Manifiesto contra el sentido común

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A la hora de hablar, ¿decimos lo que pensamos o lo que solemos oír repetidamente? ¿Somos nosotros o son los otros? ¿Nuestros anhelos cuáles son? ¿Cuestionamos las visiones del mundo? ¿Aceptamos las convenciones? ¿Conocemos los intereses que defendemos?

Expresiones tales como “debemos construir un país con sentido común”, nos dan el pie para interrogarnos: ¿de qué sentido común hablamos? Si éste mismo es una convención social y sobre todo una construcción de clases. Al utilizar éste tipo de frases, sólo logramos que se mantengan arraigadas y naturalizadas cuestiones que no necesariamente defendemos. Nos quedamos tan atados a lo normal que ni siquiera sabemos de qué hablamos cuando mencionamos la tan ansiada “normalidad”.

Cuando repetimos discursos, repetimos ideologías, saberes y visiones de un mundo que pueden no ser las mismas que las nuestras.

Tenemos que hacer estas preguntas a la hora de elevar la voz, de repetir oraciones y paradigmas escuchados en otros espacios, de ejercer una posición; mientras participemos de una u otra discusión, miremos tal o cuál programa televisivo al aire. De otra manera, terminamos adecuados a un sistema que nos maltrata, siguiendo reglas que nos reducen a una masa uniforme y homogénea de sentidos. Cuando repetimos discursos, repetimos ideologías, saberes y visiones de un mundo que pueden no ser las mismas que las nuestras. En ese momento, es cuando la esencia de las cosas cambia, cuando las discusiones no sirven, cuando la riqueza de la vida se pierde. Sólo ves lo que te hacen creer.

Cuestionar los discursos es nuestro rol como seres humanos y como comunicadores sociales -que todos somos. La realidad no se puede objetivar, ni minimizar a una sola visión porque convive con una multiplicidad de significados. Las palabras no son porque sí, tienen una historia y la misma está cargada de luchas y construcciones. Éstas últimas no son necesariamente malas, simplemente son eso, construcciones que deberíamos poner todo el tiempo en discusión.

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