Posdata en loop

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El impacto de las redes sociales en la vida cotidiana no es un tema nuevo. Las plataformas web han evolucionado en los últimos años incorporando una multiplicidad de funciones que, casi sin darnos cuenta, han digitalizado la vida entera. Fotos, videos, amistades, memorias; nuestra experiencia entera aplanada y transformada en una mezcla difusa de píxeles, bytes y código binario que se refleja en las pantallas. Bases de datos personales en las que se abren ventanas a realidades paralelas, que no siempre muestran lo que hay debajo de la superficie. Ahora, las tecnologías dan un paso más y entran a un campo al que se pensaba imposible: la muerte.

Con el paso del tiempo, las relaciones sociales se han virtualizado, adquiriendo un carácter completamente nuevo que ofrece posibilidades amplias e impensadas de interacción, al tiempo que niega otras. Una generación de clics que naturalizó vínculos mecánicos y paradójicamente impersonales en el mundo de las redes sociales, absorbiendo dimensiones  íntimas. Era sólo cuestión de tiempo hasta que a alguien se le ocurriera colonizar lo único que parecía libre de todo dominio electrónico como lo era la muerte. Así comienza la historia de cómo un día la vida digital excedió a su creador y continuó viviendo en su lugar.

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Limbo digital

A James Norris se le ocurrió, allá por el 2012, que nuestras relaciones no tienen por qué morir con nosotros, que aquel contenido que en teoría lleva nuestra marca personal no debería dejar de circular. Entonces fue como creó DeadSocial, un servicio web que permite a sus usuarios programar videos y mensajes para que sean publicados en Facebook y Twitter una vez que el usuario fallece. En el mundo interactivo del ciberespacio, el mensaje póstumo podría considerarse una configuración inevitable del luto en el siglo XXI. Sin embargo, no puede dejarse de lado la importancia sobredimensionada que DeadSocial y servicios similares le otorgan al mundo digital, a aquella realidad personal (y no tanto) que en vida pudo haber comenzado siendo secundaria, pero que en definitiva termina transformándose en la primera y al parecer la más importante, la que respira en lugar del usuario al ritmo de la banda ancha.

Un poco más controversial es el caso de LivesOn. Lo que empezó como una idea para procesar la muerte, terminó siendo una obsesión por prolongar un universo ficticio. La aplicación, lanzada en 2013, funciona sobre la base de una serie de algoritmos que permiten registrar el estilo y la sintaxis de los tuits que una persona genera mientras vive, de modo que el servicio puede, con previa autorización, continuar publicando automáticamente mensajes lo más fieles posibles a los que el usuario solía escribir antes de su muerte. En pocos meses LivesOn ganó más de 10.000 seguidores bajo el lema “when your heart stops beating, you’ll keep tweeting (cuando tu corazón deje de latir, seguirás tuiteando).

LivesOn

Más allá de la aplicación ingeniosa de las herramientas virtuales, DeadSocial y LivesOn alimentan en el fondo una fantasía un tanto morbosa que puede resultar más dañina que útil, tergiversando el proceso del duelo. La indefinida programación de mensajes a través del tiempo no es otra cosa que un artificio que extiende una fachada construida en las redes a través de publicaciones hechas especialmente para ser vistas y popularizadas, detrás de las cuales se ocultan la parte más verdadera de los usuarios. Una “virtualización” de la muerte que quizás ponga de manifiesto la necesidad de controlar lo incontrolable y de prolongar una vida que en realidad no lo es.

 

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