El amor en el tiempo de las redes sociales

por
Invitame un café en cafecito.app

En las llamadas Sociedades de Información, los procesos avanzados de digitalización y convergencia que forman parte de lo que podríamos denominar post-posmodernismo, repercutieron en numerosos aspectos de la vida social e íntima de la comunidad, y uno de los espacios más afectados fue el de las relaciones inter-personales. Desde metáforas tecnológicas como “se nos salió un tornillo” hasta la búsqueda de nuevas “conexiones” personales en páginas como Badoo, Match.com, Tinder e incluso en las más conocidas redes sociales como Facebook, inducen a pensar en una nueva forma de generar vínculos afectivos que comienza a causar interés en el ámbito de las Ciencias Sociales. Cabría preguntarse, entonces, qué sucede con el amor en el tiempo de las redes sociales.

Las páginas de Internet que se encargan de mediar la generación de vínculos personales (en búsqueda de convertirse en vínculos afectivos) a través de procesos aleatorios de selección de compatibilidad, son comúnmente visitadas por jóvenes de entre 18 a 24 años que desean encontrar una pareja afín a sus propios gustos con las que puedan, luego de haber “chateado”, conocerse en persona. Sin duda, este sistema es “más rápido y más eficaz” a la hora de comparar información para definir grados de similaridad con la posible (a futuro) pareja seleccionada. Pero esto trae una consecuencia obvia que no podemos pasar por alto: comenzamos a auto-concebirnos como bancos de bases de datos infinitos, mera información subida en una red y a disponibilidad de todos aquellos que quieran acceder a ella para conocer aspectos parciales de nuestra personalidad. Al subir nuestra información estamos realizando un proceso de sustitución de una parte (alguno de nuestros aspectos personales que nos convierte en un “yo virtual”) por el todo (nuestra versión final y real de nosotros mismos). Esta sustitución conlleva a querer mostrar “lo mejor de nosotros mismos”, la foto más bonita, lo que creemos que es suficientemente bueno sobre nuestra personalidad como para compartirlo en una plataforma a la que acceden millones de personas que conforman la llamada “comunidad virtual” de la web.

Pero estas nuevas formas de buscar «amor» en la época de las redes sociales nos está mostrando algo más: la aceleración de los tiempos que se nos impone y nos obliga a “matar” todos los momentos improductivos de incertidumbre afectiva; la pérdida de la imaginación que los otros causan en nosotros, la fantasía que de ellos nos representamos en nuestra mente, la caída del viejo “mito” del otro misterioso y ajeno que se traduce a la triste metáfora “si se puede imaginar, se puede programar”; la pérdida del primer con-tacto con el otro, el sentimiento de compatibilidad corporal que sólo puede experimentarse por primera vez en el umbral de lo desconocido; y sobre todo, una mayor pretensión de seguridad frente a la incertidumbre de que una relación pudiera salir  mal. Entonces, asegurándonos la afinidad de perfiles intercambiables de datos, creemos reducir el margen de error de nuestra futura “relación”. Nos convertimos en meros números, en información virtual, y de ese modo nos sentimos más seguros. ¿Pero qué perdemos a costa de eso?

Estas nuevas formas de capitalismo afectivo nos obligan a entrar en una dinámica de vinculación en la que transformamos nuestra existencia real en un reflejo virtual e incompleto de nosotros mismos. La idea de que la tecnología va haciendo del hombre un ser cada vez más anticuado debería revertirse: es el hombre el que debe recuperar los espacios humanos que se van perdiendo en pos de una cyber-humanidad. Hay que repensar si lo que realmente buscamos en una persona es una serie de elementos afines o compatibles a los nuestros, o si preferimos sumergirnos en la incertidumbre de descubrir al otro tal cual es, en su totalidad «ser-racional-emocional-corporal» con temor y arriesgándonos a la posibilidad de que (como todo alguna vez en la vida) esta vez también pueda salir mal.