Una verdad que incomoda: nueve años sin Jorge Julio López

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Jorge Julio López es quizás el caso más emblemático de las desapariciones en democracia, pero no el único. Hasta la actualidad el número asciende a más de 200, pero ¿por qué este caso adquirió mayor relevancia? Se trata de alguien que desapareció después de declarar contra quienes lo torturaron durante la dictadura. A nueve años del hecho, no hay ninguna línea de investigación concreta sobre su paradero, pero la exigencia de su aparición con vida sigue siendo una bandera emblemática. (Foto: Indymedia)




El 18 de septiembre de 2006 ocurrió la desaparición de un testigo clave en los incipientes comienzos del proceso histórico de juzgamiento a los delitos de lesa humanidad cometidos en la última dictadura cívico-militar. Específicamente, su segunda desaparición. El terrorismo de Estado ya se había adueñado de su libertad en 1976.

El desconocimiento del paradero de Jorge Julio López hace ya nueve años puso al descubierto un sistema que se creía olvidado: la desaparición de personas. El caso marcó un antes y un después en el desarrollo de los juicios y puso en jaque el sistema democrático que hasta ese entonces se creía que contaba con buena salud. Hasta el día de hoy, no existe ninguna respuesta.

Su primera desaparición y el silencio en democracia

Jorge Julio López era un trabajador, un albañil que militó en los años ’70 en la Juventud Peronista y en la organización Montoneros. Fue secuestrado durante la dictadura militar desde el 27 octubre de 1976, estuvo en cautiverio, confinado en distintos centros de detención clandestina, y luego en comisarías que estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, hasta el 25 junio de 1979. En todos estos lugares fue torturado en reiteradas oportunidades por la misma persona: el represor Miguel Etchecolatz.

Como muchos de los sobrevivientes que lograron salir con vida de los Ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio que se desplegaban por todo el territorio argentino, Julio López sufrió el silencio implacable de la primera época de la democracia. Pero él quería salir de eso y recordar lo que había sucedido, por eso escribía sobre cualquier papel para ejercitar su memoria.

Frente una sociedad que recuperaba el aliento democrático pero no luchaba por la real condena a los genocidas y frente a su propia familia con la que no hablaba lo vivido en su detención clandestina, se volvió a agrupar con compañeros ex detenidos-desaparecidos para  luchar por la importancia de dejar testimonio.

julio lopez

Julio López durante la dictadura – Imagen extraída del documental «Ellos saben dónde está López» de Camilo Cagni

Testimonio: los argentinos tienen que saber

 «Hasta pensé, si un día salgo (del cautiverio) y lo encuentro a Etchecolatz, lo voy a matar, así pensaba. Pero después pensé: qué voy a matar a una porquería como esa» – Testimonio de Jorge Julio López 

Aquellos que lo conocieron aseguran que estaba convencido de su rol en el proceso judicial: “Los argentinos tienen que saber”, manifestaba. Estaba comprometido con denunciar y esperaba ver las condenas. Quería y debía dejar constancia de las torturas impartidas por el “señor Etchecolatz”, tal como lo nombra en su testimonio.

Julio López era querellante en la causa y sin duda un testigo clave, ya que sus declaraciones involucraban a por lo menos 62 militares y policías. Declaró un mes y medio antes de su desaparición, y fue gracias a este testimonio y el juicio que se llevaba adelante al respecto, que se reconoció la existencia de un plan sistemático de genocidio. No sólo se recapitularon todas las causas bajo el nombre jurídico de genocidio, sino que se permitió dar inicio a un proceso histórico de juzgamiento a los militares, concretamente, como genocidas.

“El Viejo” como sus compañeros de militancia lo reconocían (reconocen), desapareció un día antes de la lectura de los alegatos del juicio que condenarían finalmente a Etchecolatz a reclusión perpetua por crímenes de lesa humanidad. En ese momento, el proceso de juzgamiento a los militares recién estaba comenzando a suceder. El Estado no había asegurado el cuidado de los testigos ni se tomaron los recaudos necesarios para frustrar cualquier tipo de amenaza a estos. Tampoco se tenía noción de que eso sería necesario hasta la mañana del 18 de septiembre de 2006 cuando tanto familiares como compañeros y abogados no podían admitir lo que estaba sucediendo.

«La boina azul, la campera bordó y los mismos zapatos que usó en cada una de las audiencias del juicio, sin importar si hiciera frío o calor, estaban en el living, preparados sobre una silla. Gustavo pensó que su papá se había quedado dormido y se metió en su habitación. Su lado de la cama estaba abierto. Fue hasta el baño. No estaba ahí. Irene recién se despertaba.
—¿Dónde está el viejo? —preguntó.
—Habrá salido a caminar —dijo Irene, entredormida.
—Pero se nos hace tarde.
—A mí no me dijo nada. Fijate afuera.
Gustavo salió a la vereda. Miró extrañado a su alrededor. Caminó hasta la carpintería de su hermano y llamó a su papá. Nadie contestó. Volvió a la casa, lo buscó otra vez en el patio, entró de nuevo al dormitorio, abrió la puerta del baño.
—¿Dónde se habrá metido? —insistió.
—Yo no lo vi.
—¡Cómo que no lo viste, mamá!
—¡Recién me despierto! —se justificó—, tal vez salió a caminar.
—Qué pelotudo… vamos a llegar tarde…
—¿Y qué querés que haga? ¡Si yo no quiero que vaya a ningún lado! ¡Yo quiero que se olvide!»

 

Fragmento del libro «En el cielo nos vemos» de Miguel Graziano

Situación de la investigación hoy

Transcurridos nueve años, la realidad es que la causa está estancada y la desaparición de López en democracia continúa impune. La justicia no logró absolutamente nada y no hay ningún tipo de dato concreto que permita avanzar hacia algún lugar. Sólo hay hipótesis sobre su paradero que incluyen, entre otras: la absurda sospecha hacía el hijo, Rubén López; y su muerte en manos de grupos de tareas vinculados a la extrema derecha para dar un mensaje claro de límite al gobierno, al poder judicial y al campo popular.

Si bien no hay certezas, el contexto en que su segunda desaparición ocurre deja entrever, en principio, que lo más verosímil es creer que se trata de una desaparición forzada y la investigación debería indagar un poco más allí. Aquí se plantea nuevamente la idea de que las fuerzas de seguridad, incluida la policía bonaerense, y los jueces que investigan el caso siguen siendo los mismos que en el último gobierno de facto. En este sentido, hasta el momento, esta causa se volvió un paradigma claro de encubrimiento e impunidad.

Jorge Julio López

Foto: Helen Zout

Jorge Julio López como bandera de justicia

Está tan naturalizada la desaparición que no es muy clara la necesidad de la lucha. Si bien la democracia tal como la vivimos hoy sigue demostrando que hay derechos para unos y no para otros, el pedido por justicia debe continuar. Quizás la pregunta debe ser: “¿Por qué?”. Y la respuesta, sin dudarlo debe recabar en lo más profundo de los lemas que se repiten hasta el cansancio. El “Nunca Más” debe ser revivido, reconfigurado, resignificado. El colectivo de la sociedad debe levantarse y exigir que las desapariciones de personas no pueden seguir sucediendo en un país democrático ni en ninguna otra forma de estado. Por más que los medios callen -o disfracen, algo que ya es costumbre- ni el Estado se haga cargo completamente de su responsabilidad, esta causa no debe quedar en el olvido.

A nueve años se puede gritar su nombre fuertemente, fomentar su búsqueda, reclamar justicia, pero quizás lo más importante que se debería hacer es entender, concretamente, por qué es un hecho que volvió a suceder. No se debe olvidar que Jorge Julio López no sólo representa a un señor de 77 años -al momento de su desaparición-, sino que representa a un militante por las luchas sociales desde los ‘70 a la actualidad, y que a través de su experiencia intentó trabajar por una realidad que creía mejor. En los últimos años, López encarna en su figura la condena a los genocidas que no sólo secuestraron, desaparecieron y asesinaron a toda una generación, sino a los culpables de la implementación de un plan económico que modificó la estructura social del país, destruyó el aparato productivo, acrecentó la desigualdad y aumentó el empobrecimiento de la mayoría de la población.

Por todo esto, en su figura tiene que estar la bandera con la que se siga repitiendo hasta el cansancio:
“Nunca Más”
“No perdonamos, no olvidamos, no nos reconciliamos”
“Aparición con vida YA de Jorge Julio López”



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