Entrevista a Franco Vaccarini: «En un libro hay que transpirar la gota gorda hasta el final»

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Extensa charla con el escritor Franco Vaccarini, quien tras publicar más de setenta libros para un público infantil y juvenil, acaba de lanzar Maldito vacío (Letras del Sur Editora, 2015), su primera novela para un público adulto. Las barreras entre ambos géneros “son muy finas”, sostiene. Sus influencias, la figura del escritor, el mercado literario y mucho más en la entrevista que sigue a continuación. (Fotos: Uri Gordon/ www.elojoajenoblog.wordpress.com)

Sobre el autor: Franco Vaccarini nació en la ciudad bonaerense de Lincoln en 1963 y vive en Buenos Aires desde 1983. Cursó estudios de periodismo en el Círculo de la Prensa y asistió a los talleres literarios de los escritores José Murillo y Hebe Uhart. Es subdirector de la revista de cuento latinoamericano Mil mamuts. Publicó más de 70 libros y dirige la colección Galerna Infantil.

Acerca de «Maldito Vacío»

Maldito Vacío refleja la fluidez narrativa de Franco Vaccarini, quien tras escribir decenas de libros para un público infantil/juvenil, se lanza a la aventura de una primer novela (o nouvelle, por su extensión) destinada a un lector adulto. Su influencia por el género fantástico, propio de la escritura para un público más joven, se ve ampliamente en Maldito Vacío, donde sucesos paranormales se mezclan con la cotidianidad más gris y monótona de  una pareja de edad avanzada en Buenos Aires.

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Sin embargo, las diferencias con lo escrito anteriormente por Vaccarini es notoria: temas ríspidos y complicados de tocar para lectores juveniles, en Maldito Vacío son tratados hábilmente sin pudor ni restricciones. La sexualidad, la muerte y otras miserias humanas desfilan a lo largo de una novela que muestra la habilidad de Vaccarini de crear historias que te atrapan hasta la última hoja.

Más de un lector puede sentirse reflejado con los personajes que desfilan por Buenos Aires o España. Como sostuvo Julio Cortázar hasta el cansancio, lo fantástico muchas veces se puede hallar dentro de lo cotidiano, donde las fronteras se borran y nunca se está del todo seguro en qué lado se encuentra uno. Eso sucede en Maldito Vacío: un extraño sentimiento de verosimilitud envuelve a la trama y te obliga a saber qué es lo que va a suceder hasta el punto final.

Entrevista a Franco Vaccarini: «La figura del escritor puede ser una trampa»

– ¿Cómo se dio en vos el pasaje de la novela infantil y juvenil a Maldito vacío, que es tu primera novela para un público adulto?
– Yo empecé a escribir siempre con la idea de escribir para adultos, ni siquiera sabía que existía la literatura infantil y juvenil. En el taller que brinda Hebe Uhart, que es una escritora que admiro mucho, además de mi amiga y maestra de taller literario, llevaba mis cuentos intentando sorprender a mis compañeros y en realidad no pasaba nada. Un día llevé un cuento para chicos y se divirtieron todos muchísimo, lo que me hizo pensar si yo no me estaba equivocando, si no estaba escribiendo como si yo fuera otra persona. Digamos, que al escribir para chicos encontré mi voz, mi estilo, mi humor, la frescura que no tenía cuando lo hacía para adultos.

– Sin embargo en Maldito Vacío pudiste superar esa idea que tenías.
– Sí, muchos años después me di cuenta que eso se podía expandir para la literatura con un público adulto. Tuve varias ideas y la primera que terminé y pude publicar fue Maldito Vacío. Esto va a seguir, porque ya estoy trabajando en otras cosas. Maldito Vacío empezó siendo lo que yo creí que iba a hacer una novela juvenil mía, hasta que en un momento me di cuenta que había una oscuridad en los personajes que tenían que ver netamente con el mundo adulto. Así que digamos que me olvidé del público lector y escribí ahondando más profundo en los personajes, descubriendo en el camino esa otra libertad que hay en la literatura para adultos. Al escribir para chicos y adolescentes hay otro tipo de libertad, que responde más a jugar con lo lúdico, la fantasía y un tipo específico de humor. Al escribir par adultos, en cambio, no hay límites.

– Maldito Vacío, entonces, fue algo que fue surgiendo en el camino mismo de su escritura, sobretodo con respecto a la idea de apuntar hacia otro público.
– Sí, empezó más bien como una novela de inspiración, lo que quiere decir que no es algo que yo pergeñé durante  un tiempo, una idea que hubiera venido trabajando. En realidad empezó una mañana de domingo, cuando me desperté y tenía la idea ya en la cabeza, como si hubiera venido de algún sueño que ya no recordaba. Inmediatamente empecé a escribir las primeras 10 o 15 páginas y ahí me di cuenta que iba demasiado rápido y eso me asustó. Seguí un poco más y se lo di a una amiga, que me aconsejó que no me apurara a terminar la historia, que había personajes secundarios – como la esposa del protagonista- que se podían enriquecer muchísimo. Así que estuve un año sin escribir una página más de la novela hasta que ya tenía la idea completa. El problema de la inspiración es que te abre puertas extraordinarias, pero después uno tiene que saber cómo seguir, porque la inspiración nunca te dura hasta la última página. Es el arranque nada más. Después es el oficio y el trabajo del escritor.

El problema de la inspiración es que te abre puertas extraordinarias, pero después uno tiene que saber cómo seguir, porque la inspiración nunca te dura hasta la última página. Es el arranque nada más. Después es el oficio y el trabajo del escritor.

– Después de tantas novelas escritas para el público juvenil e infantil y tras Maldito Vacío, a partir de tu experiencia cuáles podrías decir que son las diferencias entre un género juvenil y el género adulto.
– Es muy fino a veces, sobretodo lo que es literatura juvenil. Por ejemplo, hace poco estuve en la Feria del Libro de Comodoro Rivadavia y di una charla sobre la diferencia entre literatura juvenil y para lectores adultos. Tomé un fragmento de la novela Presencia en la que transcurría una escena erótica y después otra escena erótica, pero de Maldito Vacío. Yo, sin darme cuenta mientras lo hacía, traté de forma muy diferente ambos momentos. En la novela juvenil fue mucho más delicado y hasta poético, mientras que en Maldito Vacío fui mucho más explícito. Ambas formas me encantó hacerlas y ambas las sentí natural, en la cabeza tengo las dos formas de hacerla. Esa sería una primer diferencia, la explicitud en cuanto a lo sexual.

– ¿Cuáles otras ves?
– Otra diferencia es que hay temáticas que se abordan de forma diferente. No es lo mismo hablar de dinero cuando uno tiene 15 años que cuando uno tiene 60. Para un adolescente es la posibilidad de concretar locuras, como ser piloto de Fórmula Uno. A los 60 años, en cambio, la experiencia de un hombre con el dinero es distinta. Puede ser una sensación de fracaso al no haber podido hacer dinero nunca, que es lo que le sucede a mi personaje en Maldito Vacío. También otra diferencia es la edad de los personajes: yo suelo escribir sobre personajes adultos en mis novelas juveniles, pero de hasta 30, 40 años. Un sexagenario a un adolescente no le interesa.

– Claro, hay toda una temática que ronda a la frustración con respecto a la vida que capaz un público juvenil no lo puede entender del todo o no le va a interesar tanto.
– No está dentro de su mapa de expectativas, de experiencias, no se lo puede imaginar mucho. Sí le puede interesar un adulto en edad activa, pero un anciano frustrado y deprimido no lo ven como algo muy atractivo, al menos que sea un personaje muy particular como mago viejo al estilo “Gandalf” de El señor de los anillos. Un chico puede leer cualquier cosa, pero leer a Proust a los 17 años es casi absurdo, porque no entendés nada lo que es el paso del tiempo. Uno tiene nostalgia en la adolescencia de la infancia, pero hasta ahí, nada más, como algo que se perdió. Además los adolescentes pueden hablar mucho de la muerte porque no la sienten cercana, se sienten más bien inmortales, entonces no tienen miedo a la muerte, como puede tenerlo un señor. Que a la vez incluye el terror a la vida que no vivió y ya no le queda tiempo.

Un chico puede leer cualquier cosa, pero leer a Proust a los 17 años es casi absurdo, porque no entendés nada lo que es el paso del tiempo. Uno tiene nostalgia en la adolescencia de la infancia, pero hasta ahí, nada más, como algo que se perdió.

– Volviendo un poco a lo relacionado con Hebe Uhart, ¿pudiste leer Las Clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) que se editaron hace poco?
– Bueno, he regalado ese libro a muchas personas. En realidad a Hebe la conozco de la A a la Z, entonces no me sorprende nada de lo que yo pueda leer que haya dicho Hebe. No solo por sus clases, sino porque también hemos compartido asados, viajes, presentaciones de libros y sé cómo es, cómo funciona en sociedad. Ese personaje tan lindo que es ella y que es auténtico. Hebe lo que más enseña a un futuro escritor es a no darle tanta importancia a la figura del escritor.

– ¿Se refiere a no construirse la figura del escritor para uno mismo?
– Tal cual, no construirse la figura del escritor porque eso termina siendo una trampa. Uno termina siendo preso de cosas que no terminan siendo importantes al asunto. Lo único importante es escribir. Uno es una persona común y corriente que puede tener un oficio un poco raro, pero el personaje del escritor puede hacer daño, quemarte la cabeza o trabarte. Vos podés tener una proyección de vos como escritor que no coincide después con la realidad. Uno es el escritor que puede ser y nada más. Hebe Uhart me ayudó a darme cuenta que yo solo podía ser Franco Vaccarini, que no podía ser ni Borges, Cortázar, Aira o Uhart. Es decir, descubrir que uno solo puede ser uno mismo es fundamental, porque esa es después la fuente de la que uno bebe: sus experiencias, sus memorias, sus lecturas, como se procesa todo eso y a veces un personaje es como un otro ajeno a nuestra esencia. Estaríamos pecando de ingenuos además, porque no podemos zafar de ser nosotros, es una gran tristeza no poder desarrollar eso auténtico que tenemos. En un momento me di cuenta, también, que es muy difícil ser original en la escritura. Desde La Odisea está todo más o menos planteado. Lo que hay es distintas maneras de desarrollarlo, porque cada uno es un ser único con matices ligeramente distintos al otro. Entonces lo que podemos hacer es algo honesto y auténtico. Hebe siempre te hace sentir un poco ridículo cuando te ponés un poco egocéntrico, le decís al vecino que sos un “escritor importante”. Hebe es tremenda.

En un momento me di cuenta, también, que es muy difícil ser original en la escritura. Desde La Odisea está todo más o menos planteado. Lo que hay es distintas maneras de desarrollarlo, porque cada uno es un ser único con matices ligeramente distintos al otro. Entonces lo que podemos hacer es algo honesto y auténtico

– Además de Uhart, ¿qué otros autores tenés como referentes nacionales e internacionales tenés en la literatura?
– Argentinos te podría decir a Bioy Casares, que me influyó mucho más que Borges, porque Borges es para leerlo y punto, cualquier otra cosa te hace daño. César Aira, Abelardo Castillo.

– ¿Y Cortázar?
-Cortázar sí, pero secundario, no está en la liga mayor. Hay algo en Cortázar que me produce rechazo y no se bien qué es, ni porqué. Sin embargo admito que tuve épocas de mi vida que estuve enamorado de él, su mujer, su barba, de Los Autonautas de la Cosmopista, no podía creer que se hubieran muerto los dos tan jóvenes. Sin embargo hay algo en él que molesta, hay cierta soberbia en el personaje de él porque es admirable, porque las cosas que sabe, las sabe muy bien. Hay algo en Cortázar que no me cae bien como persona y está dentro de la arbitrariedad de cada uno. Paul Auster, por ejemplo, me cae muy bien y no tengo idea de cómo vive su vida cotidiana. Lo siento de forma muy cercana. Acabo de leer Diario del invierno y sobretodo La música del Azar y A salto de mata son los dos libros que más me han influenciado.

– ¿Qué otros autores internacionales lees?
– Me encanta Alessandro Baricco, lo disfruto mucho.También estoy leyendo últimamente a muchos autores japoneses como Akutagawe, Kobo Abe, Nakamura, Nosaka. Me acuerdo mucho de Banana Yoshimoto pero porque tiene nombre de fruta, que también me gusta mucho.

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– ¿Y Haruki Murakami, que quizás es el autor más conocido?
– Murakami también, es el más conocido y a veces uno lee tres o cuatro libros de un autor y después pasa a otro. A mí me pasó con Murakami, por un tiempo no lo leeré. Tokio Blues me fascinó, fue el libro de él que más me gustó. También tuve mi enamoramiento hace un par de años de Amelie Nothomb, la autora belga que tuvo infancia en japón y vivió en China, Estados Unidos, Bangladesh y escribió libros como Biografías del hambre que me gustaron mucho. El último libro de César Aira que disfruté mucho también fue El mármol. He llorado de risa con muchas partes. Leí con mi pareja páginas y nos reímos mucho con las peripecias de sus personajes. Las pequeñas novelas de Aira son encantadoras. Lo que me fascina de él es que no quiere escribir la gran obra. En un punto me identifico con eso, no porque pudiera hacerlo, en cambio hay autores de los que uno sí espera que lo logre. Rayuela, de Cortázar, es un ejemplo, por decir una, ¿no? Me gusta mucho más leer novelas de cien páginas.

– Aira tiene ese mito de ir escribiendo algo y de repente abandonar esa historia, por motivos, que muchas veces es la falta de interés. Entonces los relatos se cortan en seco.
– Sí, esa parte de Aira es muy provocadora. No sé hasta qué punto la lleva él a la realidad. Como escritor siempre desconfío un poco de como se auto describen los escritores. Yo no estaría de acuerdo con eso, puedo admirar páginas de él bellísimas, pero me parece que en un libro hay que transpirar la gota gorda hasta el final y darle un buen cierre. Es divertidísimo que él diga eso, a él le queda bien, pero sólo a él. Si yo hago eso sería un fracaso total. Yo tengo que escribir, editar, trabajar, Aira me produce una admiración suprema que él vaya a un bar de su barrio, escriba y no corrija mucho después. Siempre pensé en chusmear la vida de los escritores que admiro para ver cómo son sus procesos de trabajo. Aira es un provocador inteligente y se la banca, tiene con qué, pero no cualquiera lo puede hacer. Por eso los imitadores de cualquier escritor terminan siendo patéticos.

– Volviendo a la literatura juvenil, ¿cómo ves la escena en Argentina y Latinoamérica y cómo es competir con los grandes monstruos editoriales norteamericanos y europeos de ese género?
– A veces me parece un milagro que yo pueda vender libros habiendo tantos libros y escritores. Me parece tanto destacar que tanto en países como Argentina, España, México, Brasil, Chile y otros del continente hay una alianza entre literatura y la escuela. Entonces, hay autores que hemos sido bendecidos con la fortuna de que nos lean en las escuelas y eso puede generar un mercado importante, ver a esos lectores luego en las ferias del libro, ir a las escuelas a visitarlos, intercambiar pareceres, etc. A mí no me parece mal que eso suceda siempre y cuando sea literatura. En la década del 70′, en cambio, la literatura que entraba en la escuela era mojigata, paca. Hoy depende mucho más del profesor y los directores, las aperturas mentales que tengan. Me gusta que entre a la escuela la literatura que trata lo que pasa en la vida real. Hay un prejuicio con que se lea en la escuela, pero ¿dónde van a leer sino?, ¿dónde se le va a formar el hábito de la lectura? Me parece cínico estar en contra de eso, me parece algo genial. Muchos chicos pueden descubrir que en los libros hay algo para ellos a partir de una profesora de literatura hábil.

– ¿Qué función cumpliría la literatura juvenil en esa edad?
– Ese género llega a cubrir un hueco, porque hay una edad que no está del todo definida. Hay chicos que capaz directamente quieren pasar a otro tipo de lecturas, pero en cambio hay otro tipo de chicos que necesitan una lectura más cercana a ellos.

– Y la competencia o comparación con toda la literatura juvenil que viene desde Estados Unidos o Europa, ¿cómo la ves?
– Bueno, hay chicos a los que les encantan las sagas, pero a mí no me gusta escribirlas, a pesar de que he leído algunas, sobretodo de Úrsula Le Guin y la Saga de Terramar, que me gustó tanto que generó que no me gustara casi ninguna otra. No me interesa ese tipo de libro, me gusta mucho más la novela corta, está en mi naturaleza. Incluso Maldito Vació, que es para un público adulto, es una novela corta. Por ahí escriba en algún momento novelas más largas, pero de ahí a hacer sagas de 400, 500 páginas es más anglosajón, no argentino o sudamericano. Esa es una muestra también de que no me gustan las tendencias y hago lo que sé hacer y lo que disfruto.

Un escritor no puede luchar contra la fuerza bruta del mercado ni subirse a esas olas, porque estaría hipotecando lo único auténtico que tengo en la vida, que es escribir.

– ¿Es complicado competir con esos fenómenos, sobretodo teniendo en cuenta el aparato comercial y publicitario que tienen detrás?
– Hay muchos escritores argentinos que intentan escribir eso y no tienen éxito, porque se tienen que cambiar muchas cosas, casi hasta parecer que no son argentinos. Con el género policial también pasaba eso, y ahora se pudo revertir. Con el fantasy, en cambio, es más complicado, se trata de escribir como si fueran anglosajones, lo que no va a llevar más que a un éxito modesto en sus países, y es muy difícil que te traduzcan. Es el mercado, muchas veces llegan esos tanques desde el exterior y generan fanatismo, pero un escritor no puede luchar contra la fuerza bruta del mercado ni subirse a esas olas, porque estaría hipotecando lo único auténtico que tengo en la vida, que es escribir.

– Volviendo a Maldito Vacío, ¿qué comentarios recibiste por parte del público y la crítica?
– Los comentarios que recibí me encantan y son muy entusiastas. Me han dicho cosas como que al principio parecía algo que podía derivar en una temática infantil/juvenil pero que deriva en una acidez y un humor negro muy bueno en un personaje frustrado que no se hace cargo de nada, ni siquiera de su muerte. Se han reído mucho a pesar de ser una historia muy oscura. Aún falta mucho igual, la novela la presenté recién el pasado 4 de octubre.

– Hay todo un dejo de ironía y sarcasmo que rodea a toda la historia en Maldito Vacío.
– Sí, es una historia que genera además que todos se puedan identificar con el fracaso y la mediocridad. Desde mi propia experiencia yo me acerco más a la mediocridad que a la genialidad, así que puedo entender mejor lo que le pasa a un ser más oscuro y que a un genio. ¿Quién no ha sido malicioso, jodido, mediocre? Esa cosa infantil de siempre depositar la culpa en otro. Todos en algún momento nos sentimos derrotados. La experiencia más común de la especia humana, es la derrota. El personaje genera una identificación y un alivio. El poder reírse de eso nos muestra a salvo todavía.

¿Quién no ha sido malicioso, jodido, mediocre? Esa cosa infantil de siempre depositar la culpa en otro. Todos en algún momento nos sentimos derrotados. La experiencia más común de la especia humana, es la derrota.

– Por último, ¿qué consejo le podrías dar a alguien que está empezando a escribir o le gustaría hacerlo?
– Primero, entender que no hay una escuela para escritores,que se van formando a sí mismos y que el primer alimento de un escritor es leer, no hay mucho misterio en eso. A mi me sirvió mucho también asistir a un taller literario, como el de Hebe Uhart, que me hizo aprender que revisar y corregir es fundamental. Esas serían las cosas técnicas, pero algo igual o más importante que eso es escribir. He conocido amigos talentosos que podrían tener muchos libros publicados, pero nunca se hicieron el hábito de sentarse una, dos horas por día a escribir. Como dice César Aira: “lo más difícil es escribir”, generar ese hábito. La paciencia de empezar una historia y terminarla en dos años, de corregirla, de que una editorial tarde dos años en responderte, hace sentir que uno invierte mucho en algo que no te puede redituar nada, pero hay que sentir esa vocación, que es algo que uno no elige, se impone. No necesitás que nadie te diga que sos escritor, vos ya lo sabés.

Esta entrevista tambié fue publicada para El Ciudadano (Chile)

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