El Zen: un camino alternativo a la Iluminación

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“Cultura es aquello en  lo que uno cree

sin creer que se cree”

R. Panikkar

Desde las revoluciones burguesas e industriales ocurridas en Occidente durante fines del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, la educación se caracterizó por sus ideales eurocentristas, provenientes de los años de la expansión imperialista y de la consiguiente propagación de los valores europeos hacia las nuevas colonias. Pero a partir de la segunda Guerra Mundial, la influencia de Estados Unidos, tras pasar a convertirse en primera potencia mundial, llevó a la expansión del american way of life que caracteriza la educación de nuestros días. Parto de la definición que nos brinda Shohat y Stam acerca del tema:

“El eurocentrismo es caracterizado como sentido común. Se asume que la filosofía y la literatura son filosofía y literatura Europeas, lo “mejor que ha sido pensado y escrito” es lo que ha sido pensado y escrito por europeos (con “europeos” no sólo nos referimos a Europa per se, sino también a los neoeuropeos “de las Américas, Australia y otros lugares”)” (Shohat y Stam: 1994)

Estas dos perspectivas -eurocentrismo y americanismo- son las que priman en la educación occidental de nuestros días: una educación fundamentada en el paradigma técnico-científico, en la ideología del progreso y en la primacía de la razón. Una educación, también, basada en la creación de conceptos abstractos para nombrar las cosas; en el estudio de la naturaleza entendida como fuente de recursos y de energía; y en el estudio del hombre mismo en su doble faceta de objeto (de estudio y de trabajo) y de ser racional que ejerce el imperio de sus conocimientos y lleva a la técnica hasta los últimos confines de la tierra, convirtiendo a la naturaleza en un mero enclave. Este es el modo hegemónico de entender la cultura y de difundir la educación occidental, cualesquiera sean sus variantes, y por eso tomo las palabras de Edward Said:

“Así, en cualquier sociedad no totalitaria, ciertas formas culturales predominan sobre otras y determinadas ideas son más influyentes que otras; la forma que adopta esta supremacía cultural es lo que Gramsci llama hegemonía…” (Said: 1978)

Es poco y nada lo que se enseña hoy en las escuelas, primarias y secundarias, acerca de la cultura y la educación oriental (o cualquier tipo de educación alternativa a la antes descripta). Por lo tanto, poco se sabe acerca de modos alternativos de pensar la relación del hombre consigo mismo y con el medio que lo rodea, y en su relación con el mundo, la naturaleza y el acceso al conocimiento. Es por eso que es necesario aprender acerca de la educación en el Antiguo Oriente, para acercarnos un poco más a un modo diferente de entender a la educación, prestando atención a la subjetividad e individualidad de cada sujeto, al camino que cada uno emprende para llegar al conocimiento o Iluminación (no solo entendida como el camino de la razón que emerge del oscurantismo de la Edad Media), a la relación que se establece con la naturaleza y con los otros, y a una educación que da igual importancia a la actividad corporal que a la mental: es el camino del ZEN.

La cultura Occidental enseña un solo modelo de acceso al conocimiento y al aprendizaje, en un mismo contexto (la escuela), y a través de un mismo sistema o programa de enseñanza basado en la creación de conceptos abstractos que señalan las cosas e ideas, y ayudan a organizar la vida de los seres humanos a través de taxonomías y esquemas mentales. Pero existen otros modos de acceso al conocimiento, así como otros modos de entender la Iluminaciòn, no necesariamente como la considera la tradición Occidental de “salida del oscurantismo de la Edad Media” a través del dominio indiscriminado de la naturaleza y de lo que quedaba de irracional en el mundo, sino entendida como un camino subjetivo y práctico, de cada día, y a través de diversos métodos que despiertan la mente y el cuerpo. Se trata de la conjunción del trabajo físico y mental para el despertar de la mente o alcanzar el satori. A su vez, la tradición Oriental enseña al hombre a ponerse en el mismo plano que la naturaleza, que el resto de los seres vivos y no vivos, pues todos estamos compuestos de los mismos elementos y coexistimos en el mismo planeta. Esta visión naturalista, sin caer en reduccionismos, es a la vez más compleja y completa, y serviría mucho introducirla en la enseñanza occidental para aprender a respetar el ecosistema, y para comprender la relación entre los hombres y su entorno de manera diferente: como parte de un todo.

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