así que el día que declaré estaba ahí sentadito”. Cristina, con todos los odios, sentimientos, búsquedas acumuladas, con todo lo que pasó durante los 36 años de ausencia manifestó: «Que me mire a la cara y me diga qué hicieron con el cuerpo de mi marido para poder encontrarlo. Uno de mis hijos que estaba presenciando la audiencia le gritó ‘hijo de puta, mirala a la cara a mi mamá y decile lo que te está preguntando, ¿dónde está mi papá?’», pero la pregunta sigue sin responderse.

“Ese día sentí como que hubiese vuelto de enterrarlo en el cementerio». Esperar tanto tiempo para que sus palabras adquieran el significado de formar parte de la historia y no sólo ser un eco en su interior, voces que en este proceso cumplen el anhelo de tener la autoridad de condenar a los culpables. Cristina sonríe y su sonrisa no se cansa de brillar.

“Los juicios le dan sentido a la lucha, a la de aquellos jóvenes, a la nuestra y a la de las generaciones futuras”, afirma.

“Los juicios le dan sentido a la lucha, a la de aquellos jóvenes, a la nuestra y a la de las generaciones futuras”, afirma. La bronca, la injusticia y la impotencia del secuestro exhaustivo de identidades, se revierten en satisfacción, en poder toparse al final con lo que siempre se denominó justicia: “No hace falta la venganza, la justicia es lo único que sirve”.

Ella es parte de ese pedazo de historia que necesita contarse: “Siempre fue muy importante para nosotros contar y compartir lo que sabemos, y en plena democracia nuestra tarea es sostener la memoria. Mi historia se puede multiplicar por los miles de compañeros pero la memoria es lo único que va a perdurar en el tiempo”. Su deseo en el presente es que las nuevas generaciones tengan la fuerza de seguir avanzando: “Los jóvenes son quienes van a seguir describiendo el relato”. Para Cristina Muro, esto es fundamental: “Si no contáramos una y otra vez la historia, nada de esto podría haber sido posible”.

Cristina militaba en la Juventud Peronista en territorio, pero compartía la misma visión ideológica y política que la mayoría de los militantes de la época: “Nosotros luchábamos por una sociedad justa”. Hoy, además, junto a sus compañeros de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas mantiene una lucha que aún sigue viva.

En la actualidad, trabaja como psicóloga social en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación: “Quise estudiar algo que me permita ayudar a gente que está en estado de crisis de angustia pública y que no tenga quien le dé una mano, como nos pasaba a nosotros, los familiares de desaparecidos. Me especialicé en víctimas de grandes catástrofes, así es que participé en el atentado a la AMIA, cuando cayó el avión de LAPA y la tragedia de Cromañón. Me sentí tan útil. Lo que hago le sirve al otro, esto también es una manera de pensar de la forma que pensé siempre”. Cristina militaba en la Juventud Peronista en territorio, pero compartía la misma visión ideológica y política que la mayoría de los militantes de la época: “Nosotros luchábamos por una sociedad justa”. Hoy, además, junto a sus compañeros de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas mantiene una lucha que aún sigue viva.

“Lo que dejó el terrorismo de Estado es conciencia, vamos a seguir buscando justicia hasta las últimas posibilidades, pero a su vez ha dejado duros vacíos en todos nosotros. El daño que nos han hecho es muy grande, porque la ausencia es un agujero que existe y no hay nada que pueda llenarlo, esto le pasa a las esposas, a los padres, a los hijos y a los nietos que les transmitimos todo esto”. La desaparición de las personas es ese agujero que no cierra, es una condición angustiante, porque perduran en el tiempo y no se pueden cerrar. Dicen que el tiempo cura las heridas, pero la expresión de Cristina refleja paz. Sus padecimientos se sanan con justicia y no con olvido y silencio, se curan con la verdad.

Las imágenes no quedan atrás, las fotos recuerdan, reviven momentos, alegrías, sonrisas. Sonrisas que no pudieron continuar andando juntas, las separaron, las torturaron, sin importar los amores y desamores, sin pensar en las utopías y anhelos, y sin interesarse por la vida que se llevaban con ellos. Esos ojos no olvidan y la sonrisa persiste para rebelarse al dolor. Un pequeño triunfo personal ante tanta barbarie.

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Postal ubicada en el predio de la Ex ESMA

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