Los escapistas de la realidad

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Vivimos en un mundo donde ha muerto la fe. Desde la tradición postnietzscheana, “la muerte de Dios” ha sido el tópico para levantar nuevas banderas y utopías que llenen el vacío simbólico dejado por la vieja religión judeocristiana. Lo curioso es que ninguna de ellas logró traspasar el umbral del sueño hacia la realidad, y que como meras esperanzas perdidas, deambulan errantes por la ciudad hasta convertirse en viejas leyendas urbanas. Un caso paradigmático fue el del Mayo Francés: todo parecía indicar que la Juventud, por primera vez reconocida como un actor político-social de importancia en las decisiones sociales a tomar, sería el nuevo centro de la acción transformadora de la realidad; de nuevos sistemas educativos (más pluralistas e inclusivos, menos elitistas e imperativos); de nuevos sueños, diferentes al sueño americano que el imperialismo venía arrastrando desde décadas anteriores; de utopías de colores que buscaban una nueva solidaridad, una nueva cultura de respeto, de amor libre y de paz. Pero todos esos sueños fueron rápidamente coartados, asesinados en el seno de su pecho, y nos queda de ellos un viejo eco de sus gritos y el derrame de su sangre embebida por el Capitalismo. ¿A dónde van a parar todos esos sueños que mueren antes de llegar a la vejez de sus días?

Lo que se nos plantea en esta pregunta es un interrogante por la contemporaneidad. Vivimos en una cultura del marketing y la publicidad, en un capitalismo de superproducción y marca, donde todos los sueños pueden ser comprados y vendidos. Los contra-movimientos, esas feroces olas que desde los lugares más profundos y marginales de la sociedad se levantan para ser oídos, son fácilmente domesticados y convertidos en una nueva moda o tendencia social. Y toda moda, por más que signifique una nueva tendencia, implica un momento efímero y pasajero. Nos atraviesa como una brisa que no podemos detener, pero tampoco retener. Y así, importantes planteos y sueños que logran alcanzar visibilidad mediática, al poco tiempo quedan subsumidos en el sótano de la cultura junto con miles de otras propuestas que, a pesar de su fuerte lucha, no logran devenir reales: la legalización del aborto, la educación laica y pública no-gubernamental, una ley de medios más pluralista pero aún con trabas por los amigos del poder, los reclamos de las villas que se escuchan en la cumbia villera de los boliches que más dinero producen los fines de semana, la lucha contra el narcotráfico, etc. La lista es interminable. La pregunta acerca de por qué los sueños de una sociedad que busca progresar en ámbitos más participativos y pluralistas no logra pasar las barreras del “aquí y ahora” que los consume hasta desintegrarlos o devolverlos a la sociedad de forma estandarizada y convertidos en productos es, en última instancia, una pregunta por nuevos modos de visibilizarse y efectivizarse socialmente, por nuevos espacios que puedan abrirse desde abajo, desde la contracultura, oponiendo resistencia a la absorción sistemática de sus valores y sus simbologías para no volver a caer, nuevamente, en las cuatro barreras del marketing y el sistema de valores de uso y de cambio.

Todo sueño tiene la potencialidad de devenir realidad. Alejandro Casona decía: “Creo que el sueño es otra realidad tan real como la vigilia”. Uno y otro no son antagónicos, sino que se complementan y brotan del otro como una planta llena de fertilidad. El verdadero reto se encuentra en idear nuevas salidas que escapen los estándares impuestos desde arriba, los cánones que marcan lo que debe permanecer y lo que no, y por cuánto tiempo debe permanecer una idea o una lucha. Cuando se trata de utopías y sueños por alcanzar, no se puede hablar de escapistas de la realidad: la juventud, por ser la mirada hacia el futuro, debe asumir la responsabilidad de tener en sus manos el rol de ser los nuevos “constructores de la realidad”.  El desafío que han de asumir se encuentra en abandonar la idea de que los medios de comunicación masivos son los únicos voceros de la (única) realidad y comenzar a construir, desde nuevos ámbitos y con nuevas ideas, espacios que permitan atravesar las barreras del sistema que los absorbe para, a la par de éste y con alguno de sus elementos, lograr forjar una alternativa para que todas las utopías devengan posibles y visibles ante la sociedad, y para creer que es posible transformar y cambiar las realidades que nos rodean.