Otro tipo de violencia de género: Cómo evitar que se filtren tus fotos desnuda

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A raíz de la difusión de fotos íntimas de una compañera, un grupo de estudiantes de cine de la escuela cordobesa La Metro, elaboró un video que reflexiona sobre un tema naturalizado en los códigos que impone la era digital. ¿Qué pasa cuando un desnudo privado se vuelve público? ¿Por qué siempre ponemos a la víctima en el lugar de la responsable?


«Hola a todos. Quería darle un consejo, más que nada a las chicas», comienza diciendo una joven.  Un día como cualquier otro, al ingresar a clases no podía comprender el alboroto general del curso, hasta que encontró la explicación al abrir los mensajes del grupo de Whatsapp de la materia, en donde habían enviado fotos de una joven completamente desnuda. Casi al mismo tiempo que logró darse cuenta de que se trataba de una compañera que se encontraba presente, vio cómo ella salía corriendo, notoriamente avergonzada.

Este tipo de cuestiones trae aparejadas también los mismos argumentos que ponen a la víctima en el lugar del victimario. «Si no querés que se vean tus fotos desnuda, no te saques fotos desnuda (…) es como cuando te ponés una pollerita y pretendés que no te griten en la calle (…) Si no querés que te griten no salgas; si no querés que te roben, no tengas nada; si no querés que te maten, matate vos…«, continúa el video que busca formar conciencia sobre uno de los temas en los que más pareciera no haberla: el consentimiento en la difusión de fotos y/o videos íntimos.

Pareciera ser un tema altamente naturalizado en nuestra sociedad, más que cualquier otra forma de vulneración del cuerpo y la intimidad de las personas en general, y de las mujeres en particular. Es el típico caso sobre el cual la culpa es colocada inevitablemente sobre la víctima, pero existe además una construcción social sobre el tema que le quita toda connotación negativa a la reproducción, y el material circula con total libertad en cualquier ámbito.

«Si no querés que se vean tus fotos desnuda, no te saques fotos desnuda (…) es como cuando te ponés una pollerita y pretendés que no te griten en la calle (…) Si no querés que te griten no salgas; si no querés que te roben, no tengas nada; si no querés que te maten, matate vos…«, continúa el video que busca formar conciencia sobre uno de los temas en los que más pareciera no haberla: el consentimiento en la difusión de fotos y/o videos íntimos.

Trazando una escala -muy burda y arbitraria- en la que colocáramos al abuso sexual como la forma más explícita y grave de ruptura sobre la intimidad y la integridad del cuerpo de la mujer, debemos pensar una situación en la que el abusador está ahí. Puede ser conocido o no, pero nunca es anónimo: es una persona real que está ahí infligiendo un daño concreto. Quizás sea por eso que es más posible para la sociedad empatizar con la víctima, condenando el hecho y al perpetrador (con todos los matices propios de una sociedad sumergida en la «cultura de la violación», con distintos grados de culpabilización hacia la víctima, a partir de distintas variables como su origen sociocultural, el ámbito y la situación concreta en la que sucedió el abuso, la forma en que estaba vestida, etc.).

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Pareciera ser un tema altamente naturalizado en nuestra sociedad, más que cualquier otra forma de vulneración del cuerpo y la intimidad de las personas en general, y de las mujeres en particular. Es el típico caso sobre el cual la culpa es colocada inevitablemente sobre la víctima, pero existe además una construcción social sobre el tema que le quita toda connotación negativa a la reproducción, y el material circula con total libertad en cualquier ámbito.

Siguiendo hacia abajo en esa escala, nos encontramos con el acoso callejero, tema sobre el que -no sin campañas y acción militante feminista de por medio- se hallan algunos avances y un cierto grado de reflexión sobre lo violento que puede llegar a ser para muchas mujeres el abordaje público y la escucha obligatoria de una opinión no pedida. Sin embargo, aquí la condena social es ya mucho menor, y se puede observar de una manera mucho más palpable el proceso por el cual el común de la gente suele también culpar a la víctima, por lo general por su vestimenta, y todo esto además atravesado por una especie de distinción entre «piropos piolas», más suaves, que deberían ser aceptados; y cosas más «desubicadas».

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No importa el hecho de que hablamos del espacio público, en el cual muchas mujeres que no lo solicitan, se encuentran desde su más tierna edad con las más variadas y detalladas opiniones de acerca de su cuerpo, y todo tipo de descripciones sobre lo que su interlocutor forzoso haría con él. Tampoco parece importar que es el mismo ámbito en el cual entre varones, por ejemplo, hasta para preguntarnos la hora suele haber un pequeño ritual de saludo previo, o mínimamente un «disculpá». Con las mujeres no parece ser necesario tanto ceremonial.

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Aquí el sujeto, el acosador, el que causa el daño, se vuelve más borroso, más anónimo. Es una persona que está ahí, sí, pero en un ámbito ya mucho más volátil y pasajero como la calle, incluso muchas veces ejerciendo este tipo de acciones en grupo, en una manada que lo arrima un poco más al anonimato.

En el plano de lo virtual, el anonimato se vuelve casi total, y con él la impunidad. Se transfieren fotos y videos, se suben a internet, se viralizan, y todo sin posibilidad de que la persona damnificada pueda ejercer control alguno ni marcha atrás. Incluso en lo legal es un terreno nuevo y lleno de vacíos, en el que las legislaciones no terminan nunca de acomodarse. Aquí, el peso de la culpa en la víctima es pleno, proporcional al anonimato de quien decidió hacer público el material. Si además se trata de una famosa, ni hablar, seguramente se lo buscó o forma parte de una autocampaña de prensa.

En el plano de lo virtual, el anonimato se vuelve casi total, y con él la impunidad. Se transfieren fotos y videos, se suben a internet, se viralizan, y todo sin posibilidad de que la persona damnificada pueda ejercer control alguno ni marcha atrás. Incluso en lo legal es un terreno nuevo y lleno de vacíos, en el que las legislaciones no terminan nunca de acomodarse.

Nadie sabe quién fue el primero, no hay un emisor concreto, identificable. «Me lo pasaron». Nadie -lógicamente- se siente culpable. Es el tipo de cosas de las que la gente únicamente toma conciencia si le pasa a la prima, a la hermana, a la hija, en primera persona; si le pasa de cerca.

Está claro que no sirve ese tipo de conciencia egoísta y especular, pero el video, tan corto como contundente, es un intento de revertir eso. Busca formar conciencia verdadera sobre algo tan simple como la cuestión del consentimiento, pero en un ámbito que nos agarró desprevenidos a todos. Porque unos años atrás nadie tenía tan incorporada la tecnología a las formas de ejercer su sexualidad, ni se viralizaban videos que podrían ser nuestros, ni andábamos rogando que hoy no nos roben el celular porque todavía no borramos las fotos de anoche.

El morbo nos ganó de mano, pero se va conformando un nuevo espacio de debate y lucha para la reflexión y toma de conciencia de la mano de gente que no se queda callada. Tampoco ese curso se quedó callado. Los murmullos y el alboroto no eran por las fotos de su compañera desnuda, era un murmullo que condenaba otra cosa, y eso también nos lo cuenta el video mientras nos invita a pensarnos como sociedad respecto a estas prácticas.

Mirá el ingenioso video a continuación:


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