Nadie nos mira: ¿qué hacemos cuando los otros no están?

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Nico (Guillermo Pfening) es un actor argentino de treinta y tantos. Aún con una exitosa carrera en el país después de haber dado el salto a la fama gracias a su protagónico en una importante serie televisiva, él ha decidido probar suerte en Nueva York. En su horizonte aparece la promesa de filmar una película y ciertas garantías para obtener la visa, pero el rodaje se posterga y Nico queda varado en ese limbo impreciso que lo condena a la categoría del «inmigrante indocumentado». A partir de aquí tendrá que rebuscárselas para sobrevivir y —sobre todo— para hallar las esquirlas de su propia identidad. Nadie nos mira, la última película de Julia Solomonoff, es un relato de inmigración que merece ser visto en el áspero contexto de la «era Trump».


  


Ya desde las primeras escenas el espectador de Nadie nos mira podrá notar que Nico (Guillermo Pfening) está solo y en medio de una huida (de algo, de alguien… aún no se sabrá ese dato). Nueva York es una de esas tantas ciudades repletas de gente y, al mismo tiempo, esencialmente solitarias. Entre sus habitantes se registra una distancia física mínima (en ocasiones de escasos centímetros), pero la brecha que existe entre sus mundos privados tiende a ser cada vez mayor. Recluidos en su más profunda intimidad, los neoyorquinos transitan sus vidas a años luz del resto, sueltos, desgarrados, dispersos. Algunas de esas características son distintivas de las grandes metrópolis y podrían ser traspoladas sin demasiado esfuerzo a la mismísima Buenos Aires.

Nueva York, en ese sentido, supone no sólo un cambio de aire sino también la posibilidad de comenzar de cero como «uno más del montón», y aquí aparece entonces el principal interrogante que Julia Solomonoff nos plantea con gran destreza: ¿qué es lo que hacemos cuando nadie nos mira?

Nico no es la excepción, y en su condición de extranjero esos rasgos aparecen con un peso aún más significativo. En él habitan múltiples contradicciones: se trata de un muchacho relativamente joven, buen mozo, actor con gran talento y bastante fama en su país (aunque sea un perfecto desconocido para la industria norteamericana), de cabello rubio y ojos color almendra; a simple vista, no sería señalado como el «típico inmigrante latino». Sin embrago, lo es: su acento está muy lejos de la perfección y ha viajado a Estados Unidos con la ilusión de filmar una película que se posterga indefinidamente y, al menos por el momento, parece inviable; se le ha vencido la visa y sin la ayuda de los abogados facilitados por la productora, el trámite resulta aún menos probable que la concreción del film.

Frente a estos obstáculos, Nico no se resigna e intenta rebuscárselas como puede: cuida a Theo, el bebé de su amiga Andrea (Elena Roger); trabaja en un bar por las noches; se presenta a distintas audiciones; intenta establecer contactos con gente de la industria cinematográfica; hurta algunos productos de las góndolas del supermercado; rescata de la calle objetos descartados por sus vecinos; acepta —no sin culpa y de muy mala gana— los pocos billetes que sus amigos le extienden por las «gauchadas»; y, finalmente, subalquila y comparte el departamento de una chica que está en pareja y podría llegar a poner en riesgo su techo con cualquier plan serio de convivencia.

Nadie nos mira 1

Su único y verdadero lazo parece ser el que ha construido con Theo, el bebé de su mejor amiga



Pero por sobre todas las cosas Nico es un actor, y el ejercicio de pretender ser alguien que en verdad no es marca todo su periplo. La actuación en el registro de la pretensión y las apariencias es algo que está en su esencia, y una actitud permanente orientada hacia el mundo de los otros. Podría decirse, incluso, que este es su auténtico estilo de vida; no conoce otro. Vaga por las calles de Nueva York o Buenos Aires fingiendo ser quien no es. Claro que después de su salto a la fama no podría darse el lujo de robar pañales en un supermercado de Flores, o contarle sus penurias a cualquier vecina en el banco de una plaza; Nueva York, en cambio, le otorga esa tentadora posibilidad en bandeja de plata, bajo la sombra del anonimato. Aún así, nada resultará tan fácil porque —Nico lo sabe mejor que nadie— las apariencias engañan… y mucho.

El punto de inflexión en la trama se produce con la llegada de su amigo y colega Pablo (Marco Antonio Caponi). Además de una buena botella de champagne del freeshop y un par de zapatos que (convenientemente para la situación de su camarada) no le van, Pablo trae consigo algunos recuerdos y vínculos que Nico hubiese preferido olvidar; de alguna manera, arrastra un pasado compartido y la tierra dejada atrás. El otro personaje clave en esta historia es Martín (Rafael Ferro), ex amante y productor de la serie que lo ha catapultado a la fama; con su aparición, hará tambalear las inestables estructuras de ese castillo de cristal que Nico ha construido arduamente sobre el cimiento de sus propias ambiciones y expectativas.

Pero por sobre todas las cosas Nico es un actor, y el ejercicio de pretender ser alguien que en verdad no es marca todo su periplo

Si algo queda claro en la construcción de este personaje es su permanente pulsión por aparentar a cada instante que «todo está bien», que sus proyectos siguen en pie, que come bien, que no le falta dinero, que es perfectamente capaz de sobrevivir en otro país sin la ayuda de nadie, que no necesita a Martín, que no extraña la fama, que tiene su propio departamento y que puede valerse por sí mismo. Pero de a poco esos velos van cayendo y Nico queda desnudo ante la mirada de los otros. El despojo es la última de las derrotas declaradas. Pablo, Andrea, Claire, Martín y el resto de los conocidos descubren sus grietas, espían a través de ellas y se sienten apenados, engañados, traicionados o sencillamente desilusionados (a veces es mejor no saber ciertas cosas). En este punto, su único y verdadero lazo parece ser el que ha construido con Theo, el bebé de su mejor amiga. Al menos hasta que ese último manotazo de ahogado en tierras extrañas se convierta en el espejo más directo y cruel.

Con el correr de los minutos irán develándose ciertos aspectos trascendentales del protagonista, y también se esclarecerán las respuestas a algunos de esos primeros interrogantes que la trama abre y no responde hasta bien avanzado el metraje. Nico huye de Martín, sí, pero sobre todo huye de sí mismo, de su reprochable versión porteña y de su papel (secundario) en esa relación amorosa. Nueva York, en este sentido, supone no sólo un cambio de aire sino también la posibilidad de comenzar de cero como «uno más del montón», y aquí aparece entonces el principal interrogante que Julia Solomonoff nos plantea con gran destreza: ¿qué es lo que hacemos cuando nadie nos mira? ¿Cómo actuamos cuando no estamos bajo la mirada de los otros? ¿Cómo nos movemos ante la ausencia de esos ojos ajenos?

De a poco esos velos van cayendo y Nico queda desnudo ante la mirada de los otros. El despojo es la última de las derrotas declaradas

Esta película no se trata tan sólo de un relato personal en torno a la identidad, sino también de una pequeña pincelada en medio de esa gran problemática que constituye la inmigración como uno de los fenómenos sociales contemporáneos de mayor alcance global (pero sobre todo en Estados Unidos y en pleno auge de la era Trump, caracterizada por las peligrosas políticas de expulsión de «lo diferente», «lo extraño», «el alter»). Con un trabajo exquisito de Guillermo Pfening en el rol protagónico y una dirección minuciosa en manos de Solomonoff, esta pieza resulta indispensable para esta época y en este contexto. El espectador encontrará en estos 102 minutos un relato biográfico muy personal con altas dosis de intimidad, una escena que pinta la problemática social de la inmigración e incluso un manifiesto sobre el arte de la actuación como un estilo de vida en sí mismo. Vale la pena acercarse a las salas para contemplar este prisma en sus múltiples aristas.



FICHA TÉCNICA
Título: Nadie nos mira
Países: Argentina/Colombia/Brazil /USA
Año: 2017
Duración: 102 minutos
Intérpretes: Guillermo Pfening, Elena Roger, Rafael Ferro, Marco Antonio Caponi, Paola Baldion, Mayte Montero, Cristina Morrison, Petra Costa, Mirella Pascual, Moro Anghileri, Kerry Sohn, Pascal Yen-Pfister 
Dirección: Julia Solomonoff
Guión: Julia Solomonoff / Christina Lazaridi 
Producción: Felicitas Raffo / Andrés Longares (Argentina), Natalia Agudelo Campillo / Nicolás Herreño Leal (Colombia), Lucía Murat (Brazil), Jaime Mateus Tique / Elisa Lleras (USA)
Co-producción: Isabel Coixet / Juan Perdomo / Georges Schoucair / Bogdan Apetri / Daniel Chabannes / Corentin Senechal / Jana Diaz Juhl /Pau Brunet
Fotografía y Cámara: Lucio Bonelli
Diseño de Producción: Maite Perez-Nievas
Diseño de Producción (BA) Mariela Ripodas
Edición: Andrés Tambornino / Karen Sztanberg / Pablo Barbieri
Sonido: Alejandro Fábregas
Diseño de Sonido: Lena Esquenazi
Música: Sacha Amback
Productoras: Cepa Audiovisual (Argentina) / MadLove Film Factory (Colombia) / Taiga Filmes e Video (Brasil) / Aleph Motions Picture (USA) / La Panda Productions (USA) / Travesia Producciones (Argentina)
Coproductoras: Miss Wasabi (España) / Perdomo Productions (República Dominicana) / Shortcuts International (Libano) / Epicentre Films (Francia) 
Apoyos: INCAA (Argentina) / Proimagenes – FDC (Colombia) / ANCINE (Brasil) / Programa Ibermedia / Tribeca Film Festival / Heineken Voces Development Award
Distribuye: Primer Plano Film Group

 

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