Entrevista a Kike Ferrari: «A los de mi generación nos va a tocar ver la muerte del rock»

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«Los tiempos de la política y de la literatura son distintos, la construcción de la política es en base a los contenidos, mientras que la literatura estoy cada vez más convencido que tiene que ver con el uso de las formas», afirma Kike Ferrari, autor que acaba de publicar Un mundo negro (Evaristo, 2017). En el libro que reúne varias de sus colaboraciones periodísticas y parte del universo de sus intereses: la literatura, el rock y la ideología. Sobre su reconocimiento internacional por ser escritor y trabajador del subte, señala: «me rompe un poco los huevos que se me reconozca más por el mameluco que por otra cosa».



Sobre el autor

Kike Ferrari (Enrique Ferrari) nació en Buenos Aires en 1972 es el seudónimo del escritor argentino Enrique Ferrari (Buenos Aires, 1972). Tiene cuatro libros publicados: las novelas Operación Bukowski (2004) y Lo que no fue (2010), que fue galardonada con la primera mención en la 50º Edición del Premio Literario Casa de las Américas, en 2009; el volumen de cuentos Entonces sólo la noche (2008), por el que recibió el tercer puesto del Premio del Fondo Nacional de las Artes de 2008; y Postales rabiosas (2010), selección de artículos aparecidos en la revista Juguetes rabiosos entre 2005 y 2007.  Su tercera novela, titulada Que de lejos parecen moscas, recibió en 2012 el Premio Memorial Silverio Cañada a la mejor ópera prima en la Semana Negra de Gijón, España, y le abrió las puertas para que su obra fuera editada en Francia, México e Italia, además de Argentina.


«A los trabajadores si nos toca algo de la cultura, solo es para consumirla»

El género negro y el policial gozan de muy buena salud en la literatura argentina, dando vuelta la tendencia realista que se impuso luego de la crisis del 2001. Una de las voces más destacadas dentro de esa corriente es la de Kike Ferrari, quien recientemente publicó el libro Un mundo negro (Evaristo, 2017), donde se reúnen gran parte de sus colaboraciones periodísticas para distintos medios. En ese recorrido de notas, se puede ver no solo las influencias dentro del género oscuro, sino también el universo de lecturas, consumos culturales y pasiones que motorizan a Ferrari. 

Reconocido internacionalmente por ser escritor y trabajador del subte -limpia las estaciones de la línea B-, su obra también tiene peso propio más allá del personaje construido por los medios y recibió premios adentro y fuera de la Argentina. En esa dirección, destaca en conversación con La Primera Piedra que «un escritor parece que piensa en musas, en el arte y no en poder pagar el alquiler. Está muy bueno trastocar o cambiar el paradigma».

Yo no laburo mucho el realismo, de joven sí seguía esa línea más cercana a Raymond Carver, ese «realismo sucio», pero ahora no lo haría. Uno va al género negro o al policial para buscar herramientas que ayuden a contar la realidad en sus distintas formas.

Con una prosa potente tanto en su obra literaria como en sus textos periodísticos -algo que se puede ver en Un mundo negro-, la voz de Kike Ferrari gana cada vez más tono dentro de la literatura contemporánea argentina. En este último libro se puede ver el universo que puede motorizar a un escritor sudamericano en pleno siglo XXI: la muerte de los ídolos, un país convulso económica y políticamente o el fútbol de la mano de su amado River. «De lo que da cuenta el libro es sobre qué cosas fui consultado, porque casi todas no son cosas que ofrecí, sino que me pidieron. Por ejemplo, cuando murió Laiseca nadie me pidió un texto, pero cuando murieron Piglia y Rivera, sí», señala.

— A medida que ibas armando las distintas crónicas y notas, ¿alguna vez pensaste que iban a ser parte de un libro?
 Sí, no sé si exactamente estas notas, pero sí. Con Juan Mattio, un gran amigo con el que hice casi todos mis emprendimientos en la literatura, y Analía Marchesano habíamos armado la revista Juguete Rabioso. Cuando esa revista se disolvió, armé un libro con notas que salió en Eloísa Cartonera que cerró una etapa. Sabía que en el futuro se iba a cerrar otra, por eso siempre guardo archivo de lo que hago. De todas formas, sabía que no es fácil quien quiera publicar esta clase de libros. En eso soy medio aristócrata: los textos siempre funcionan en un libro, como si la forma de la literatura fuera el libro. Es un concepto de mierda, pero al menos yo lo siento así.

— En Un mundo negro justo hablás sobre el libro digital y lo que planteaba Fabián Casas, donde vos te mostrabas más cercano a lo digital.
— Escribo mucho para digital, sí, pero siempre pienso en un libro. Por ejemplo, ahora escribo pequeñas columnas para la revista del sindicato de los trabajadores del subte. En mi cabeza ya son un librito que se va a llamar En el andén.

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— ¿Pensás que la novela policial y el género negro ganaron más peso en los últimos años?
— Sí, aunque no soy un pensador muy lúcido de la coyuntura literaria. Yo no laburo mucho el realismo, de joven sí seguía esa línea más cercana a Raymond Carver, ese «realismo sucio», pero ahora no lo haría. Uno va al género negro o al policial para buscar herramientas que ayuden a contar la realidad en sus distintas formas. Por ejemplo, ahora estoy trabajando en una novela que va a ser una reversión de La máquina del tiempo, pero hay un momento que está basado en una crisis personal que tuve este año. Claro que después uno cambia detalles, roles, pero lo central está ahí. El género sirve para contar en miniatura las cosas que pasan. Quizás la ciencia ficción distópica puede no partir de la realidad, pero no en todos los casos.

Me fue empujando la realidad: yo tengo 45 años y entonces se me empiezan a morir los héroes. Además a los de mi generación nos va a tocar ver la muerte del rock. Es más, la corona final que determina la muerte del rock fue hace unas semanas, cuando murió el guitarrista de AC/DC.

— ¿Cómo manejás la relación entre literatura y política?
— Yo creo que tiene que ver con la individualidad del escritor. Se me ocurre que para Abelardo Castillo que la lógica del ajedrez fue imposible que no entre en su literatura. Entonces es muy difícil que la política no entre en lo que yo escribo, principalmente en los usos del lenguaje. Lo que sí sé es que esa unión no opera en la lógica de efectividad inmediata que buscaba la vieja literatura social. Los tiempos de la política y de la literatura son distintos, la construcción de la política es en base a los contenidos, mientras que la literatura estoy cada vez más convencido que tiene que ver con el uso de las formas. No únicamente, por supuesto. Si se piensa un poco, de todas formas, eso también se está trasladando a la política.

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— La primera parte de Un mundo negro habla de tus ídolos muertos, ¿eso te sirvió para diagramar la idea del libro?
— Me fue empujando la realidad: yo tengo 45 años y entonces se me empiezan a morir los héroes. Además a los de mi generación nos va a tocar ver la muerte del rock. Es más, la corona final que determina la muerte del rock fue hace unas semanas, cuando murió el guitarrista de AC/DC. Lo que queda ahora es otra cosa y no me parece tan terrible, los géneros siempre fueron históricos. Lo que da cuenta el libro es sobre qué cosas fui consultado, porque casi todas no son cosas que ofrecí, sino que me pidieron. Por ejemplo, cuando murió Laiseca nadie me pidió un texto, pero cuando murieron Piglia y Rivera, sí. Es una bitácora de cómo soy percibido y como se fue construyendo el personaje de escritor.



— En esa dirección. ¿cómo tomás que siempre se te asocie con ser un trabajador del subte?
 Sí, hay una cosa medio «proleta». Es lo que me tocó y yo no le saqué el culo a la jeringa. Había varias posibilidades y estuvo bueno que me tocara alguna. Como siempre digo, entiendo al mundillo literario como la aldea de los pitufos: hay miles de enanitos azules por ahí, pero hay 10 o 15 que tienen una característica -curiosamente hay uno que su única característica es ser mujer…-. Mientras vos no estás en esas categorías, sos uno más que está por ahí, lo cual no está mal, el mundillo literario no tiene nada que ver con la literatura. Leo Oyola, por ejemplo, es el escritor suburbano, aunque hay muchos más. César Aira es el escritor snob hace años, por más que snob hay un montón (risas). Yo me siento parta de la clase trabajadora y ese lugar de escritor proletario me sirve para discutir ese asombro que genera que uno sea escritor y limpie basura del fondo de los tachos del subte. Ahora bien, la verdad que sí me rompe un poco los huevos que se me reconozca más por el mameluco que por otra cosa. Del otro lado, la cantidad de lectores reales que yo gané por eso, son muchos. Mi trabajo es el que tiene que bancar la parada.

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— ¿Ayuda a romper el paradigma de ese escritor alejado de la sociedad?
 Sí, porque a los trabajadores si nos toca algo de la cultura, solo es para consumirla, pero generalmente es nada. Un escritor parece que piensa en musas, en el arte y no en poder pagar el alquiler. Está muy bueno trastocar o cambiar el paradigma. La gran mayoría de los escritores que conozco están en mi misma situación.

«Una de las voces más potente de la literatura nacional es la de las mujeres»

— Hablando de cambiar el paradigma, en un texto de Un mundo negro hablás de Virginia Fallarás y Gabriela Cabezón Cámara. ¿Pensás que las escritoras mujeres, a fuerza de su trabajo, también están cambiando la forma de pensar la literatura?
 Es muy complejo. En el lugar del género, uno naturalmente es opresor, por más que uno trate de hacer lo mejor que pueda para la deconstrucción del rol. Yo no siento la literatura en cuestión de género, Gabriela no es una gran escritora mujer, como Samanta Schweblin. Son grandes plumas y listo. Gabriela Cabezón Cámara es mucho mejor escritora que yo y la gran mayoría de nosotros y nosotras. Ahora bien, también hay compañeras escritoras que escriben con los codos o que no prefiero los caminos que toman. También hay autoras que los problemas de género les pasan por al lado. Actualmente, una de las voces más potente de la literatura nacional es la de las mujeres.

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Gabriela Cabezón Cámara es mucho mejor escritora que yo y la gran mayoría de nosotros y nosotras. Ahora bien, también hay compañeras escritoras que escriben con los codos o que no prefiero los caminos que toman. También hay autoras que los problemas de género les pasan por al lado.

— En el libro decís que Fabián Casas es una de las últimas mejores noticias de la literatura argentina. ¿Cuáles serían otras?
 Hernán Ronsino es una gran noticia, Juan Mattio también es una excelente noticia, siento que puede ser uno de los grandes narradores de nuestra época y yo voy a poder decir que lo seguía desde Cemento (risas). Pablo Ramos también me gustó mucho, aunque lo último ya no tanto. Siento que no se atreve a romper ciertos moldes, como sí lo hace Cabezón Cámara, por citar a alguien. Por otra parte, lo que más me interesa de Fabián Casas es la idea en la que piensa su obra, su circulación, los momentos de silencio y la ruptura con sí mismo.

— A la hora de escribir, ¿tenés alguna rutina?
 A mí me sirven las rutinas, del mismo modo que los géneros: sirven para ponerle fronteras a la locura. A veces puedo tener una rutina y a veces no, por mi trabajo y mi familia. Los inconvenientes cotidianos no siempre favorecen esas rutinas. Uno le va buscando las formas que el texto pide y también lo que tu vida te permite.


Foto: The Wall Street Journal


— El surgimiento de Evaristo y otras editoriales independientes, ¿abrieron el camino para disputarle terreno a los grandes grupos editoriales?
 Es una pelea perdida esa, por más que está buenísimo que existan esos sellos pequeños, ya que hacen posible que se publique a los que están arrancando o publicar libros extraños como Un mundo negro. El mundo editorial sigue siendo capitalista, y hay voces que se ven afectadas por eso, porque a veces limita el riesgo a la hora de publicar libros como novelas más complejas. ¿Quién publicaría al polaco Gombrowicz ahora? Porque no solo los sellos grandes tienen ese problema, en muchas editoriales chicas no veo esa voluntad de vanguardia En esa dirección, el libro Un renault 12 de otro planeta (Evaristo, 2017) de Mariano Sánchez es una apuesta de la editorial y ese es el camino.

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— Por último, ¿qué consejo le darías a alguien que da sus primeros pasos en la literatura o no encuentra el tiempo para escribirla?
— A alguien que no encuentra el tiempo para escribir no se le puede aconsejar mucho, porque quizás no está hecho para escribir y sí para ser pianista, fotógrafo o cineasta, porque ahí también estás contando historias. Si tenés ganas, en algún momento vas a tener tiempo de hacerlo. Si lo que pasa es que te cuesta la hoja en blanco o no te quedás conforme con lo que escribís, eso es lo que más pasa. La comodidad no es lo habitual en la literatura. El que viene a buscar comodidad en la literatura está equivocado o va a ser un papanata que no va a tener autocrítica. Yo casi siempre estoy molesto con los resultados que logro, pero trabajo un montón para esos pocos momentos en los que quedo conforme. En todo ese tiempo disfruto y aprendo una bocha.


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